EL HUMANISMO SOCIAL (RADICAL) DE ERICH FROMM Y LA TECNOLOGÍA


Juan Rojo Moreno

Erich Fromm, significativo psicólogo social y humanista, se planteó en 1968 un tema que sigue siendo de gran actualidad. Es el problema de cómo nos está afectando la tecnología y si hay una posibilidad de desarrollar una humanismo social que impida que nos cosifique el desarrollo tecnotrópico o lo que él denomina la cibernetización  (neologismo hibridado de cibernética y automatización) en la que citando a Zbigniew Brzezinski: “millones de ciudadanos caerán  fácilmente dentro del radio de acción de personalidades magnéticas y atractivas que explotarán de modo afectivo las técnicas de comunicación para manipular las emociones y el control de la razón”.

Estamos convirtiéndonos en una civilización de masas manipuladas cada vez a escala más grande, señala nuestro autor de referencia[1]

¿Hemos de producir gente enferma para tener una economía sana?

Este es un dilema que se plantea Fromm. Si bien en relación con las enfermedades en general estas sociedades aceleradas y “productivas” han conseguido más avances que las menos desarrolladas, pero al mismo tiempo es una constante que hablemos del siglo XX como del siglo de “la ansiedad y depresión” y del siglo XXI como el siglo de la “depresión” o incluso de “la depresión, epidemia del siglo XXI” y cosas así, refiriéndonos al importante impacto del estrés y de las manifestaciones psicosomáticas en esta sociedad tan productiva y que funciona por objetivos, pero que origina un daño significativo en la tan flamantemente llamada Salud Mental.

Hay quien dice que el mito del progreso indefinido se ha derrumbado, pero en nuestro inconsciente, y como mecanismo antiangustiante, las sociedades siguen creyendo en él: el futuro ha de resolverlo todo, las enfermedades que ahora no se curan, los problemas sociales, el caos climático… Como dice Fromm “… está la idolatría del `futuro´ y la posteridad mediante la cual la proyección del tiempo llevará a cabo lo que yo no puedo conseguir… los ídolos del futuro y de la posteridad realizarán algo sin que yo haga nada”.

Pero si bien el presente, en los grandes temas tiene este mecanismo compensatorio antiangustiante, el día a día, se ha transformado en los países civilizados en una continua lucha por la competitividad, aceleramiento continuo, lograr el futuro de la producción del mañana hoy mismo, y cuando se alcanzan pronto los objetivos propuestos esto quiere decir que eran pocos ambiciosos y se ponen otros más elevados. Como ya señaló John Stuart Mill: no me seduce los que piensan que “el estado normal de los seres humanos es luchar por estar adelante”.

Pero la megamáquina, señala Fromm, es el sistema social totalmente organizado en el que la sociedad como tal funciona como una máquina y los hombres como sus partes, y que se basa en la predictibilidad y el control.

Sería fácil criticar como idea (no voy a hablar ya de ideología) este concepto pero entre la primera Revolución Industrial, que sustituyó la fuerza bruta del animal y del hombre por la mecanización, y esta, actual, segunda Revolución Industrial tecnotrópica hay una gran diferencia. Ahora las clases trabajadoras tienen los mismos usos de los objetos que las clases dirigentes, viajan igual, conducen igual, tienen los mismos aparatos y además, excepto una escasísima minoría, los “dirigentes” son también trabajadores acelerados y obligados por objetivos y controlados por la producción y los resultados.

Por esto quizá agrada o conforma esta evolución digital, de redes, de Internet de aceleración, pues a todos nos llega por igual, a todos nos embulle en la dirección automatizada.

Y en 1968 (que no había ni Internet ni redes sociales planetarias) ya escribía Fromm: “si todos los datos privados se volviesen públicos las experiencias tenderían a ser más superficiales y parecidas… y  la gente se haría más accesible a la manipulación psicológica… apenas necesito decir que esta invasión de la privacía puede conducir a un control de los individuos más completo y acaso más devastador que el que hasta ahora han logrado probadamente los estados totalitarios”.

Ahora en el siglo XXI que estamos tan comunicados y que nuestros familiares, compañeros y amigos, están al lado conectados con WhatsApp con múltiples personas, aunque apenas hablen con el que tienen cerca ¿quizá el problema no sea de comunicación, ni de estar comunicados, sino de ser-comunicados? ¿Quién tiene tiempo para escuchar los problemas de los demás? ¡Ah sí, los psicólogos!

Quizá por esto tienen tanta audiencia los programas televisivos en los que se muestran sentimientos y dramas ajenos, así nuestras neuronas espejo  al menos vivencian cosas y sentimos que las vivenciamos, que seguimos vivos. Ya lo decía también de otra manera Fromm: “el ansia de drama en estos tiempo se manifiesta más genuinamente en la atracción por los accidentes, los crímenes y la violencia reales o de ficción… sea que se desarrollen directamente en la pantalla del televisor o que se lea en los periódicos”.

El humanismo social de Erich Fromm, como humanismo, se centra en el mejor desarrollo del sentido humano del “sistema hombre” pero no como hace el transhumanismo de J. Huxley (1927,1957)  y otros posteriores que esperan una evolución del ser humano en sí tras un salto evolutivo humano, no, el humanismo de Fromm es social y utópico.

Es utópico pues no solo busca cambios y mejoras sociales que le sean beneficiosas a las personas, sino que es “radical”. Exige que haya una modificación psicoespiritual en el hombre, que asuma todo un cambio profundo de la concepción de la sociedad. Nos recuerda a la sociedad de la película Demolition Man (1993)   de Sylvester Stallone y Wesley Snipes pero suprimiéndole las notas de “infantilismo” que esa sociedad avanzada presentaba.

En el cambio social que propugna Fromm la sociedad prácticamente es gubernamental y casi todo  es gratuito, la gente tiene mucho tiempo libre para dedicarlo a cosas lúdicas y creativas y no hay lucha por producir más y más.

En cierto modo hay una dinámica creativa pero también estática, los coches solo valen por su utilidad ¿para qué tener coches mejores si ya se ha llegado a los que son útiles para lo que se necesita? El trabajo es auténtico con la personalidad y si un grupo significativo no está de acuerdo con las decisiones de los superiores, entonces, plantean a éstos que hagan cambios de estrategia y tendrían que realizarlos, todo en bien de la mejora humana social. No rechaza la tecnología pero será programada para que los sistemas de Inteligencia Artificial (diríamos hoy) se centren, en base a su programación, en conseguir mejoras del sentido humano y no en la productividad o en cosas de “estar adelante”. No hay que preocuparse por la competitividad sino por hacer las cosas auténticas y habría un Salario o Ingreso Anual Garantizado para todo el mundo por el gobierno…

En la sociedad humanizada radical las personas ya no son un “caso” como ocurre en la burocratizada. Todo se programa también para que se subraye la persona  frente al “caso”.

En esto Fromm acierta en uno de los lamentos que muchas personas expresan y actualmente alzan la voz frente a la “cosificación” del individuo. Los sistemas clasificatorios en muchos campos médicos con tal de ser útiles para su manejo informático han suprimido la individualización de la persona que es la que está afecta de esa enfermedad, los sistemas bancarios nos contabilizan por …, la elección de personal en muchas empresas tienen en cuenta ya nuestros perfiles en redes, las decisiones sociales se hacen en base a curvas de probabilidad y también nos presentan las televisiones “casos” de personas con problemas o dificultades para llamar nuestra atención.

En referencia con los peligros del mal uso del Big Data al cosificarnos es muy interesante la aportación Cathy O´Neil, doctorada en Matemáticas por Harvard, y su obra Armas de Destrucción Matemática (ADM) que comenté aquí.

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Erich Fromm aquí, en La Evolución de la Esperanza, no solo analiza aspectos sociales y del hombre sino que vaticina cómo los avances en ordenadores y programación cibernética podrían ayudar al ser humano. Cierto que para estar escrito en 1968 y pensar que necesitaría un periodo de 20 años para que se produjese esa modificación psico-socio-espiritual no ha acertado mucho, pero aporta lo más importante: ideas.

La diferencia entre ideas  e ideologías es que éstas últimas “están formuladas para el consumo público. Las ideologías son `mercancías noéticas´ confeccionadas, que difunden la prensa, los oradores y los ideólogos para manipular a las masas… La gran oportunidad de los que desean fijar un nuevo rumbo estriba en el hecho de que tienen ideas, mientras que sus oponentes solo manejan ideologías gastadas”.

Cierto, si reflexionamos un poco en lo que nos llega en nuestros días, en este siglo XXI, estamos sobresaturados de información (la mayoría banal) y de ideologías que quieren venderse y se disfrazan como “ideas” para aparentar más verdad y menos parcialidad.

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[1] Erich Fromm. La revolución de la esperanza. Fondo de Cultura Económica, México 1970 (primera edición en ingles en 1968) va a ser nuestra obra de referencia.

Acerca de juanrojomoreno

Profesor Titular de Psiquiatría Universidad de Valencia
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