Juan Rojo Moreno
La obra de Adela Cortina “Ética cosmopolita. Una apuesta para la cordura en tiempos de pandemia”, analiza magistralmente los aspectos del título y otros diversos[1].
Muchos nos hemos dado cuenta que en la “era de internet” que ha supuesto una revolución en la comunicación humana, también se esperaba de ella que al estar más intercomunicadas todas las partes del planeta fuese, entonces, más fácil la democratización y mejoría de los valores éticos y sociales, aunque solo fuera por el contraste entre lo que ocurre en tu continente, país o ciudad y lo que ocurre en otros. Pero ya han pasado más de 30 años de comunicación social, de planetociedad, y lo que vemos es casi lo contrario.
Algunos países que se habían “democratizado” han vuelto a formas pseudodemocráticas, en los que si bien hay unas elecciones populares en las que “el pueblo” puede votar a sus dirigentes, no obstante, o bien se encarcela antes a la oposición o se anulan medios de difusión informativa de los que no apoyan al “poder”. Nos sirve como ejemplo lo que ha ocurrido (y ocurre) en Rusia, Bielorrusia, Venezuela, Nicaragua y algún otro país. Son las llamadas “democracias iliberales”.
Como señala A. Cortina “el progreso no es lineal, venimos viviendo desde el cambio de siglo el retroceso del mejor de los sistemas políticos, venimos viviendo una recesión democrática… parece que los medios sociales que nacieron con la promesa de fortalecer la democracia, dado su funcionamiento, están ayudando a socavarla en muy buena medida.”.
Quizá en gran parte con tanta planetización hayan menguado valores universales y el problema de fondo sea que nos hemos saturado de técnicas, conocimientos y multicultura, sin que tengamos una jerarquía de valores consensuada.
Recuerda Philip Pettit que los mecanismos de control de una sociedad moderna son fundamentalmente tres: la mano invisible de la economía de mercado, la mano visible del Estado y la mano intangible de los valores. En el mismo sentido Levitsky y Ziblatt (2018) señalan que, aunque las democracias cuentan con constituciones y reglas escritas, no obstante, funcionan mejor y son más duraderas en los países en los que están reforzadas con reglas del juego no escritas que son códigos de conducta que la comunidad acepta y respeta.
Fijémonos, incluso en países con democracias plenas (que no son tantas en el mundo) que puntuaciones o valoraciones suelen tener la “clase” o líderes políticos… y, entonces, entendemos como la transmisión de valores jerárquicos positivos se encuentra menguada. Como señala Cortina “en el mundo del marketing económico está prohibido tratar de vender el propio producto desacreditando a los contrarios; en la política diaria es, por desgracia, el método habitual… y es descorazonador que la destrucción sistemática del adversario genere votos y que las pruebas palmarias de que algunos políticos han mentido abiertamente o han difundido bulos, no merezcan ningún castigo en las urnas… el esquema simplista nosotros/ellos resultan sumamente rentable”.
Las encuestas de calidad de los representantes y estructura políticas muestran constantemente un problema que no solo no se ha resuelto, sino que ha ido aumentando: la desafección de la gente por sus estructuras y representantes. Es necesario, señala Cortina, construir credibilidad, generar confianza y capital social, crear amistad cívica.
Pero por desgracia cuando en una encuesta un representante político tiene una puntuación de 2,5 sobre 10, lo que más le importa “parece ser” es que el opuesto tenga un 3,2 y el otro un 2,1. No se plantean que una puntuación tan baja es de por sí ya un problema social.
Otra cuestión que trata con mucho acierto A. Cortina es el problema de la gerontofobia y nos lleva este asunto al triaje médico que se ha hecho con los mayores en el periodo más álgido de saturación hospitalaria y UCI.
Ya escribí en su momento sobre la edad mayor o “vejencia«. Si vivimos mucho somos considerados como una especie “de cáncer social” , como unos Viejos Crónicos y que como toda enfermedad crónica la mejor “curación” que tiene es que desaparezca lo antes posible (lo agudo, es decir los recién viejos son más soportables, pero su duración, su cronicidad, es perjudicial) y señalaba como con los achaques, físicos y psíquicos, no siempre esta edad ha sido bienaventurada pues como decía Gracián “hemos llegado sin sentir a los helados dominios de la vejencia, con sus honores y horrores”.
Sí, cierto, se lleva mucho tiempo haciendo triaje en Medicina sobre todo en urgencias médicas y en la elección de ciertos tratamientos oncológicos, cirugías, etcétera. Salió repetidamente la noticia en los informativos que no se trataban del Covid19 a ancianos de residencias y que muchos médicos llorando les decían a familiares que no ingresaban en UCI a personas tan mayores pues tenían menos posibilidades de supervivencia y había déficit importante de recursos.
No es lo mismo hacer un “triaje” en urgencias para detectar que es lo realmente urgente, que hacerlo segregando por edad un tratamiento contra una enfermedad. El triaje, trillaje o cribado, del francés “triage” significa cribado o clasificación; con la misma etimología que el español trillado «separación del grano de la paja». Es un método de selección y clasificación de pacientes, empleado en enfermería y en medicina de emergencias y desastres. Evalúa las prioridades de atención, privilegiando la posibilidad de supervivencia, de acuerdo con las necesidades terapéuticas y los recursos disponibles. En una guerra tras un bombardeo y un solo médico que tenga que atender a los heridos no será lo mismo asistir a un paciente con 10 impactos de bala que a otro con 2 impactos siendo que el primero esté a punto de morir y el segundo pueda ser salvado. No es esto lo mismo que “por ser anciano”, por tener Alzheimer, por estar en una residencia, automáticamente te hagan el filtro de la no atención hospitalaria o en UCI.
Tenemos que ponernos de acuerdo: ¿hay gerontofobia? ¿A los pacientes con Alzheimer, aunque estén respiratoriamente bien, les hacemos triaje y a morirse?”. Un capitulo dedica A. Cortina en nuestra obra de referencia, titulándolo: “Gerontofobia. Un atentado suicida contra la dignidad humana”. En este capítulo explica muy bien, entre otras cosas, la necesidad de individualización clínica, diagnóstica, pronóstico y calidad de vida si se plantea la necesidad de un triaje. Pero muy acertadamente señala: “Triaje. Toda vida humana tiene igual valor… y se prescribe explícitamente no discriminar por razón de edad o discapacidad… los pacientes de mayor edad deben ser tratados en las mismas condiciones que el resto de la población, atendiendo a cada caso particular, y lo mismo sucede con las personas con discapacidad o demencia”.
Quizá en la pandemia y ante las exigencias de triaje más de uno de nuestros dirigentes pudo pensar, en su intimidad, como el ministro japonés de finanzas en 2013 que se explica a continuación (aunque como puede haberlo pensado en su intimidad nunca lo sabremos con seguridad a diferencia de Taro Aso que lo dijo explícitamente).
Parece muy rudo, es lo menos que puede decirse, que en su momento (2013) el ministro japonés de finanzas Taro Aso pidió a los ancianos “que se den prisa y se mueran” para así aliviar la carga fiscal que originan por su atención médica: “clamó contra las unidades de reanimación y los tratamientos para prolongar la vida”, según el diario The Guardian, que le cita explicando que le sentaría mal que le ayudaran a prolongar su vida, más si cabe sabiendo que ese tratamiento lo paga el Estado. Taro Aso, ministro japonés, sobre los ancianos: «¡Que se den prisa y se mueran!» (telecinco.es)
Como señala Cortina “la mentalidad griega y la latina desprecia a quien no se basta a sí mismo, sea anciano o enfermo, porque al enfermo se le tiene por infirmus, débil, pusilánime y la falta de firmeza no merece aprecio” y por esto, señala, cuidar a vulnerables, a los débiles y a los enfermos que hubieran perecido sin remedio en la lucha y el conflicto entre los más fuertes ha sido y es el mayor timbre de gloria de los seres humanos.
Mucho tenemos que reflexionar en esta era tan acelerada, tan comunicada pero que apenas da tiempo para uno mismo.
Hay que exigir reflexiones tanto de los problemas de la gerontología, de la vejez, que ahora no es político denominarla así sino solo como “edad mayor” (adulto mayor es un término reciente que se le da a las personas que tienen más de 65 años de edad) o de la gerontofobia y de toda la “guerra” actual en las redes, del poder de los datos, del uso de nuestra privacidad y si pueden incluso de nuestra intimidad.
Muchas de estas reflexiones y otras más que han sido muy bien desarrolladas por A. Cortina en su obra que es de agradecer.
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[1] Adela Cortina; Ética cosmopolita, Una apuesta para la cordura en tiempos de pandemia. Editorial Paidós (Estado y sociedad), 2021. [no haceos resumen de esta obra sino solo nos ha servido como guía]