Juan Rojo Moreno
Un problema que se plantea Bertrand Russell es si podrá sobrevivir la ciencia tal como la concebimos hoy en día y cuando la separemos de las supersticiones y fantasías que aún persisten desde su infancia.[1]
¿Hay superstición en la ciencia que tiene ese riguroso método científico?

Desde luego que sí. La ciencia ha conseguido tan grandes avances que se ha idolizado como aquello que ha de resolver todos los males del mundo. Ahora con la pandemia Covid-19 ante el desastre humano y económico no son tantos (aunque seguro que los hay) los que hacen un análisis global del cómo y porqué de esta repercusión inconmensurable, más allá de que la ciencia nos muestre que es un virus, que está identificado y codificado y que ha descubierto cómo se expansiona o infecta de manera tan rápida y subrepticia.
Y mientras padecemos esta pandemia lo único que nos queda es esperar a que la ciencia a todo galope encuentre una vacuna y ya se resolvió todo el problema (?). Una vez más la ciencia va a ser la solución del sufrimiento de la humanidad.
Por esto señala Russell que “la ciencia en su estado actual es en parte agradable y en parte desagradable. Es agradable por el poder que nos da para manejar lo que nos rodea. Es desagradable porque, a pesar de nuestros esfuerzos por disimularlo, es de un determinismo que acarrea, teóricamente, el poder de predecir los actos humanos”, de manera que restringe nuestra libertad sobre nosotros mismos y lo que nos rodea, al ser nuestra creencia irracional en la causalidad lo que domina.
Ahora llegará el momento de tomar medidas correctoras sociales y económicas obligadas por los “expertos e intelectuales” aunque como menciona Russell: “el intelecto es realmente un instrumento de la parcialidad”. Pero se asignarán a las decisiones gestos emocionales que hagan empatizar al reo con su ejecutor, aunque en gran medida la mala gestión del administrador sea “la causa” de gran parte del desastre personal y social.
Como señala Russell: “una habilidad política especial consiste en saber qué pasiones pueden despertarse y como impedir que una vez despiertas puedan dirigirse contra uno mismo o contra sus partidarios… Si algún partido político observa una conducta según la cual tiene que hacer mucho mal para lograr un fin bueno, la necesidad del escepticismo es grande en vista de lo dudoso de los cálculos políticos…Cualquier movimiento político que aspire al éxito apelará instintivamente a la envidia, a la rivalidad o al odio, y nunca a la necesidad de cooperación. Queremos a alguien a quien odiar cuando sufrimos. Deprime tanto el pensar que sufrimos por necios y, sin embargo, esa es la verdad con respecto al género humano. Esa es la causa de que ningún partido pueda adquirir fuerza si no es por medio del odio; tiene que presentar a alguien a quien condenar”.
Bueno, en este tiempo tan convulso hay que nombrar que aparecen incluso los “antivacunas” y los “antimascarillas” (o negacionistas), pero no les dediquemos más tiempo pues bien señala nuestro autor cómo “el irracionalismo nace casi siempre del deseo de afirmar algo para lo cual no hay evidencia o de negar algo evidente”.
Russell que ha sido un liberal muy inteligente, si bien apostilla nuestra obra de referencia como “ensayos sin optimismo”, realmente es muy optimista cuando considera que al ser una persona racional la que por su inteligencia modula y regula sus deseos, entonces el gobierno de nuestros actos por la inteligencia es, en último término, lo más importante y lo único que hará posible la vida social a medida que la ciencia aumente nuestro poder destructivo para con los demás. Si bien entiende que “la educación, la prensa, la política y la religión están al lado de la irracionalidad, no obstante acudimos a la inteligencia cada vez más extendida para el remedio de los males que sufre la humanidad”.
Si damos por supuesto que realmente está aumentando la inteligencia de la humanidad (lo cual es dudoso) quizá debamos pensar con E. Fromm que “la razón se deteriora a la vez que crece la inteligencia, dando así lugar a la peligrosa situación de proporcionar al hombre la fuerza material más poderosa sin la sabiduría para emplearla”.[2]
La mecanización, la informática, los microchips han alterado nuestra manera de vivir pero no nuestros instintos. No hay más que ver lo que se publica en alguna red como Twitter (con bastante anonimato) en la que no son raros los deseos de muerte o de desgracia para los que no piensan como uno. La autodisciplina moral y la prohibición externa -señala Russell- no son los mejores métodos para luchar con nuestros instintos destructivos. Habrá que buscar, de una vez por todas, en este siglo XXI, un método pedagógico que sea capaz de enseñarles ya a los niños antes de los 5-6 años la bondad de lo unitivo frente a lo tánico.[3]
Para Russell la solución frente a los instintos destructivos está en que la ciencia si bien ha hecho maravillas en el dominio de las leyes físicas: “pero nuestra propia naturaleza es menos comprendida que la de las estrellas o electrones. Cuando aprenda a comprender la naturaleza humana, entonces podrá traer felicidad a nuestras vidas, felicidad que la mecanización y las ciencias físicas no han podido crear” [optimista lo veo yo].
Peacock se refirió a “la sociedad con intelecto de vapor” criticando el avance de la ciencia mecánica en el siglo XIX.[4] Hoy nadie va a criticar en extremo los beneficios que los grandes avances científicos nos han aportado y muy significativamente en el siglo XX y algo (por estar empezando) en este XXI. Pero esa frase de Peacock es útil para que, pasado más de un siglo desde que la pronunciara, nos volvamos a plantear si hemos ido dejando nuestro futuro y destino, no en relación con nuestro propio proceso de individuación socio-cultural, sino en su mayoría prácticamente en espera de que el resultado de la “mecanización” nos marque el rumbo a seguir. Y cuando ésta no funciona y el ser humano y la sociedad sufre, lo más fácil es culpar a la estructura superior, ya sea Estado, Europa, Norte o Sur América, China, Rusia, o al planeta entero que no es capaz de acomodarse a nuestros deseos programados.
Como señala Russell “se cree que la felicidad la proporcionará los ingresos económicos y aunque algunos, y no siempre convencidos, rebaten esta idea en nombre de la religión o la moral, no obstante, se alegran si los ingresos les aumentan”.
Todo esto siempre subrayando como ya hicieron Julian Huxley o Teilhard de Chardin que no es posible plantearnos una evolución humana creativa sin que estén asegurados los recursos mínimos de subsistencia [y la escolarización]. Pues es a partir de que se tienen aseguradas las necesidades básicas cuando vemos, en las sociedades avanzadas, cómo muchas personas descubren y fertilizan su deseo de conocer enseñanzas interiorizantes, o el arte o las ciencias cuando éstas son explicadas con cierta gracia para todo el mundo. Solo así comprendemos como han tenido tanto éxito libros como Breve Historia del Tiempo, El Gran Diseño o el Universo en una Cáscara de Nuez de Stephen Hawking sobre física y el universo, por poner un ejemplo.
Esto es bien llamativo, y en este sentido sí que parece que se sugiera un “aumento” de la inteligencia y de sus capacidades en las sociedades más avanzadas. Pero creo que es como cuando se ve una pantalla en blanco de un televisor (de los antiguos) que no sintoniza ningún canal con múltiples puntos moviéndose (la radiación de fondo de microondas) pero la verdad es que la pantalla sigue siendo blanca.[5]
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La obra de Bertrand Russell Ciencia, Filosofía y Política nos ha servido para analizar cuestiones fundamentales y estructurales y a la vez para reflexionar sobre la actualidad en este siglo XXI. Esta obra comprende ocho ensayos que él califica de no optimistas y se considera especialmente cauto en relación a lo que pueda pasar en el futuro. En sus propias palabras: “Hay dos maneras de escribir sobre el futuro: la utópica y la científica. La científica trata de descubrir lo probable; la utópica expone lo que le gustaría al autor. En una ciencia bien desarrollada como la astronomía nadie escogerá la utópica: no se profetizan eclipses por el mero hecho de que sería bonito observarlos. Pero en los asuntos sociales los que creen haber descubierto leyes generales que les permiten vaticinar el futuro no son tan científicos como lo pretenden”.
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[1] Bertrand Russell. Ciencia, filosofía y política. Ensayos sin optimismo. Editorial Aguilar, 1968. Va a ser nuestra obra de referencia.
[2] Erich Fromm. La Condición Humana. Biblioteca del hombre contemporáneo, Editorial Paidós, Buenos Aires, 1970 (es nuestra obra de referencia) (Publicada también en El Dogma de Cristo, 1964)
[3] Para Russell la época más importante para la educación va desde la concepción hasta los 4 años (aun no ve viable cómo hacer la educación prenatal): “hoy sabemos que lo que se tiene por `naturaleza humana´ se compone de un décimo de naturaleza humana y nueve décimos de educación. Lo que se llama naturaleza humana es susceptible de ser cambiado completamente por la educación en los primeros años.” En conjunto coincide con otros autores como Melanie Klein y con Alfred Adler siendo este último, quizá el primero de todos, quien subrayó la importancia de la educación y pedagogía del “sentido social” en el periodo infante antes de los 5-6 años.
[4] Esta referencia de Russell debe ser de T. M Peacock uno de los autores satíricos más representativos de la transición al siglo XIX https://es.wikipedia.org/wiki/Thomas_Love_Peacock
[5] En cosmología, la radiación de fondo de microondas (en inglés Cosmic Microwave Background o CMB) es una forma de radiación electromagnética descubierta en 1965 que llena el Universo por completo. http://www.dipler.org/2009/05/el-big-bang-en-tu-television/