Juan Rojo Moreno
Escribir “desde” Max Scheler supone que mi intención no es ni mucho menos resumir esta obra de la que ya hay múltiples resúmenes y reflexiones que son fáciles de encontrar en Internet, así como el mismo libro que es de descarga gratuita El Puesto del Hombre en el Cosmos https://docer.com.ar/doc/n10ex58
Es una obra póstuma pues escribió el prólogo en abril de 1928 y en mayo de ese mismo año fallece repentinamente de una enfermedad cardiaca.[1]
Vamos a destacar algunos aspectos que nos invocan a ciertas reflexiones que son válidas hoy en día. Hay que tener en cuenta que Scheler era un fenomenólogo (formado con Husserl, el padre de la fenomenología) y que por lo tanto los afectos son dados desde el principio a las personas. Igual que cuando vemos una pared blanca no hacemos una percepción y luego deducimos que es blanca, sino que el color se nos da de forma primaria al mismo tiempo que la percepción, igual ocurre con los sentimientos.
Además, Scheler tiene la gran virtud, no solo por su capacidad, que nunca le importó corregirse y ampliaba o modificaba lo anteriormente escrito (esto le originó agresivas críticas). Hacía continua dialéctica consigo mismo y su concepción del mundo.
Conocer la estructura esencial del hombre es su fundamento y ya entonces se congratula que esto no sea solo un campo filosófico sino también médico, biológico, sociológico y psicológico.
Ahora que acabamos de considerar a los animales (en España oficialmente) como seres sintientes y que no son cosas, se cumplen las ideas que ya anticipó Scheler cuando diferenciaba la evolución vital de los vegetales y plantas enraizadas al suelo y nutriéndose de lo inanimado inorgánico pero no pudiendo escapar en su “mundo” más que en la longitud “me nutro de abajo crezco hacia arriba”, y ni siquiera tienen independencia en la procreación sino que dependen del polen, de las abejas, del aire, de los insectos…
Claro que los animales son diferentes a las plantas.
Las plantas poseen, a diferencia de los minerales, un impulso vital (que Scheler llama afectivo estático) sin conciencia ni representación y, como el mismo término “impulso” indica, no hay sentimiento ni instinto. Pero puede atribuírseles un “ser íntimo” del que carece la materia inorgánica. No obstante, carecen de la referencia a un centro, que es propio de la vida animal. Les falta por completo esa reflexión, por primitiva que sea, y su existencia se reduce a la nutrición, crecimiento, reproducción y muerte.
Y cuando nos referimos al hombre, la misma palabra designa un conjunto que se opone del modo más riguroso al concepto de “animal en general”. Esto va a llevarnos al concepto esencial del hombre que es el tema que subraya Scheler en este libro: considerar si tiene alguna base legítima ese concepto que concede al hombre como tal un puesto singular, incomparable con el puesto que ocupan las demás especies vivas.
Un problema no resuelto del ser del hombre hoy en día es que aún mantiene ese impulso afectivo básico que también tienen las plantas, aunque en éste, en su evolución, como capas de una cebolla, se han ido interponiendo sus nuevas complejidades evolutivas, pero no podemos generalizar a todos por igual, siendo que en algunos prevalece más el impulso afectivo estático que otros avances evolutivos.[2]
La inteligencia se produce de modo rigurosamente uniforme y paralela a la vida anímica asociativa. La memoria asociativa la atribuimos únicamente a los seres vivos cuya conducta se modifica en forma dotada de sentido. En esto se basa la conducta emanada del principio ensayo-error. ¿Los animales no realizan esta conducta, pero hacen ensayos errores? Por supuesto que sí. El hombre tiene una ventaja y es que puede imaginar y fantasear, antes del ensayo, cual puede ser probablemente o con una probabilidad aproximada el resultado. Esta capacidad de la fantasía y de imaginarnos objetos esenciales, formas, trayectorias previas al ensayo…, nos ha dado ventaja evolutiva sobre todos los animales, incluso con los más cercanos a nosotros como son los chimpancés.
Como señala Scheler no hay casi asociación ninguna sin influencia intelectual. Pero nunca se da el caso de que el tránsito de la reacción asociativa causal a la reacción inteligible crezca en rigurosa relación de continuidad con el número de ensayos. El paso del azar al “sentido” tiene lugar algo antes de lo que el puro principio de la prueba-error haría esperar conforme a las reglas de la probabilidad.
Ciertamente, la creatividad y los novedosos logros humanos, no han sido por pensar miles de horas en lo mismo ni por encontrar la solución en anteriores asociaciones. Lo creativo rompe la regularidad de lo asociado.
La influencia del principio asociativo significa en la estructura del mundo psíquico (más a medida que algunas civilizaciones han realizado su Renacimiento) la decadencia del instinto.
El principio de asociación en relación con la inteligencia técnica es un principio de rigidez de hábitos, pero con respecto al instinto ha supuesto un poderoso instrumento de liberación.
La evolución a una inteligencia práctica supone una adaptación nueva a lo nuevo, o como señala Scheler: un ser vivo se conduce inteligentemente cuando pone en práctica una conducta caracterizada por las notas siguientes: tener un sentido, no derivarse de ensayos previos, responder a situaciones nuevas y acontecer de súbito y sobre todo independientemente del número de ensayos.
Esto se ha podido observar, aunque con dificultad, en conductas nuevas adaptativas de los chimpancés, pero lo que nunca han llegado a dar es el salto del signo al símbolo, y descubrir las ideas esenciales (poder articular en su mente imágenes esferoides, triangulares, independientemente de los objetos), es decir, alcanzar el concepto límite perfecto.
Pero por llegar, en estos casos de los chimpancés, a poder manifestar más que una conciencia básica (de lo vivido en el instante) y poder articular cosas para alcanzar resultados nuevos, es por lo que se ha prohibido la experimentación investigadora en estos animales (y otros grandes simios)[3]. Como señalaba Scheler, en todo lo afectivo el animal está mucho más cerca del hombre que en lo que se refiere a la inteligencia [de objetos esenciales]; ofrendas, reconciliaciones amistades y otras cosas parecidas pueden encontrarse entre ellos.
En España el 2 de diciembre de 2021, el Congreso aprobó una nueva ley para que los animales dejen de ser considerados “bienes inmuebles o cosas”, y ahora serán reconocidos como “seres sintientes” o seres vivos dotados de sensibilidad.
La inteligencia humana se caracteriza por tener una “X”, un referente que comprende el concepto de la razón, emprende ideas y también entiende una especie de intuición, la de los fenómenos primarios o esencias (para Scheler esa X es el espíritu). La propiedad fundamental de un ser “espiritual” es su independencia, libertad o autonomía existencial frente a los lazos y a la presión de lo orgánico, de la “vida” y por ende también de la inteligencia impulsiva propia de ésta. Semejante ser “espiritual” no está vinculado a sus impulsos, ni al impuso circundante y está abierto al mundo. Semejante ser “tiene mundo”.
Este construirse un mundo, una concepción del mismo, y “tener mundo” va unido a que en el hombre la vivencia de la realidad no es posterior, sino anterior a toda “representación” del mundo (es primaria) y gracias a su capacidad de formalizar las esencias puede desrealizar el mundo.[4]
¿Qué significa desrealizar el mundo o “idear” el mundo? Significa, señala Scheler, abolir, aniquilar fictivamente el momento de la realidad misma. Y por esto el hombre es el ser vivo que puede adoptar una conducta ascética frente a la vida. Comparado con el animal que dice sí a la realidad incluso cuando la teme y rehúye, el hombre es el ser que sabe decir no, el asceta de la vida, el eterno protestante contra toda mera realidad.
El hombre es el único que puede elevarse por encima de sí mismo, como ser vivo, y convertir las cosas, y entre ellas también a sí mismo, en objeto de su conocimiento. Esta facultad de separar la existencia y la esencia constituye la nota fundamental del espíritu humano.
A veces, para lo mejor, pero otras para lo peor, y por eso se ha dicho que el hombre puede ser más o menos que un animal, pero nunca un animal.
Mejor o peor el hombre hará su “mundo” pues como escribe Scheler: «cuando el hombre se ha colocado fuera de la naturaleza y ha hecho de ella su “objeto”, se vuelve en torno suyo, estremeciéndose, por decirlo así, y se pregunta ¿Dónde estoy yo mismo? ¿Cuál es mi puesto? Ya no puede decir con propiedad “soy una parte del mundo; estoy cercado por el mundo”; pues el ser actual de su espíritu y de su persona es superior incluso a las formas de ser propias de este “mundo” en el espacio y en el tiempo».
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[1] Max Scheler. El puesto del hombre en el cosmos. Editorial Losada S. A. Biblioteca filosófica. Buenos Aires, 1938 (Décima edición 1972)
[2] Y esto mismo lo podemos detectar en algunos animales, no solo en chimpancés sino también son múltiples las experiencias que tenemos, por ejemplo, en perros.
[3] En 2008 Estados Unidos prohibió la experimentación médica y de laboratorio con chimpancés en todo su territorio. Esta «victoria» ha sido posible gracias a la firma de la «Chimpact» por parte del presidente de Estados Unidos, George Bush, con la que quedaba prohibido el envío de chimpancés a centros de experimentación médica, tanto públicos como privados. En España en 2013 el Consejo de Ministros aprobó un Real Decreto que «prohíbe expresamente» la experimentación con los grandes simios (gorilas, chimpancés, orangutanes y bonobos).
[4] Cuando vamos a entrar en una habitación de una casa conocida, antes de entrar el cerebro ya hace una pre-presentación automática, de lo que espera encontrarse antes incluso de haber entrado.