¿POR QUÉ AGREDEN LOS HOMBRES A SUS MUJERES?


Juan Rojo Moreno

         Leyendo el interesante libro de psiquiatra P. Cubero Bros “El grupo Paranoide”[1] me ha llamado la atención cómo se hace esta pregunta, tal como he titulado este artículo. Independientemente de que el hecho del maltrato de género (y singularmente el del hombre hacia la mujer) sea un tema que tiene amplia, pormenorizada y experta biografía, al ser una constante y desgraciada actualidad, y aunque aquí no me es posible profundizar detalladamente en el conocimiento de este campo que tantos y magníficos expertos tiene, no obstante, sí he querido hacer unos comentarios a propósito de la referencia del Dr. Cubero.

Se refiere este autor a la Tiranía Doméstica, en donde quien dictamina es una sola persona, con mano dura, imponiendo enérgicamente sus decisiones. Normalmente es el varón quien la ejerce y la mujer es la víctima y los hijos también lo son o, por lo menos, estos últimos, vivencian  como asustados espectadores, las agresiones a la madre. Frecuentemente los pacientes con padres alcohólicos nos cuentan sus recuerdos, como asistentes atemorizados de estas agresiones realizadas verbales o físicas durante la infancia. La instauración de la violencia suele ir progresivamente en aumento, y es muy frecuente que estos maltratadores domésticos sean considerados en sus ámbitos extrafamiliares y profesionales como simpáticos, agradables, comprensivos, respetuosos, solidarios, razonables, divertidos, etc.

A pesar que aparentemente podríamos decir que la convivencia es para la pareja totalmente insatisfactoria, no obstante, se mantiene una relación muy dependiente entre ellos y a ambos miembros les aterroriza la posibilidad de ruptura, de forma que, a menudo, tras las agresiones hay intensas reconciliaciones e inclusos verdaderas “lunas de miel” compensatorias o demostrativas de su amor. Las justificaciones del acto maltratador suelen ser por parte del varón,  o bien señalando el derecho que tiene a hacer con su mujer lo que le plazca (es en realidad una cosificación de la mujer, una propiedad), o bien por los celos que considera en ese momento fundados o porque la mujer no está demostrando que lo ama suficientemente, o también puede ocurrir el acto agresivo por considerar que la mujer no ha cumplido bien con sus labores de casa y/o con los hijos. Muchas veces se produce la agresión física porque la mujer le ha “molestado” (al varón) de forma inadecuada, y en el fondo de todas estas justificaciones hay un sentimiento de educar o castigar. En algunas ocasiones solo se justifican por haber tenido el varón un mal día o por no haberse podido controlar el genio o por el consumo de alcohol.

Tradicionalmente, en la cultura occidental,  hasta hace 100 años (por redondear) se veía normal que el hombre pegara a su mujer que no tenía capacidad de pensar, y por supuesto tampoco de votar ni de intervenir en las “cosas importantes o complicadas de la vida”. Como señala Lucía Criado Torres, a la mujer desde la época medieval “se la consideraba sin rigor por el simple hecho de ser mujer, con inteligencia y capacidades menores, y en casos extremos incluso sin alma”.[2]  L. Criado señala como en el siglo XVIII  si bien ya se crea la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana (1791, Olympe de Gouges) y en 1792  Mary Wollstonecraft publica su obra “Vindicación de los Derechos de la Mujer”[3]  no obstante la educación predominante sigue teniendo la influencia de Rousseau:

[…] referirse a los hombres. Agradarles, serles útiles, hacerse amar y honrar por ellos, educarlos de jóvenes, cuidarlos de adultos, aconsejarlos, consolarlos, hacerles la vida agradable y dulce: he ahí los deberes de las mujeres en todo tiempo, y lo que debe enseñárselas desde su infancia. […]

La primera noticia del interés de la mujer por los estudios superiores es del 2 de septiembre de 1871, cuando Mª Elena Masseras consigue un permiso especial del Rey Amadeo de Saboya para realizar estudios de segunda enseñanza y poder continuar en la Universidad; la presencia de mujeres en la Universidad española durante el siglo XIX es, por tanto, prácticamente anecdótica y, además, parte de las alumnas consignadas en ellas, no acabaron la carrera.[4] Como referencia de lo que aún ocurría en este siglo, en la ciudad de Nueva York, en 1825, en un caso judicial consta la agresión recibida con un cuchillo y fractura de brazo de una mujer a manos de su esposo. El tribunal no concedió el divorcio por considerar honesta y razonable la actuación masculina, en tanto tenía el propósito de ayudar y enseñar a su esposa para que no cometiera más errores.[5]

Aún sigue siendo normal en algunas culturas existentes hoy en día en donde la mujer es considerada un ser muy inferior –tremendamente inferior- en comparación con el hombre.  Sólo por nombrar un ejemplo  cultural, entre los indígenas Yanomani las palizas constituyen la norma y no necesitan justificación. Estas frases –o parecidas- de la “mujer en la cocina como las gallinas y con la pierna rota” o “un buen tortazo a tiempo hace que se comporte bien”, eran frecuente en muchas sociedades occidentales aún a finales del siglo XIX y principio del XX, y se veían con naturalidad.

Siguiendo con el maltrato, por su parte, las mujeres repiten justificaciones que asombran por su simplicidad y son del tipo: me lo he merecido, o bien sé que “se ha podido pasar un poco pero me quiere, nos amamos”, y minimizan la gravedad de las agresiones. Cuando avanza la frecuencia, y generalmente la dureza de las agresiones, arguyen la imposibilidad de independizarse o de sacar adelante a los hijos (aunque muchas mujeres que tienen trabajos que les permitiría independizarse también justifican y permiten estas agresiones). A medida que pasa el tiempo y se repiten las agresiones las mujeres maltratadas suelen aislarse del resto de la familia y relacionarse menos con sus amistades, les cambia el carácter y se hacen más inseguras.

El por qué sigue existiendo esta práctica con demasiada frecuencia, incluso en los países civilizados en donde está condenada constantemente por los medios de comunicación y por las leyes, ha sido abordado desde múltiples perspectivas. Se ha hablado de un orden socio-económico cultural que, basado en la ideología patriarcal, propugna la supremacía del varón y justifica la explotación y el uso de la violencia para mantener su status quo: “vemos cómo después de los siglos la idea del Derecho Romano de la fragilitas feminis sigue estando presente en el consciente o subconsciente, individual o colectivo, y como se ampara la utilización de la violencia como moneda de cambio a la protección social, familiar, física… que el hombre le da. Él aporta seguridad, estabilidad, control, orden… y la mujer debe ofrecer obediencia y sumisión”[6].

Otra forma de interpretar la violencia doméstica –señala P. Cubero- es como un instinto biológico propio del macho. También debido al alcohol que favorece la celotipia y la desinhibición de impulsos. También se ha hablado en términos psicodinámicos de la identificación de las mujeres con el agresor. Pero P. Cubero aporta una interesante perspectiva al señalar la interpretación de esta relación agresión-agredida como expresión de una dinámica paranoide. Considera que la obstinación (frente al mundo) que tienen en su conducta ambos miembros así como la temática que se utiliza, son indicios paranoides. Es un indicio paranoides, en primer lugar, el tema de la traición (temida, imaginada o delirada por el hombre y sentida por la mujer como culpa), en segundo lugar lo es también el tema de la superioridad del macho que enlaza con la tendencia paranoide a conceder una importancia central  a la posición jerárquica en las relaciones de pareja. En tercer lugar, el tema del querer demasiado hace que la cuestión del amor sea una preocupación central. Este trema del amor ilimitado nos remite a los delirios erotomaniaco y maniacos; y por último y en cuarto lugar, la tendencia a aislarse del entorno y a la fuerte interdependencia hace que para quien no conoce los malos tratos, la pareja parece fuertemente cohesionada, -al igual que ocurre en las sectas paranoizadas- y se oyen frases como “van juntos a todas partes” o “no sabemos nada de ellos, apenas se dejan ver”.

COMENTARIO

         Creo que todas estas interpretaciones son muy interesantes y necesarias y que nos ayudan a comprender mejor el fenómeno de la violencia doméstica y muy especialmente la de género (contra la mujer) e intentar mediante el análisis, en cada caso individualizado, ver qué camino es el más adecuado para ayudar a estas mujeres y si es posible –lo más deseable- prevenir la situación de agresión.

Pero no obstante creo que no se está llegando al fondo, no luchamos al “mil x cien” sobre la causa primera, la causa original. Estamos en el siglo XXI y no tenemos que agarradnos obsesivamente a las concepciones del mundo, de la familia y de la mujer que existieron hace 2,3 o 10 siglos. Quizá no podamos ahora, ¡y ya! cambiar lo que ocurre en el caso de los indígenas Yanomani, o en muchas de nuestras familias, pero los modelos, los paradigmas, cambian al mundo. Siempre me ha llamado la atención ver en países subdesarrollados en donde  incluso la alimentación puede ser precaria y las casas habitáculos maltrechos, no obstante, poder observar en el tejado básico que tienen, una antena parabólica y ver salir a una persona de esa cabaña -que seguramente no tiene ni agua potable- con un teléfono móvil en la mano.

¿Dónde ha de germinar este paradigma fundamental que acabe con la violencia doméstica en todo nuestro planeta?

Desde luego ha de germinar y crecer y hacerse referente absoluto en las sociedades avanzadas para que al igual que la parabólica y el teléfono móvil, que hemos nombrado arriba, al final sea imprescindible en cualquier parte del planeta.

¿Y cuál es este paradigma?

         Algo que parece muy simple, muy básico, e incluso manido de tantas veces que se ha dicho: ¡No es admisible la violencia! (no la violencia a niños, o la de género o la machista o la… ¡no! todo tipo de agresión).

Y como esto parece aún hoy una utopía, hagamos un subparadigma que pueda ser más cercano, accesible y práctico, por ahora:

¡No es admisible la violencia física!

¿Tan difícil es meter en nuestros cerebros primitivos –aunque se hayan adaptado bien la técnica- que no se puede agredir físicamente a nadie? Por lo que veo sí que es difícil.

Creo que si hacemos una reducción  a lo primario de la agresión (domestica, de género etc.) el núcleo fundamental es: el más fuerte se siente capaz de dominar al más débil. Y esto es lo original, lo primario, lo que subyace en el fondo de toda violencia, ya sea de género o ya sea la que ocurre cuando voy por la calle y tres o cuatro anormales deciden pegarme una paliza porque algo no les gusta de mí o simplemente porque les da la gana. Esto es lo que ocurre cuando en algunos países islámicos, actualmente, en una guerra se asesinan –y se jactan de hacerlo- a 200 prisioneros para demostrar su poder, o se degüellan a periodistas. Esto es lo que ocurre cuando un país que se siente más fuerte manda sus tanques para someter a otro, o parte del otro, porque considera que “debe hacerlo”. Esto es lo que ocurre cuando un hombre pega a su pareja. Y esto es lo que ocurre cuando ves una manifestación política o sindical y dices abiertamente que no estás de acuerdo con lo que expresan, y esto es lo que ocurre… todos los días  también en los países civilizados.

Alcanzar este nuevo paradigma consiste, definitivamente en hacerlo vigente.

Cuando algo es vigente (Ortega),  los usos sociales, las creencias, las ideas del momento histórico se imponen automáticamente a los individuos; éstos se encuentran con ellos y aunque los rechacen o los acepten, la realidad es que son vigentes. Cada uno de nosotros tenemos que hacer la vida dentro de un mundo definido por un sistema de vigencias (usos, ideas, creencias, principios… que actúan sobre nosotros desde la sociedad, impersonalmente). Las vigencias me son impuestas y tengo que contar con ellas, quiera o no. Las vigencias se ejecutan en un determinado nivel histórico. Se me imponen las vigencias. Las personas de la misma generación no tienen por qué responder del mismo modo a las vigencias, pero si tienen en común que han de reaccionar ante la misma realidad (si comprendemos la “sensibilidad vital” de los hombre de una generación ante sus vivencias podremos comprender esa época y cuáles fueron las características de esa generación). Por esto “cada generación representa una cierta actitud vital”. Cada generación tiene dos dimensiones: una consiste en recibir lo vivido -ideas, valoraciones, instituciones, usos, vigencias, en definitiva-  pero al mismo tiempo como el hombre hace mundo, fabrica mundo constantemente “el hombre es un fabricante nato de universos”[7].

Mientras no avancemos e incorporemos, desde la edad infantil, este valor a nuestro acervo gen-ético, como una vigencia, como una idea interiorizada y corporizada, que se distribuya por las raíces de nuestra planetociedad (sociedad planetaria), el nuevo paradigma del respeto en la alteridad, de ausencia de violencia física, no avanzará.

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[1] El Grupo Paranoide. Pedro Cubero Bros. Ediciones Experiencia, 2005

[2] https://www.ugr.es/~inveliteraria/PDF/MUJER%20COMO%20CIUDADANA%20EN%20EL%20SIGLO%20XVIII.%20LA%20EDUCACION%20Y%20LO%20PRIVADO.pdf

[3] https://es.wikipedia.org/wiki/Mary_Wollstonecraft

[4] https://personal.us.es/alporu/historia/mujer_educacion.htm

[5] https://www.eumed.net/rev/cccss/11/ldpc.htm

[6] Lorente M. Mi marido me pega lo normal. Barcelona (España); Ares y Mares, 2001 (citado P. Cubero)

[7] HISTORIA COMO SISTEMA Y OTROS ENSAYOS DE FLOSOFÍA (José Ortega y Gasset)   1941. Revista de Occidente  en alianza Editorial. También en EL MÉTDO HISTÓRICO DE LAS GENERACIONES. Julián Marías. Edita Selecta de Revista de Occidente, 1967 (2ª Ed)

Acerca de juanrojomoreno

Profesor Titular de Psiquiatría Universidad de Valencia
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Una respuesta a ¿POR QUÉ AGREDEN LOS HOMBRES A SUS MUJERES?

  1. ELIA ROCA DIJO: Elia Roca. Otro tema importante e interesante. Tiene que ver con la capacidad de «maldad» del ser humano hacia los otros seres humanos, en este caso hacia las mujeres y mediante la violencia. Con aquello de que, en ocasiones «el hombre es un lobo para el hombre».
    Es muy necesario que, desde todas las posiciones, también desde el análisis filosófico y desde la investigación científica, se vaya clarificando esta cuestión para que podamos ir acercándonos al desarrollo de valores mas pro sociales que permitan una especie humana y unas normas, valores e instituciones sociales, que fomenten lo mejor de nuestra especie y de nuestra sociedad.
    Estamos lejos de que esto se consiga, sobre todo si damos una mirada global a los países más pobres y al auge del estado islámico. Pero la especie humana ha salido adelante en situaciones aun mas complicadas y disponemos de una nueva realidad: la globalización y el acceso a la cultura y a la información a través de internet.
    Esperemos que todo esto ayude y que se vaya imponiendo lo mejor del ser humano, la empatía y el respeto hacia los demás, y los valores y practicas pro-sociales.

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