LA IGNORANCIA LÚCIDA


(y la efectividad)

Juan Rojo Moreno

         Cada vez más sabemos algo de todo, aunque hay algunos que saben mucho de muy poco. La Ignorancia Lúcida es el título de la autobiografía del filósofo y antropólogo Luis Cencillo[1] y que nos sirve de referencia al plantearnos cuestiones sobre el conocimiento y el ser humano.

Cierto que ahora con el problema de la pandemia del Covid-19 hemos podido oír a los “expertos” de algo opinar de todo y a los que no son expertos opinar constantemente sobre algo. Definitivamente esta situación de crisis mundial nos ha enseñado que en gran parte no estamos en el “mundo de la información”, como jactanciosamente nos hemos creído, sino que más bien estamos en el “mundo de la opinión” pues gracias a la lucidez de nuestra ignorancia todos nos sentimos capaces de opinar con claro aserto sobre lo que está más allá de nuestro conocimiento. Nos hemos culturizado en opiniones.

Señala L. Cencillo que cuando se encuentra uno “existiendo”, emergiendo de una nada, instante tras instante, quiere saber a qué atenerse y compruebas que lo ignoras todo.

La ignorancia, frente  a la cultura del conocimiento, es una lacra que aún padece gran parte de la humanidad. Lo malo es cuando ignoramos con lucidez la ignorancia que tenemos, entonces a menudo el mañana es solo un hoy repetido. Como señala Sartre se piensa en mañana, es decir simplemente en un nuevo hoy; las ciudades solo disponen de una sola jornada que se repite, muy parecidas, todas las mañanas[2].

La lucidez de nuestra ignorancia evita plantearnos como hizo Emil du Bois-Reymond: “Ignoramus et Ignorabimus”: ignoramos y nunca sabremos.[3]

Bien, quizá ahora sí que creemos saber opinar y al igual que el “autodidacta” (de la novela de Sartre) que quiere aprender del mundo a través de la biblioteca leyendo libros y más libros por orden alfabético de la A a la Z, ahora nosotros gracias al mundo de las redes sociales y de los programas televisivos o de radio, somos autodidactas de la opinión.

Pero la realidad, señala Cencillo, es que nadie sabe de qué va su vida: a lo sumo las religiones y las “sapiencias” y filosofías tratan de orientarnos algo […] pero ignorándolo todo en los comienzos, suele acabarse, tras decenios de desazón y hasta de tedio, llevando un existir cargado de sentido, pero que no es vivido como sentido sino como carga.

Por esto para L. Cencillo lo real suele ser lo efectivo, pues en definitiva todo lo que puede producir cambio es eficaz. Y por lo tanto, en último término, el criterio para discernir lo real sería su efectividad. Y para él la categoría de la evolutividad histórica es un aspecto dimensional de la praxis. La verdadera realidad de algo, señala, no es sino su eficacia que es capaz de producir modificaciones, situaciones y relaciones en este mundo.

Puede que en nuestros tiempos esa efectividad sea la que busca la dirección opinada. Igual da que sea verdad o no, lo que importa es que alcancen fines mediáticos y que sean efectivos para los intereses primarios.

En esto se basa los mass-media o medios de comunicación de masas que son canales no personales de difusión de mensajes al público general. La opinión “personal” es la que en estos canales consideran que es eficaz porque puede modificar actitudes de la población, aunque esa opinión “personal” es solo la común de los que apuntan en una dirección. Actualmente, no tenemos más que ver debates sociales o políticos en medios audiovisuales para terminar al cabo de una o dos horas sin haber llegado a ninguna conclusión; y lo malo es que al día siguiente puede repetirse lo mismo con el mismo final, y al otro día y al otro…

Frente al mundo de la eficacia y de la directibilidad de nuestras convicciones debida a la “mass-opinion”, podemos convencernos a nosotros mismos de nuestra originalidad en base a los valores que hemos creado. Señala L. Cencillo que si no se asume una constelación de valores que nutra convicciones motivadoras, el sujeto no tiene medio alguno para no dejarse manipular y desfigurar su perfil de personalidad. Ya indicaba Huxley que “nadie puede probar  que los valores desempeñan una parte en el proceso de la evolución biológica, pero nadie puede negar que lo desempeñan en los asuntos humanos”[4]

 ¿Pero cómo construimos valores sólidos personales?

 Esto no es tan fácil. Como nada existe por sí mismo, ni  la belleza, ni las cosas, ni las leyes científicas, sino que siempre se requiere la participación humana, lo importante no es el valor en sí, sino la construcción de valores. Y hoy en día, nos dice Julián Marías: todo lo firme se ha vuelto vacilante… hay una inseguridad acerca de los valores y fines de la vida. La inseguridad, la zozobra y la impresión de vacío dominan al hombre en medio de la multitud de los conocimientos [y opiniones].[5]

Solo tenemos que comprobar los grandes movimientos electorales, políticos y sociales que se están produciendo en nuestro siglo XXI que se estructuran más sobre movilizaciones de deseos emocionales que sobre esquemas intelectuales.

Quizá por esto nos quejemos constantemente de la falta de valores. El problema no está en la carencia de los mismos sino en que los “valores” cambian en poco tiempo en un mundo tan interconectado, y esta concepción del mundo tan sensorial y fluyente no permite un contraste sosegado de los valores paradigmáticos (referenciales). No tenemos más que ver los movimientos que se han originado en el siglo XXI en los sistemas sociales en distintos países a medida que han tenido acceso cada vez más a la globalización rápida de la información (tanto la que producen como la que reciben) y cómo los modelos de pensamiento ahora se asimilan, casi a la “velocidad de la luz”, desde una parte a otra del globo terrestre, dejando perplejos a políticos, sociólogos y a sistemas comunitarios que realmente no saben cómo “encauzar” lo que tan rápidamente se mueve.

Y a menudo los manipuladores están perplejos pues con sus opiniones, repetidas hasta la saciedad, creen ser creadores de valores que suponen se estructuran sobre la base de lo que desea la población, pero no tienen en cuenta (o sí) que, como señala Cencillo “el psiquismo humano, en cuanto motor de la praxis, siempre se haya animado por el deseo infantilmente referido a objetos fantaseados”. Y crear valores humanos, cuando estamos en periodos de crisis, en base a deseos infantiles y fantasiosos no consigue una estructura o sentido estable por lo que el mensaje ha de ser repetido una y otra vez, o cambiado a otro que también será repetido obsesivamente. Pero sin conseguir definitivamente el objetivo que se busca (excepto para los acólitos de siempre).

Hay ciertos comportamientos -señala nuestro autor- que aunque favorezcan al colectivo o a algún sujeto privilegiado, no dan verdadero sentido a la gente (a su existencia) sino que más bien le quitan a la vida o a los actos y comportamientos de cada sujeto el poco y frívolo sentido que pudieron haber tenido.

Son actos y conductas que realmente hacen mal y daño inútil a otros, y solo por querer salirse con la suya disfrutan sádicamente de un trato ásperamente superior (o lo enmascaran  con técnicas de imagen  y con palabras “del bien común”). Amargan la vida, empequeñecen la autoestima y favorecen el odio. Pero indican que no debemos atrevernos a discutir sus criterios, opiniones y sus puntos de vista que muchas veces –dicen- están basadas en consejos de supuestos “expertos”.

Actualmente disentir de las opiniones “oficiales” o de los “valores” impuestos por la supuesta “verdad social” hace que estos valedores tiránicos nos quieran dejar, por disentir, cono horteras o cursis o desinformados. No es raro ver a personas privilegiadas querer ridiculizar a los que se manifiestan en contra de estos valedores, aunque ellos mismos tengan un nivel de vida privilegiado por sus viviendas o condición. Pero lo que importa en estos casos no es que se tengan valores sino utilizar los argumentos y medios para querer imponer, si pueden, que “su valor” es el verdadero.

Como señala Cencillo: la constancia y la tenacidad de esas conductas [y opiniones] gratuitamente destructivas de la confianza en sí, y su intervención en circunstancias decisivas, les presta su asombrosa eficacia para tiranizar infaliblemente el ánimo, las iniciativas y la autoestima de los “otros”.

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Luis Cencillo nos introduce en la filosofía vital de la efectividad en el mundo práctico que es la realidad. [6] En el pensamiento filosófico que muestra en su autobiografía, que casi terminó un mes antes de morir en 2008, se sigue preguntando sobre el hombre y su sentido: “El hombre es un ser sumamente extraño. Tiene como modo de estar en el mundo la praxis, pero en ella necesita proyectar. Tiene muy arraigada la idea de ser feliz y ¡nunca lo logra! Se imagina estar en circunstancias trascendentales a cada paso. Lo que le tiene perplejo es que lo que busca esté siempre en otra remota parte. A veces le parece que todo tiene suma importancia, otras que nada la tiene. A veces le alegra adivinar que todo se halla pleno de sentido, otras que nada lo tiene y que bracea inútilmente en el absurdo”.

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[1] Luis Cencillo. La ignorancia lúcida. Editorial Manuscritos, 2009

[2] Jean Paul Sartre. La Náusea. Editorial Losada, Buenos Aires, 1947. Hay muchas referencias a esta obra y resúmenes: http://es.wikipedia.org/wiki/La_n%C3%A1usea . Se puede descargar el libro gratuitamente en https://www.elejandria.com/libro/la-nausea/sartre-jean-paul/220

[3] “Ignoramus et Ignorabimus”.  Expresión latina difundida  por el médico berlinés Emil du Bois-Reymond.  En el año 1872 viajó de Berlín a Leipzig para dar una conferencia sobre el tema “Los Límites del Conocimiento de la Naturaleza”. Esta conferencia causó gran revuelo porque Du Bois-Reymond explicó que nunca se conseguiría hallar la solución de una serie de problemas científicos. Terminó su disertación con las siguientes palabras: `Ignoramus et Ignorabimus´ (ignoramos y nunca sabremos).

[4] Julian Huxley. Nuevos odres para vino nuevo. Editorial Hermes. Buenos Aires. 1959

[5] Comentario de  Julián Marías-pág. 121 en: Teorías de las concepciones del mundo de Wilhelm Dilthey. Ediciones de la Revista de Occidente, Madrid, 1974.Traducción del alemán y Comentarios de Julián Marías

[6] Efectividad: La efectividad es el equilibrio entre eficacia y eficiencia, es decir, se es efectivo si se es eficaz y eficiente. La eficacia es lograr un resultado o efecto (aunque no sea el correcto). En cambio, eficiencia es la capacidad de lograr el efecto en cuestión con el mínimo de recursos posibles viables o sea el cómo. Ejemplo: matar una mosca de un cañonazo es eficaz (conseguimos el objetivo) pero poco eficiente (se gastan recursos desmesurados para la meta buscada). Pero acabar con su vida con un matamoscas, aparte de ser eficaz es eficiente, por lo tanto al cumplir satisfactoriamente ambos conceptos, entonces es efectivo.

Acerca de juanrojomoreno

Profesor Titular de Psiquiatría Universidad de Valencia
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