Juan Rojo Moreno
Dice M. F. Sciacca que cuando ha estado pensando sobre la “condición humana” le ha resultado en esencia “desequibrada”. [1]
Lo que va a mantener en su obra Sciacca es fundamentalmente la importancia del hombre espiritual. Frente al predominio de la racionalidad, o del impulso o del voluntarismo o de la pasión o de diferentes actividades, en el acto espiritual encuentra el equilibrio de todas ellas.
Para llegar a sus conclusiones primero ha de definir la esencia del hombre y sin nombrar a Husserl y su fenomenología al final llega a la conclusión que haciendo una reducción de las impresiones del mundo llegamos a la conciencia.
Con la conciencia como fondo puedo preguntarme sobre mí mismo y decir sin dificultad que “yo soy” y entonces Sciacca entra en el entendimiento de los existencialistas que supone al admitir que Yo soy es hacer referencia al Ser. A partir de aquí ya podríamos alargarnos en distinguir el Ser de Heidegger que es una referencia que ilumina a las personas (que son da-sein, es decir, concreciones del ser) o al Ser en Jaspers que diferencia entre el Ser-en sí mismo y el ser-aquí (el mundo), etc. Pero Sciacca no entra en esas diferencias. Entiende al igual que los existencialistas que no es posible tener un concepto del Ser: “el Ser como concepto es el ser gnoseológico (esencia o naturaleza del conocimiento no un conocimiento particular). El Absoluto (o Dios) es el Existente o el Ser. Y el autoconocimiento implica la intuición del ser.
Aquí Sciacca no comparte las tesis de la inmanencia que considera que todo el sentido está en el hombre y quisiera alejarse del existencialismo que concibe que el ser es la Nada. Pero en esto solo encontramos una diferencia de palabras como cuando los budistas hablan del Vacío. Da igual que digamos que el ser es la Nada (pues nada podemos decir de él sino solo de sus concreciones) (Heidegger) o cifras-aquí (Jaspers) que decir que es el Absoluto-Existente que no podemos concebirlo sino solo acercarnos a una Idea intuitiva que no se puede concretar (aunque sea) que mantiene Sciacca.
Es interesante como introduce la importancia de los valores en nuestros actos (ahora han vuelto a recobrar impronta la psicología de los valores). El hombre -señala Sciacca- dirige su actividad hacia finalidades. Lograr un fin quiere decir encarnar un valor, es decir que en nuestros actos haya la presencia del valor que queremos realizar, por lo que el significado del acto no está en el acto mismo sino en el valor que se encarna en él y que el acto manifiesta y por el cual tiene significado: luego el significado no está en la subjetividad del acto, sino en la objetividad del valor que substancia el acto.
De ahí que la personalidad de un hombre no sea ninguno de sus actos tomados separadamente ni siquiera la unión de todos ellos: el valor o los valores es quien unifica los actos y los vuelve todos testimonios del hombre. Cuando se logra captar -sigue Sciacca- este centro estimulador y unificador entonces “se comprende” a una persona y se capta su personalidad.
Por lo tanto podemos así entender que cuando comprendemos a una persona lo que estamos asimilando es su estructura valorativa, la que ejerce en sus actos y finalidades y por lo tanto la que define su concepción del mundo. Por esto tenemos más afinidades por ciertas personas que nos son sensiblemente cercanas pues la coincidencia de su concepción del mundo y la nuestra tiene buena resonancia. No así con otras personas que a su vez comparten su concepción con otras diferentes.
La estratificación de valores es la que nos agrupa a movernos entre personalidades afines y metas afines que se mantiene en el tiempo (y no solo ocasionalmente cuando es solo un fin concreto en el que coincidimos).
Para Sciacca, la verdadera “enfermedad” del hombre y su desequilibrio está en esto que hemos nombrado: comprenderse (conocer su valores que le mueven a sus fines) es descubrir la propia vocación, y resulta que su “debilidad” es su vocación fundamental de Ser.
El hombre se encuentra que no puede aspirar a la plenitud de ser que es irrealizable en lo finito y se siente que está en el mundo sin haber sido hecho para el mundo. [2]
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Leer a Michele Federico Sciacca que fue Profesor de Filosofía Teorética en la Universidad de Génova y no hacer hincapié en su concepto de inteligencia moral y en su opinión sobre la muerte y la trascendencia sería dejar un cimiento fundamental de su concepción.
Para él, esperar un progreso espiritual y moral originado solo por el Estado y la política es esperar lo imposible. Es nuestra persona moral la que puede mejorar la vida bio-social-política y no viceversa: el progreso espiritual es interior, la política y el Estado son, al contrario, exteriores; más aún, si no están dirigidos por hombres que posean como tales una personalidad moral, son órganos de corrupción.
Aquellos que sostienen que los hombres pueden mejorarse moralmente mediante la vida social identificada con la vida del Estado o política confunden “razón ética” e “inteligencia moral”.
Cualquier forma de sociedad puede ser útil al hombre en su proceso de hacerse persona, y de ahí deriva que la finalidad de la sociedad misma es, en definitiva, la persona. Por otra parte, ya que el hacerse persona es promover otras [pues la persona supera al individuo promoviendo y creciendo en la alteridad], todo acto “personal”, en este sentido, es un acto social [en el que por la alteridad] están unidos en la actuación de valores, que los trascienden en cuanto individuos y en cuanto personas.
En relación con la muerte señala que existiendo espíritu y cuerpo, “para el espíritu es innatural que el cuerpo no muera, pero es innatural que él, el espíritu, muera. La muerte natural es solo la del cuerpo (conforme a su naturaleza) y esa naturalidad es necesaria para que el espíritu cumpla a sí mismo”
El espíritu tiene pues un proyecto trascendente de manera que “para que el proyecto del espíritu, iniciado y actuado en la vida terrenal se cumpla, es necesario que esta vida terrenal se vuelva cero y por lo tanto improyectable; pero es esta imposibilidad en el tiempo [del cuerpo] que vuelve posible el cumplimiento del proyecto… la ausencia del futuro temporal es la condición de la presencia del futuro extratemporal”.
El futuro extratemporal del espíritu será por lo tanto ahistórico pues la perfección plena del hombre como espíritu no es realizable dentro del orden de la naturaleza y del orden histórico.
Por lo tanto, señala nuestro autor, el espíritu es acto inmortal. El hombre es creado para la perfección que es propia a su naturaleza espiritual, pero no puede realizar tal perfección por sí solo y en consecuencia está llamado a perfeccionarse a sí mismo, es decir, a hacerse persona en la prueba de la vida temporal. Pero también es creado en cuanto a espíritu para una perfección superhistórica y por eso mismo es inmortal por su esencia, pero de esta perfección no es él la causa inmanente: el hombre no puede dar Dios a sí mismo.
La repugnancia a la muerte que se considera muy natural, no es sentida
por el espíritu, sino por el cuerpo. La muerte no repugna al espíritu por
esencia ya que le es ajena.
[1] M. F. Sciacca. El hombre, este desequilibrado. Editorial Luis Miracle, Barcelona, 1958. Va a ser nuestra obra cifra de referencia.
[2] Cuando Sciacca escribe literalmente que el hombre es ontológicamente “desequilibrado” es cuando en él se contrapone su cuerpo que es limitante y finito frente a su pensamiento que le confiere la capacidad infinita de pensar, de sentir y de querer, y por consiguiente la infinitud espiritual. Por lo tanto el hombre en sus componentes ontológicos es síntesis primitiva de finito e infinito: la condición humana es sui generis única pues no es finita ni infinita y al mismo tiempo finita e infinita. La condición humana es “dramática”. El hombre es ontológicamente “desequilibrado”.