Juan Rojo Moreno
Alvin Toffler escribió la primera obra de su trilogía, El Shock del Futuro, en 1970, luego apareció La Tercera Ola (1980) y en 1990 la que nos va a servir como referencia El Cambio del Poder. Mucho de lo que escribió entonces sigue vigente veinte años después y en otras cosas ha tenido buena capacidad para la previsión de acontecimientos. Es un magnífico analista y observador que sabe intuir la anticipación.[1]
El mundo está cambiando tan velozmente que los dirigentes mundiales se ven barridos por los acontecimientos en vez de imponer orden sobre ellos. Para Toffler el acontecimiento más importante ha sido el nacimiento de un sistema para crear riqueza que no se basa ya en la fuerza sino en la mente. No es ya trabajar sobre cosas, sino personas que actúan sobre la información y la información que actúa sobre las personas.
Los imperios del futuro son imperios de la mente dijo W. Churchill, y parece que va siendo verdad ¿pero qué va a pasar con los miles de millones de personas que no están capacitados para manejar información?
El problema no es tener mayor o menor capacidad intelectual sino que es ser más o menos capaz de manejar la información. Aparece el paradigma de la “eficiencia”, conseguir la meta con los menores recursos posibles y también el ideal de los mass-media o medios de comunicación: conseguir que a las otras partes les guste nuestro programa de actuación y, lo mejor de todo, que crea la otra parte que es ella quien ha pensado o llegado a esa conclusión.
Señala Toffler que hay una diferencia crucial entre la violencia, la riqueza y el conocimiento. La fuerza y el dinero por definición son propiedad de los más fuertes pero el conocimiento también puede adquirirlo el débil y el pobre, lo que explica por qué todo aquel que ostenta poder desea controlar la cantidad, calidad y distribución del conocimiento dentro de sus dominios.
Siempre ha habido quien ha dicho que “hay que controlar a los medios de difusión de comunicación” pues, evidentemente, consideran que hay que hacerlo pues no dicen “la verdad”, “confunden”… todo lo que puede ir en contra de mantener “su poder”.
El control del conocimiento, señala nuestro autor, es el punto capital de la lucha mundial por el poder que se entabla en todas y cada una de las instituciones humanas.[2]
Con toda la revolución tecnológica y el cambio que supone en los puestos de trabajo, muchos de éstos se quedan obsoletos. Nadie compra una acción o un teléfono Samsung o IPhone, o de las emergidas tecnológicas chinas como Huawei o Xiaomi por los activos materiales, máquinas o edificios de sus compañías, sino más por su capacidad de innovación, por sus ideas, por sus “mentes” y por la competitividad calidad-prestaciones-velocidad- precio.
El capital, y por lo tanto el poder, depende más que de lo que existe tangible y material, más bien de informaciones, previsiones, e incluso hasta de notificaciones que puede hacer un presidente de EEUU vía Twitter. Los denominados “derivados” son valores que te pueden vender basados en varios índices y además están los activos “sintéticos” y… otros que si te lo los venden sin tener ni idea de qué son puede ser hasta una “preferente” que te arruine. En definitiva, que para manejar capital hay que tener de él y además hay que tener… información y capacidad de entender la información. Por esto dice Toffler “el capital pasa a ser `supersimbólico´ a marchas forzadas”. Algo que ya en 1650 William Potter fue capaz de adelantar con más de 300 años al decir que “una riqueza simbólica ocupará el lugar de la riqueza real”.
Toffler habla de la evolución que denomina del “proletariado al cognitariado”. Aunque el término no ha calado mucho desde 1990 hasta ahora, no obstante, plantea lo mismo que Harari en su obra Homo Deus[3], que una gran cantidad de desempleo parece insoluble: “aunque hubiera 10 ofertas de empleo por cada trabajador parado, aunque hubiera 10 millones de puestos vacantes y solo un millón de desempleados, este millón no podría desempeñar los cometidos propios de los puestos de trabajo disponibles a menos que tuviera una capacitación -conocimiento- acorde a las exigencias técnicas de esos nuevos puestos de trabajo. Estas técnicas son ahora tan variadas y cambian tan de prisa que los trabajadores no pueden intercambiarse como en el pasado”.
Para atender en el sector de servicios hay que estar preparado, para la agricultura hay que manejar ordenadores, el empleado de archivo mueve información, el conductor de paquetería también usa un ordenador que lleva consigo y lo mismo ocurre en los hoteles y en las fábricas. Los que están desapareciendo son los puestos de trabajo manuales, los que no aplican conocimientos adaptados y manejo de la información, porque, señala nuestro autor, cualquier tarea que sea repetitiva y sencilla que se pueda realizar sin pensar es, en último extremo, una candidata a la robotización.[4]
Por esto, señala Toffler, que la “neurolización” de la economía no ha hecho más que empezar y de la “manufactura” estamos pasando a la “mentefactura”. Pero hoy en día en que además de la economía todo se maneja con redes sociales y el flujo de información es mayestático ¿Quién pone los límites éticos al flujo de la comunicación? Nos vemos bombardeados con múltiples, contrapuestos y mediatizados mensajes comerciales, culturales y políticos. La interconexión planetaria no ha servido para una mayor homogeneización de valores y principios éticos, todo lo contrario; es tan desbordante la autopista informativa que nos llega a cada uno de nosotros que el propio individuo se ve impelido a utilizar sus propios “principios” para crear un sistema de valores que a veces solo es compartido por su grupo afín (o por el que es “sensible” a las mismas creencias compartidas o influidas).
El establecimiento de estas normas éticas de la información, señala nuestro autor, es extremadamente complicado pues además el mundo está triseccionado en economías que aún funcionan con base fundamental agraria, otras aún con base industrial y otras postindustrializadas y además tenemos que tener en cuenta el remolino multicultural.
Del multiculturalismo que nació en Canadá y que ha sido un esfuerzo común en los países civilizados se ha ido desarrollando, en realidad, el concepto que Toffler denomina de “ensaladera”: “recipiente en el que los diversos ingredientes conservan su identidad aunque contribuyen al efecto general”. Existe pues un mosaico de poblaciones que mantienen su identidad en los diferentes países con sus propios barrios y costumbres: barrio chino, japonés, libanés, etc. En este artículo una interesantes reflexión sobre estos aspectos multiculturales en España
Pero ciertamente, algo que parecía impensable en 1990, sí que supo verlo Toffler para nuestros días en relación con el fanatismo (a lo que ayuda la cacofonía informativa y de valores). En este sentido señala que “debido a una desfasada concepción del progreso muchos de los habitantes del mundo occidental opinan que las ideologías fanáticas irracionales propagadoras del odio desaparecerán de la faz de la tierra a medida que las sociedades se hagan más “civilizadas”. Nada de esto, dice el Profesor Y. Dror de la Universidad Hebrea de Jerusalén, los conflictos confesionales, las “guerras santas” los cruzados comprometidos y los guerreros buscadores del martirio no son meras reliquias del pasado.
Es fácil exigirle un “comportamiento ético” a la economía y a la sociedad en general, pero ni muchos Estados (algunos modernos) ni los dirigentes principales son capaces de aprobar, en su gran mayoría, en este aspecto. Como señala Toffler: “lo que todos sabemos: los políticos actúan más veces en defensa de sus intereses que en defensa de los intereses de los otros”.
¿Y es que nuestros inteligentes políticos de la geo-mundialización y con sus miles de “expertos” asesores no han sabido ver en 20 años lo que ya señalaba Toffler respecto a la emigración? Señala nuestro autor (1990) que cuando una migración a gran escala intensifica los temores de desarraigo cultural, la identidad pasa a ser una cuestión explosiva. Precisamente porque la nueva economía exporta desempleo, contaminación y cultura acompañados de productos de servicios, es de esperar violentas reacciones junto al renacimiento de nacionalismos en el mundo de la tecnología.
En Alemania ya había en 1990 un partido (Republikaner) que proclamaba “Alemania primero”, ahora Donald Trump: ‘America first, America first’. En 1990 ya había movimientos similares en Bélgica, Francia o Italia y el sentimiento en EEUU contra la inmigración mexicana y ahora… más aún.
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En un vídeo de Conversatorios en Casa de América (TVE) (2019) el Presidente de la OIT, Guy Ryder, en el aniversario del centenario de esta organización nos plantea muy lucidamente los problemas de la migración, del cambio de los sistemas de trabajo y la necesidad de educar para adaptarse a una forma diferente de trabajar a lo que se hacía en el siglo XX. Comenta entre otros aspectos la “soberanía del tiempo de trabajo” o cómo “no estamos preparados para esta nueva realidad” y que “un bebé danés que nace hoy trabajará hasta los 70 años”. La sostenibilidad de los sistemas de protección social, el problema de los trabajos forzosos (en nuestros nuevos tiempos) y tanto la brecha salarial como la inclusión de las personas con discapacidad y la aprobación por la ONU en Noviembre de 2018 de un “pacto mundial sobre migración” son también otros de los múltiples temas tratados. Video aquí
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[1] Alvin Toffler. El cambio del poder. Powershift. Conocimiento, bienestar y violencia en el umbral del siglo XXI. Plaza y Janes, 1990
[2] En 1990 Toffler escribía que Donald Trump o Lee Iacocca se habían convertido en símbolos del poder empresarial e incluso que habían sido mencionados como potenciales candidatos a la presidencia de Estados Unidos -quizá un montaje de ellos mismos- apuntaba Toffler. Evidentemente uno de ellos supo manejar la transmisión de la información y comunicación y hoy en día está ahí. Igual leyó el libro del autor y se asesoró bien.
[3] Yuval Noah Harari. Homo Deus. Breve historia del mañana. Editorial Debate, 2016
[4] Vemos en muchos Expedientes de Regulación de Empleo (ERE) http://queaprendemoshoy.com/%c2%bfque-es-un-ere/ de empresas, Bancos y Cajas de Ahorros lo que ya señalaba en 1990 Toffler: “Las empresas más desarrolladas funcionan bajo el supuesto de que la productividad y los beneficios se dispararán si el trabajo carente de contenido mental se reduce al mínimo o se transfiere a la tecnología avanzada, aprovechando todo el potencial del trabajador. La meta es una masa trabajadora mejor retribuida, pero más reducida y más capacitada”