LA QUIEBRA DEL PENSAMIENTO


Juan Rojo Moreno

                La ciencia avanza de forma vertiginosa (eso dicen), pero a menudo no cambia el pensar cuando intenta hacerse científico. Henry Hazlitt escribió un libro en 1916 titulado “El pensar como ciencia” y 50 años después el editor le pidió que hiciera una nueva edición.[1] Había pasado tiempo (lo escribió siendo veinteañero y publicó de nuevo esta edición ya septuagenario) y en principio pensó que tendría que reformarlo completamente, pero una vez puesto en materia vio que apenas tenía que modificar cosas. Piensa Hazlitt que uno de los grandes problemas del hombre es “la quiebra del pensamiento” ya que el pensamiento humano, como señala E. Wheeler, está aún muy desordenado y embrollado, como lo estaba el lenguaje antes de la aparición del alfabeto, la música antes de la escala, la imprenta antes de Gutenberg o las matemáticas antes que Pitágoras enunciara sus leyes.  Por esto el interés que pone Hazlitt en que se consiga un método para pensar correctamente, siendo que él entiende como “pensar” el razonar y se afana en investigar la naturaleza de este proceso.

Hasta aquí parece interesante su propuesta y si se hubiese conseguido una forma razonable para todos del “razonar” está claro que las cosas nos habrían ido a los humanos mucho mejor. Pero en el fondo el ser humano ha de ser, o por lo menos es hasta ahora, algo irrazonable. Quizá sea en parte porque la gente da por sobreentendido todo lo que ignora y además no es fácil monitorizar el pensamiento, el razonar, ya que éste depende de las asociaciones de las ideas, y estas a su vez están relacionadas con la educación, con los rasgos temperamentales de cada persona, en definitiva, con su historicidad o, como diría Ortega y Gasset, con sus creencias y con su vigencia histórica.[2]  Por esto cuando nos preguntamos en serio sobre cómo piensa o reflexiona el hombre coincidimos con Emerson en que esta es  “la empresa más difícil del mundo”[3].

Debemos aprender a pensar practicando la reflexión. Hazlitt recomienda dedicar media hora diaria o tres horas y media semanales para la concentración intencional activa sobre temas que nos motiven ya que esto nos va a enseñar a tener más conocimiento de nosotros y de lo que nos rodea. En cierto modo solo con que nos dediquemos con cuidado a reflexionar de forma ordenada sobre nosotros y el mundo ya estamos aplicando cierta ciencia a nuestro método pues estamos ordenadamente observando, y por esto Platón llama a los hombres científicos  “filoceamones”, es decir, los amigos de mirar.

Pero aparece un problema cuando nos miramos y reflexionamos y es que siempre sale, antes o después, además de nuestra parte “científica”, así mismo, nuestra parte ridícula y esta es una parte importante de la filosofía humana. No hay que tener miedo al ridículo y menos aun cuando nos abrimos a nuestro pensamiento. Como señala Ortega, hay ciertas ridiculeces que deben ser dichas y para eso existe el filósofo, y todos nosotros cuando reflexionamos tenemos algo de “filosofo” que no  debemos eliminar. Como Platón declara formalmente, el filósofo tiene una misión de ridiculez que no siempre es cosa tan fácil de cumplir ya que requiere un coraje que ha solido faltar a los grandes guerreros y a los más atroces revolucionarios  “estos y  aquellos han solido ser gente bastante vanidosa  y se les encogía el ombligo cuando se trataba, simplemente, de quedar en ridículo”. De aquí que convenga a la humanidad aprovechar el heroísmo peculiar de los filósofos -señala Ortega- y con otras palabras nosotros diríamos que tan importante como aprender a reflexionar y dedicar tiempo a la observación es, así mismo, importante el idear nuestras posibilidades e introducir en la reflexión las diferentes variables, incluso las ridículas, incluso las filosóficas.

Hemos empezado con Hazlitt que intentaba poner un poco de “ciencia” o método en el pensar, pero a medida que avanzaban las ideas de este autor más difícil se hacía responder a la premisa inicial de su libro “el pensar como ciencia” y más nos apuntaba a conceptos expuestos –con clara crudeza- por Ortega.  Cuanto más entramos en intentar organizar el pensar más nos encontramos con el vivir, con el ser humano que tiene tantas variables que no es posible “cientificarlo”. El miedo al ridículo, como hemos señalado, rigidifica a muchas personas y las deja sin iniciativa y por otra parte -señala Hazlitt-, los prejuicios están constantemente imponiéndonos “ideas” y actitudes. Actualmente no tenemos más que ver debates sociales o políticos en medios audiovisuales para terminar al cabo de una o dos horas sin haber llegado a ninguna conclusión; y lo malo es que al día siguiente puede repetirse lo mismo con el mismo final, y al otro día y al otro…

Existe el prejuicio de imitación que –señala Hazlitt- es incluso más común entre los llamados “intelectuales” y es la forma más popular de prejuicio: la “modasofía” es difícil de desarraigar. El miedo al ridículo es también un prejuicio social pero así mismo lo es el miedo al error. Thomas Huxley (abuelo de Aldous y Julian Huxley)[4], indicaba cómo en el mundo no había nada mejor que estar en lo cierto, pero después de eso no hay nada mejor que estar clara y categóricamente  equivocado, porque entonces puede descubrir la persona, en algún momento antes o después, un mejor camino, lo que no ocurre si anda titubeando entre la verdad y el error sin llegar nunca a nada: “si admite en algún momento su error para la mayoría de las personas quedará  más en desprestigio que si se hubiera aferrado a la idea o postura errónea hasta el fin de sus días; pero unos pocos apreciarán su gesto y admirarán su grandeza”.

Cuando queremos llegar a un método científico de pensar, nos encontramos que reflexión, filosofía, lógica, historicidad, educación y temperamento junto a otros muchos factores hace que terminemos como casi empezábamos: con un pensamiento quebrado, desordenado y embrollado. Creo que Hazlitt  economista y pensador de origen norteamericano se atrevió valientemente a intentar aplicar un método utilitario al razonar y por lo menos no tuvo prejuicios al considerar que el que hace de manera operativa y sistemática una forma de reflexión ya gana frente a los muchos que ni siquiera han llegado a ese punto. El miedo a reflexionar, el miedo al ridículo el miedo a la diferencia razonada son quizá unos de los prejuicios mayores que siguen, en la actualidad, -casi 50 años después de la segunda publicación de su libro en 1969-, imperando en nuestra realidad vital.

Mi abuelo decía que a finales de siglo XIX y principios del XX si alguien te decía que no tenías razón era un insulto pues era como decirte  “tonto”, discapacitado e incapaz de pensar. Hoy en día es peor, ya nadie se enfada porque te digan que no tienes razón: a la mayoría les da igual tus razones pues solo les interesa si son útiles o no, y poco lo que piensas. Ahora el ser humano cada vez tiene menos “naturaleza propia”[5]; ahora la naturaleza del ser humano se ha convertido en “utilidad”. Como señala Hazlitt “la inviolabilidad de los derechos no se basa en una mística, aunque manifiesta, `ley de la naturaleza´, (sino) últimamente en consideraciones utilitarias”. O como señala Ortega: si dirigimos unas miradas a la política y a la vida social, nos encontramos que nadie quiere tener razón. No es que no la tenga, es que deliberadamente les trae sin cuidado tenerla o no. ¿Qué es lo que quiere entonces la gente? Por lo visto no interesa la idea de las cosas, sino que se quieren las cosas mismas. No se estima al que piensa las cosas, sino al que las quiere con resolución; se desestima la inteligencia, se prefiere la voluntad. ¡La voluntad [utilidad, eficacia] esta es la nueva diosa![6]

Ya en la recta final de este artículo voy a utilizar la pregunta de  Campbell y Singer para iniciar unos comentarios:

¿Hay alguna esperanza de que el cerebro llegue a comprender al cerebro?[7]

Podemos responder: evidentemente cada vez más aprendemos de nosotros mismos. ¡Perdón, he utilizado un tópico! Y se usan hoy en día tantos tópicos que es bueno excusarse de vez en cuando al usarlos.

Cada vez más sabemos sobre cosas de nuestro cuerpo, pero ¿el ser humano sabe más sobre él mismo que hace 200 años, sobre sus valores, sobre quién es él mismo? Por lo que veo que ocurre en África y en muchos países del segundo mundo no es así. Pero no hay que irse tan lejos, pues en este primer mundo siguen ocurriendo barbaries humanas casi a diario, y si gran número de gente no agrede físicamente al vecino, por una disputa nimia, es porque la ley les penaliza significativamente. Se habla de la violencia de género como una aberración social y humana ¿pero quién habla de forma categórica e insistente sobre la violencia (a secas) como un paradigma social evolutivo que ha de asimilarse como una creencia, como una vigencia social, como un uso?[8]

¿Qué es peor que agredan sexualmente a una mujer de 22 años o que le den una paliza sin venir a cuento, a un varón de 22 años rompiéndole varias costillas, la nariz… y dejándolo casi con necesidad de ser hospitalizado por las lesiones?

Cada uno debe pensárselo, pero adelanto una idea: el problema no está en el acto sino en la cruel intención que parte no solo del cerebro del atacante sino de todo su ser. ¿Serviría en estos agresores que reflexionasen 30 minutos diarios sobre su pensamiento? ¿O tendremos que conseguir un desarrollo gen-ético de forma que el cerebro no sea capaz de contemplar el acto agresivo tal cual? Mientras no nos centremos en ello seguiremos hablando (aunque sigue siendo muy necesario en nuestro momento histórico) de agresión sexual, física, psíquica, agresiones que producen graves lesiones y otras que en las que las lesiones no son tan graves.

“Los vivos están gobernados por los muertos” decía Auguste Comte. Es decir, la vida humana actual está condicionada por la historia y por esto necesitamos una nueva anticipación histórica, una nueva asimilación de valores humanos.

En el siglo XXI el pensamiento sigue quebrado, desordenado y embrollado porque aun “lo desconocido es lo cotidiano”[9]. El ser humano ha recorrido tantos caminos en tan poco tiempo que está perdido en ellos mismos, en sus creencias (que no las reconoce) y en sus valores (sobre los que apenas reflexiona). Aún no es capaz de hacer un ordenamiento finito de las miles y miles de variables que pasan por su cabeza. Y cuando se plantea esto llega, la gran mayoría, necesariamente al ahogo en la sinfinitud.[10]

Y casi termino nombrando a Jaspers: [11]

“La totalidad de una imagen del mundo se ha desintegrado. Hay muchas ideas y nunca una idea en general, como idea de las ideas. La ciencia ha quebrantado la autoridad, la tradición, la revelación, convirtiéndose en el instrumento del hombre asentado sobre sí mismo.  No rindió lo que al comienzo parecía prometer: concepción del mundo, afirmación de valores, conocimiento de la meta. Afirmando más de lo que podía afirmar, se traicionó a sí misma y, como cultura, se alejó del ser”.

Para terminar: puede que el hombre moderno quiera pensar como ciencia, que quiera que su pensamiento sea científico; pero si ello llega a ser alguna vez predominante en él, entonces estoy seguro que querrá volver a ser de nuevo “el hombre”.

————————————————————

[1] El Pensar como Ciencia fue editado por Nova, Buenos Aires, 1969 (segunda re-edición). Henry Hazlitt (28 de noviembre de 1894 – 8 de julio de 1993) era un filósofo y economista liberal estadounidense, y periodista del The Wall Street Journal, el New York Times, Newsweek y The American Mercury, entre otras publicaciones. Se le reconoce a Hazlitt el haber llevado la Escuela Austríaca de Economía a las audiencias de habla inglesa.  http://es.wikipedia.org/wiki/Henry_Hazlitt .

[2] Para Ortega es un error definir la creencia  como idea ya que en la creencia no se da una operación del mecanismo “intelectual”, sino que es una función del viviente como tal, que orienta su conducta y su quehacer. Las creencias constituyen el estrato básico, el más profundo de la arquitectura de nuestra vida. Vivimos de ellas y por lo mismo no solemos pensar en ellas. Nuestras creencias más que tenerlas las somos. (José Ortega y Gasset. Historia como sistema y otros ensayos de filosofía  1941. Revista de Occidente. Alianza Editorial

[3] ¿Cuál es la empresa más difícil del mundo?: Pensar (Emerson),

[4] Biólogo y gran pensador británico, defensor de la teoría darwiniana y que, entre otras muchas cosas, hizo famosa la frase en el debate con el Obispo de Oxford (1860) “prefiero descender de un simio antes que de un obtuso como usted” http://es.wikipedia.org/wiki/Thomas_Henry_Huxley

[5] Sin entrar aquí en la discusión de si existe una “naturaleza humana”

[6] La voluntad utilitaria y eficaz como costumbre o hábito es considerada de gran valor en las sociedades modernas, pero como señala Jaspers (Filosofía Tomo II) lo que suele quedar en las personas que toman este camino como un fin es “un residuo de hombre dirigente y maquinal”. No es mala si se considera solo como una infraestructura del desarrollo personal – tal como lo proponía Hazlitt-.

[7] Campbell y Singer. Estrés, drogas y salud. Editorial Ariel, 1987

[8] El Uso: para que una forma de vida, opinión, conducta se convierta en uso, en vigencia social, es preciso “que pase tiempo” y con ello que deje de ser una forma espontánea de la vida personal. El uso tarda en formarse y la instauración de un nuevo uso, una nueva opinión pública como  creencia colectiva, como una nueva moral…, es la determinación de lo que la sociedad en cada momento quiere ser, y de lo que ha sido. (Ortega y Gasset)

[9] La Tecno-Antropología. Jordi Colobrans, Artur Serra, Ricard Faura, Carlos Bezos, Iñaki Martin. Comunicación presentada a XII Congreso de Antropología (León Septiembre 2011)

[10]  La Sinfinitud supone que existe un número finito de algo pero tan grande que no somos capaces de abarcarlo, por ejemplo: el número de granos de arena de las playas de Sicilia es inmenso pero finito… pero nadie sabría exactamente cuantos granos hay. No es un número infinito, es sinfinito. Llamamos sinfinito lo que en una vida o en la historia entera de la humanidad no pudiera recorrerse, aun cuando matemáticamente pudiera ser calculado. La sinfinitud es superada en la realidad por la infinitud llena de contenido y esta es accesible por virtud de la idea.

[11] Karl Jaspers. FILOSOFIA. Tomo I. Ediciones de la Universidad de Puerto Rico. Revista de Occidente, Madrid, 1958.

Acerca de juanrojomoreno

Profesor Titular de Psiquiatría Universidad de Valencia
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2 respuestas a LA QUIEBRA DEL PENSAMIENTO

  1. pacotraver dijo:

    Una matización Juan: no creo que la ciencia sea responsable de esa quiebra de la concepción del mundo que nombras. Mas bien creo que esa función corrió a cargo de la Ilustración y la sustitución y transferencia de la fe religiosa en la fe cientifica. La idea de «progreso» y la idea de que la humanidad puede ser mejorada a través del conocimiento cientifico es una idea apocaliptica que procede de la jacobinizacion del mundo.

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    • Paco tienes toda la razón en la importancia de la ilustración, etcétera. Pero no digo que la ciencia sea la quiebra del pensamiento, sino que me sirven como punto de inicio las ideas del libro de Hazlitt, y cuando las intento desarrollar me encuentro con problemas y así sigue el articulo analizando esas variables. Gracias por tu comentario.

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