(racionalización y estado de ánimo)
Juan Rojo Moreno
El Descubrimiento de la Intimidad (y otros ensayos) fue una obra del psiquiatra J.J. López Ibor en el que trata temas variados. [1]
Un aspecto es el de la intimidad personal. Los griegos manifestaban clara repugnancia a la descripción de la intimidad personal. Ese “conócete a ti mismo” era solo un mandato moral. Realmente vemos como en nuestras sociedades modernas ocurre todo lo contrario. Hay avidez por conocer la intimidad de las personas sobre todo si son afamadas o públicas, pero casi cualquiera sirve. De ahí esos programas show televisivos, esas revistas “del corazón” e incluso en la denominada prensa amarilla (o marrón). Es muy llamativo el porcentaje tan alto de videntes y lectores que tiene todo este tipo de mass-media. Quizá esto sea debido a que nuestra cultura ha evolucionado dando valor a “lo razonable”, al pensamiento, y el mundo afectivo ha sido vinculado en un segundo plano ¿o es todo lo contrario?
Vamos a un mundo tecnotrópico, de datos. ¿Y nuestras emociones y conflictos? ¿Quién las oye? Mediante esta exposición del mundo emocional in vivo en la Tv o en la lectura de esos medios podemos empatizar con realidades emocionales intensas. De alguna manera su vivencia moviliza arquetipos emocionales propios.
López Ibor piensa que lo que predomina es un estado del ánimo: “lo que, a mi modo de ver, parece claro y evidente, es que el hombre actual se halla preso, más que de un esquema intelectual, de un estado de ánimo… El tránsito del medioevo al renacimiento se realiza merced a una sustitución de esquemas intelectuales, la Ilustración supuso otra nueva transformación. Precisamente lo que ocurre ahora es que no hay esquemas intelectuales que perseguir que tengan vigor suficiente para mantener al hombre prendido hasta convertirlos en objetos de su vida… Lo que define al hombre moderno es su estado de ánimo”.
Y este último análisis que hace nuestro autor de referencia sigue siendo de gran actualidad. Solo tenemos que comprobar los grandes movimientos electorales, políticos y sociales que se están produciendo en nuestro siglo XXI que se estructuran más sobre movilizaciones de deseos emocionales que sobre esquemas intelectuales.
Ahora bien, por otra parte, y a la vez, racionalizamos todo. La racionalización es la actividad intelectual destinada a tranquilizar al individuo, mediante la creación de motivos que justifican con aparente lógica su conducta.
Y hoy en día tendemos a justificar casi siempre, si no siempre, nuestra conducta. Siempre hay motivos por el bien propio, común social o institucional que justifican la conducta o las decisiones sean cuales sean. Por eso cuesta tanto, a tantas personas, rectificar. Cuando se rectifica ya no se es capaz de racionalizar la conducta y esto parece no estar bien visto en nuestra sociedad aunque se diga eso que “rectificar es de sabios”. Pero parece que el que rectifica lo ha hecho por presiones o por debilidad. Realmente la idea que subyace es que su racionalización no ha conseguido convencer a las fuerzas que se oponen enérgicamente a esa decisión o conducta.
En este sentido señala nuestro autor: por la racionalización el poder político, la economía, las relaciones humanas si bien han sido expurgadas de todo ingrediente mágico o irracional, pero al mismo tiempo que la existencia se ha vuelto más racional se ha mostrado más incontrolable. El hombre se siente depender de unas circunstancias que desconoce. Son decisiones que toman otros hombres; parecen decisiones humanas puesto que están tomadas por hombres, pero en el fondo parecen monstruosas y demoniacas.
Otra consecuencia de ese proceso de inflación del yo racionalizador es que hayan desaparecido las Histerias que a principio del siglo XX se manifestaban con parálisis y anestesias, y a mitad de ese siglo como enfermedades vegetativas. Señala López Ibor cómo a finales del siglo XIX -en los tiempos de Charcot- las neurosis se manifestaban sobre todo en el plano de las relaciones humanas. La histeria de Salpêtrière era una histeria exhibicionista, demostrativa. Durante la guerra de 1914-1918 los ejércitos se vieron diezmados por parálisis y temblores histéricos. La neurosis se presentaba en lo que se llama sistema nervioso de relación, en forma de trastornos de la movilidad y de la sensibilidad.
En la Segunda Guerra Mundial se produjo un importante cambio y en lugar de temblores y parálisis histéricos se observaban trastornos digestivos, úlceras gástricas, trastornos de la micción, etc., es decir lo que se llama organoneurosis. El conflicto emotivo se ha interiorizado y en vez de cristalizarse por la vía del sistema nervioso de relación, lo ha hecho por la vía que podríamos llamar sistema nervioso de la intimidad (sistema nervioso vegetativo).
Ahora desde finales del siglo XX y en este siglo XXI ha habido otra metamorfosis. Ya no hay tantas organoneurosis o parálisis histéricas pero ahora con el mundo en el que racionalizamos tanto las relaciones como las circunstancias favorables pero sobre todo las desfavorables, la mutación del conflicto ha cristalizado en formas de apariencias depresivas y ansiosas. Cuantas ansiedades y cuadros depresiógenos existen hoy en día, y con diagnósticos, en personas que sufren conflictos personales, matrimoniales, económicos o sociales. Ahora no vemos, sino excepcionalmente, histerias paraliticas pero estamos sobresaturados de una hipertrofia timopática del humor angustioso (timopática de timos = afectividad, pathos, enfermedad). (¿existirán neurosis en tecnohumanos aquí)
Nuestro autor, para terminar, hace también un curioso análisis de lo que se denomina “el hombre interesante”: es aquel que atrae subconscientemente. Hay algo en él que encuentra en nosotros una extraña resonancia. No es su manera de pensar ni de comportarse, sino en cuanto que su pensamiento y conducta son manifestaciones de una cierta forma de intimidad. La intimidad presentida es la que seduce. En el hombre interesante presentimos que al final nos encontraremos con un nuevo y enigmático secreto que no lograremos desvelar. Por eso precisamente nos atrae: por lo que tiene de hondo, incomprensible e insobornable secreto; pero secreto que presentimos vivo y palpitante. En el hombre interesante se adivina una radical originalidad.
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Quizá mirando desde la intimidad, que nos ha inspirado López Ibor, encontramos esa disonancia cognitivo-afectiva en el hombre actual que tanto nos desorienta en este siglo XXI y quizá por esto siga siendo buena la fórmula que define para Scheler la esencia del hombre: “es el eterno Fausto, la bestia nunca satisfecha con la realidad circundante, siempre ávida de romper los límites de sus ser, ahora, aquí, de este modo, de su medio y de su propia realidad actual”.
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[1] J.J. López Ibor. El descubrimiento de la intimidad y otros ensayos. Ediciones Aguilar, Madrid, 1952. Va a ser nuestra obra cifra de referencia. Solo nos referenciamos a algunos aspectos de la obra.