Juan Rojo Moreno
Hace algunos años leyendo un libro sobre el Triángulo de las Bermudas me llamó la atención una de las “visiones” que refería una persona que decía haber tenido allí una experiencia extraordinaria; en esa “visión” percibió una tierra extraña que atribuía a otra dimensión en la que veía, de forma no muy definida, a personas o seres que estaban muy ajetreados, muy activos, moviéndose muy rápidos. Quizá el mundo actual no ha llegado a eso, en su conjunto, al ser muy polimorfo, pero en las sociedades avanzadas y en las que pretenden serlo la velocidad en el funcionamiento diario se ha trasformado en modo de vida y a veces incluso en un prototipo deseable en ciertas instancias. Muchos autores desde hace casi 100 años ya han hablado de la mecanización de la vida humana y de la “robotización” de nuestro ajetreado vivir que hace que el mañana sea una repetición del hoy sin prácticamente más. Incluso en el ensayo infantil (y de adultos) de Michael Ende, del año 1973, “Momo” ya se hablaba de los hombres grises que comían tiempo. Como dice Jean-Paul Sartre en su primera novela “Nausea”: piensan en mañana, es decir simplemente en un nuevo hoy; las ciudades solo disponen de una sola jornada que se repite, muy parecida, todas las mañanas.
Jean Paul Sartre escribió su primera novela con el título “La Náusea” (1946)[1] y mi intención no es hacer una revisión de los conceptos existenciales que maneja Sartre en esa novela sino utilizarlos como cifras referenciales para unos comentarios.
- La náusea y perplejidad
- La soledad
- El instante y la “existencia”
1- La náusea y perplejidad
La palabra Náusea proviene del griego “naûs” (nave) y se refiere tanto a las ganas de vomitar como a la aversión que se puede tener por algo. Cuando los antiguos marinos se iniciaban en la navegación, las mareas (de latín “mare”) hacían que padeciesen “mareos” por lo que frecuentemente vomitaban y de ahí derivó el término náusea, asociándola con las naves y con el mareo. Es decir con algo que es capaz de trasportarte y también con algo que es capaz de estropearte la travesía.
La filosofía existencial que expresa Sartre, junto a muchos otros autores, es generalmente agridulce: por una parte nos alumbra rincones desconocidos y recónditos del ser humano enseñándonos parte de nuestra complejidad, pero al mismo tiempo nos hace ver nuestra miseria y el sinsentido de mucho de lo que hacemos. Nos permite con satisfacción conocer más del hombre pero al mismo tiempo cuanto más lo conocemos, en cierto modo, más nos apena. Por esto señala el protagonista de La Náusea que “quisiera ver claro algo en mí antes que sea demasiado tarde”. Y realmente el problema con el que nos encontramos antes y después es que no vemos las cosas claras. Si levantamos un poco la mirada y reparamos en el hombre y en su mundo, el conjunto nos origina mareo, nausea y en ocasiones perplejidad.
El adjetivo perplejo significa que nos embrolla completamente, nos lía. Es una acción de confundirnos, plegarnos, enredarnos. Y esa confusión es la que nos marea. Vemos el mundo y las barbaridades que ocurren en él y nos abatimos aunque a menudo (o alguna vez) ocurre que repentinamente descubrimos, como si necesitase emerger, una acción magnífica humana, un ser sublime, una dádiva de la naturaleza. Y realmente no lo entendemos, no nos comprendemos. Por esto decía que la filosofía existencial es agridulce, cuanto más conocemos al ser humano menos lo comprendemos, nos alegra y nos deprime. ¿Es el mismo ser humano? Hasta ahora tenemos que decir que sí, aunque uno de los mayores asesinos en serie capturado recientemente en Brasil, que había matado a más de 40 personas y tenía preparada una nueva lista de futuras víctimas, ha dicho que no se arrepiente y que si sale de la cárcel seguirá matando porque le gusta: “mataba por placer, me quedaba allí un rato y después me iba” (sic).
En la novela de Sartre aparece el personaje “autodidacta” un hombre que quiere aprender del mundo a través de la biblioteca leyendo libros y más libros por orden alfabético de la A a la Z. Es una forma de dar racionalidad a las cosas, de querer conocer con orden, aunque al final este personaje se pierde por sus sentimientos (es acusado de pederasta). La racionalidad es una de las formas que nos da coherencia y estabilidad, nos permite relacionarnos con los demás sin grandes sobresaltos; ha sido uno de los grandes avances de la humanidad más desarrollada. Pero como le ocurre al personaje Autodidacto de Sartre si solo introducimos en nuestra vida la racionalidad entonces, repentinamente, nos podemos sentir desbordados por la emocionalidad, las fuerzas de las vivencias, muchas de ellas destructoras o inadecuadas. Y esto es también una de las cosas que más nos perplejiza de nuestras sociedades: la dificultad de armonizar lo racional y lo emocional; hay gente y grupos tan emocionales que no comprendemos como “no son capaces de comprender”; y hay otros grupos que se enfrentan a “los otros” en discusiones interminables racionales y más racionales que no conducen a nada más que a diálogos de sordos, pero muy bien expresados. En esos diálogos, que tan a menudo vemos entre partes discordantes, se usan palabras, frases, lenguaje, racionalidad, se entienden entre ellos pero no se comprenden, como el que mira al otro y no lo ve o como el personaje de Sartre que se mira al espejo y no se reconoce “no comprendo nada en este rostro […] ni siquiera puedo decir si es lindo o feo, y me choca que puedan atribuirle cualidades de este tipo, como si llamaran lindo o feo a un montón de tierra o a un bloque de piedra”.
Náusea, perplejidad y existencia es un conjunto frecuente y también angustiante. Hay que huir. Y una forma de hacerlo es, como el autodidacto, con la racionalidad: “mis razones”, “lo que yo pienso” de la A a la Z. Mis argumentos están formados con ese vocabulario, tus argumentos también, pero la validez de tus argumentos no es la misma que la validez de los míos pues tus conclusiones son erróneas: ese es el paradigma racional que tanta veces atonta a una sociedad y a grupos de personas con intenciones comunes, y más cuando son esgrimidos por algunos que se llaman a sí mismo “intelectuales”.
2- La soledad,
Quizá las sociedades cuanto más modernas más favorezcan la soledad. Puede parecer paradójico pues hay muchos más medios de comunicación y en las grandes ciudades más gente. Pero el que haya más gente y más medios de comunicación no quiere decir que la gente se comunique más. Cuántas veces vemos una y otra vez a personas solas y abandonadas en sus pisos en las grandes ciudades, cuántas veces vemos a personas todo el día en comunicación con grupos de WhatsApp o redes sociales similares mirando el teléfono o el ordenador horas y horas y que se encuentran tremendamente incomunicadas, y cuántas veces vemos pueblos en los que quedan 5 habitantes y todos se llevan mal, entre ellos, aunque puedan al mismo tiempo estar comunicados con el mundo vía internet. La comunicación no es sólo por número o por medios, es porque se haya creado un poso cualitativo de alteridad. Y la soledad, da miedo, horroriza, -si no es un avance en la evolución personal a través de la alteridad-[2]. Como dice Antoine Roquentin (el protagonista de la novela Náusea) “cuando tenía ocho años y jugaba en Luxemburgo había uno que iba a sentarse en una silla junto a la verja. No hablaba pero de vez en cuando extendía la pierna y se miraba el pie con aire espantado. En ese pie llevaba un botín, en el otro una pantufla. Le teníamos un miedo horrible porque sabíamos que estaba solo”. Y entonces se pregunta el protagonista ¿es eso lo que me espera? Por primera vez me hastía estar solo.
Y la soledad así contemplada moviliza angustia porque como dice Jaspers “nadie puede ser feliz solo. Yo soy con lo que son otros”.
Cuando estuve en Suiza haciendo una estancia formativa hospitalaria, en los años 80s, ya me comentaron como uno de los graves problemas sociales y psicológicos que había era “la soledad”, y ahora en poblaciones en las que el porcentaje de vejencia es mucho mayor parece que asumamos con cierta impasibilidad que el drama de la soledad de los mayores es algo de “otros”. Hace poco oí la noticia que un marido de 90 años mataba a su mujer de 89 y luego se suicidaba. La noticia la dijeron una vez y pasó muy desapercibida; realmente no conozco los detalles del “caso” pero en ningún momento (y estuve atento ese y los días siguientes) oí un planteamiento “a propósito” del drama que a muchos ancianos les lleva a no querer vivir por el abandono y la soledad. Como dice Roquentin ¿es esto lo que nos espera?
Una manera de huir de la soledad es atraparse en el “Instante”
3- El instante y la “existencia”
Al final, para muchos, todo esto es demasiado complicado y se unifica en vivenciar El Instante, “cada instante aparece para traer los siguientes. Me aferro a cada instante con todo el alma; sé que es el único, irremplazable” y esta es la existencia inauténtica (de la que también hablaron existencialistas como Heidegger o Jaspers). La existencia del momento y sin plantearnos más cosas; una salida desangustiante para muchas personas que saltando de instante en instante consiguen sobrevivir en el día a día, narrando historias vividas que no son más que instantes acumulados.
El hombre es siempre un narrador de historias, vive rodeado de sus historias y de las ajenas, ve a través de ellas todo lo que le sucede, y trata de vivir su vida como si las contara. Por momentos –rara vez- se hace el balance. Dura lo que un relámpago. Después de esto empieza de nuevo el desfile, prosigue la suma de horas y días, Lunes, Martes, Miércoles, Abril Mayo, Junio, 1924, 1925, 1926. Esto es vivir. Pero al contar la vida, todo cambia; solo que es un cambio que nadie nota; la prueba es que se habla de historias verdaderas. Como si pudiera haber historias verdaderas (Sartre).
Y por esto la vivencia del tiempo, de la propia historia y del futuro cambia con el trascurso de la vida. Durante la juventud y hasta cierta mediana edad los instantes pasados no tienen tanto peso y la voluntad se dirige hacia los imaginarios instantes futuros que son los que aparecen cargados de significado vital. Pasada esa edad crítica ocurre lo contrario: la narración de la historia pasada es la que prevalece y la fuerza de los instantes imaginados futuros es más débil y entonces ya “el futuro” se considera que está en los jóvenes.
El protagonista de Nausea (Antoine Roquentin) ha llegado a lo que Jaspers denomina una Situación Límite (un estado de “existencia”). Está en absoluta soledad, su misión (era escribir un libro de historia) ahora ha desaparecido y se encuentra en la vivencia del absurdo completo; por esto dice “cuando uno vive no sucede nada, los decorados cambian, la gente entra y sale, eso es todo. Nunca hay comienzos, los días se añaden a los días sin ton ni son en una suma interminable y monótona”. Entonces Roquentin deja de trabajar y se pregunta “soy, existo, pienso luego soy; soy porque pienso ¿por qué pienso? No quiero pensar más, soy porque pienso que no quiero ser, pienso que… porque… puf”. Y al día siguiente ya solo escribe en su diario tres palabras “Nada. He existido”.
Las situaciones límites son angustiantes y han de resolverse; no se puede estar prolongadamente angustiado en una Situación Límite. Puede huirse de esta angustia abrazando una “existencia inauténtica”, negando la realidad vital, volviendo al Instante. Pero también puede que aparezca el verdadero sentido de la “existencia” y entonces aparece una claridad, un don, un nuevo significado fuera del tiempo y del espacio normal. Y aquí Sartre utiliza la palabra “Náusea” para indicar esta nueva vivencia que no se puede describir, que no tiene palabras para racionalizarla, que si queremos analizarla o explicarla nos marea, nos embrolla. Roquentin lo expresa así:
“Las cosas se han desembarazado de sus nombres, estoy en un jardín público, me siento en un banco y debajo de mis pies pasan las raíces negras de un castaño, y de golpe, de un solo golpe el velo se desgarra, he comprendido, he visto. He comprendido. La Náusea no es una enfermedad ni un acceso pasajero: soy yo. En el jardín tuve la Iluminación. No podía pensar en nada solo que había pertenencia. Si me hubieran preguntado qué era la existencia, habría respondido que no era nada. La existencia de golpe estaba allí, clara como el día, se descubrió de improviso. Era la materia misma de las cosas, aquella raíz estaba amasada en existencia; las verjas del jardín el césped ralo, todo se había desvanecido, la diversidad de las cosas, su individualidad solo era una apariencia, un barniz. Muchos de los objetos que tenía a mi alrededor me incomodaban, no teníamos la menor razón de estar allí ni unos ni otros. De más fue la única relación que pude establecer entre los árboles, las verjas, los guijarros. –De más el castaño allá frente a mí. De más… Pensaba sin palabras, en las cosas, con las cosas. Y sin formular nada claramente comprendía que había encontrado la clave de la existencia, la clave de mis Náuseas. Todo era al mismo tiempo absoluto y absurdo ¡Oh! ¿Cómo podría fijar esto con palabras? Absurdo, irreductible, nada podía explicarlo. Ahora ni la ignorancia ni el saber tenían importancia; el mundo de las explicaciones y de las razones no es el de la existencia. Los sabores, los sonidos, los olores eran Turbios. La cualidad más simple, la más indescomponible tenía de más en sí misma con respecto a sí misma. Aquel negro junto a mi pie (la raíz del árbol) semejaba un color pero también… una magulladura o más bien una secreción, una grasitud y un olor; aquello se fundía en olor a tierra mojada, a madera tibia y mojada en olor negro extendido como un barniz sobre la madera nerviosa, en sabor de fibra masticada azucarada. Simplemente, yo no veía ese negro y al fin ya no era nada porque era demasiado”.
“Aquel momento fue extraordinario: yo comprendía la Náusea, la poesía. A decir verdad no me formulaba mis descubrimientos, pero ahora podría expresarlos con palabras [segundo lenguaje][3]. Existir es estar ahí, simplemente los existentes aparecen, se dejan encontrar, pero nunca es posible deducirlos. Ningún ser necesario puede explicar la existencia. Yo era la raíz del castaño. O más bien yo era, por entero, conciencia de su existencia. –Todavía separado de ella –puesto que tenía conciencia- y sin embargo perdido en ella. El tiempo se había detenido, era imposible que viniera algo después y todos esos existentes no venían de ninguna parte ni iban a ninguna parte. Aquello no tenía sentido, el mundo estaba presente, en todas partes presente, adelante, atrás. No había habido nada antes de él. Nada. No había habido momento en que hubiera podido no existir”.
“Y entonces de golpe, se produjo un paso del que no tuve conciencia, el jardín se vació como por un gran agujero, el mundo desapareció de la misma manera que había venido; a mi alrededor quedaba tierra amarilla de donde brotaban ramas erguidas en el aire”.
La vivencia del momento de “existencia” supone un cambio en el protagonista, hay un cambio del rumbo de vida, ya no es posible seguir haciendo lo que hacía; la vida ha hecho crisis. Decide irse a vivir a Paris.
PARA TERMINAR
¿Ignoramus o Ignorabimus? (¿Ignoramos o ignoraremos?)[4]
La filosofía existencial entronca con la realidad humana del día a día y por lo tanto solo cabe decir que ignoramos (Ignoramus) actualmente muchas de nuestras capacidades, de nuestras potencialidades, ignoramos realmente qué es la esencia del ser humano, y si nos lo preguntamos seria y profundamente no sabemos definir, sin dudar, ni qué es el Ser ni que es lo Humano. La filosofía existencial nos conecta también con la “existencia” y por lo tanto con la Trascendencia. Pero ¿siempre ignoraremos? (Ignorabimus). Yo soy optimista y espero que no, aunque he de admitir que hasta ahora no conseguimos alcanzar, si consideramos a la humanidad en su totalidad y en su evolución, más que a tener una significativa “Nausea”. Y que cada cual entienda esta “Náusea” como mejor considere según las diferentes acepciones que aquí hemos dado.
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[1] La Náusea Jean Paul Sartre. Editorial Losada, Buenos Aires, 1947. Hay muchas referencias a esta obra y resúmenes: https://es.wikipedia.org/wiki/La_n%C3%A1usea o https://www.youtube.com/watch?v=vQqOhtLKSv8 . Se puede descargar el libro gratuitamente en https://www.elejandria.com/libro/la-nausea/sartre-jean-paul/220
[2] La soledad como parte de la evolución positiva del ser humano la define bien Jaspers: “La soledad no es idéntica a estar aislado; La soledad es la conciencia de estar dispuesto para la posible “existencia” que únicamente en la comunicación se realiza […]La soledad imponente, majestuosa, de los grandes filósofos no es una soledad querida, sino el inmenso esfuerzo de su pensamiento hacia la comunicación, que quieren auténtica” (Filosofía, Tomo I)
[3] El “primer lenguaje” es el que le llega de forma primaria por las vivencias pero que no le es posible articular con claridad y raciocinio.
[4] “Ignoramus et ignorabimus”. Expresión latina difundida por el médico berlinés Emil du Bois-Reymond. En el año 1872 viajó de Berlín a Leipzig para dar una conferencia sobre el tema “Los Límites del Conocimiento de la Naturaleza”. Esta conferencia causó gran revuelo porque Du Bois-Reymond explicó que nunca se conseguiría hallar la solución de una serie de problemas científicos. Terminó su disertación con las siguientes palabras: `Ignoramus et ignorabimus´ (ignoramos y nunca sabremos) https://en.wikipedia.org/wiki/Ignoramus_et_ignorabimus