Juan Rojo Moreno
C.G. Jung publica en 1949 Psicología y Educación en donde se unifican algunas conferencias anteriores. [1]
Es realmente un libro muy interesante pues uno espera que nos aporte una serie de normas o fundamentos importantes para la educación de nuestros hijos, y más proveniente del genial psicoanalista C.G. Jung. Estamos acostumbrados a ver en las librerías, y por supuesto en la Red, tantas aportaciones sobre “cómo educar” a los niños, a los que tienen rabietas, a los que son unos dictadores, a los que lloran, a los que no duermen, etc., que esperamos un análisis profundo que nos dé por fin un cierto catecismo pedagógico educacional.
Cuando la educación va bien y nuestros hijos se van formando de forma adecuada en este campo, tanto a nivel familiar como social y escolarmente, entonces, el método educacional se considera correcto y que es el “natural”. Cuando aparecen problemas en el comportamiento infantil lo primero y más fácil es echarle la culpa a los padres, en segundo lugar pensar que no están educando adecuadamente al hijo y en tercer lugar que puede el niño tener un trastorno o alteración. Tanto en el primer y segundo considerando “la culpa es de los padres o no están educando adecuadamente al hijo” se buscan mil y una maneras para reconducir la directriz educacional hacia una forma equilibrada que lógicamente ha de ser la más “natural”. Y a este propósito aparecen tantos y tantos consejos educacionales como hemos tenido en la historia, y seguimos teniéndolos, además de las recomendaciones actuales por profesionales psicopedagogos de la educación.
Pues nada de esto hace C. G Jung. En los distintos casos que analiza y expone en la obra de referencia, fundamentalmente lo que hace es “escuchar”. Ya que el análisis de los sueños no son un vehículo fundamental para ahondar en los motivos inconscientes del niño y entender con ellos el comportamiento infante, Jung escucha el relato consciente del niño, sus sueños, sus fantasías y las explicaciones que da “a su manera” de su mundo circunstancial. Y también escucha la historia personal del padre y de la madre y las conexiones dinámicas y circunstanciales que han establecido con el niño. Todo esto, por supuesto, requiere tiempo. Con ello consigue en su análisis comprender las alteraciones, generalmente de comportamiento, que presenta el niño o los padres le manifiestan.
Tenemos que tener en cuenta que en el niño coincide una dinamicidad histórica que tiene al menos 4 dimensiones y que el infante va asimilando a velocidad de vértigo, al tiempo que él mismo cambia en sus concepciones del mundo de año en año.
Por una parte está la historicidad cultural en el que el niño se ve inmerso (las creencias de Ortega). Hábitos, costumbres y entorno que le viene dado por su estructura socio-cultural. En segundo lugar está la historicidad del padre y en tercer lugar la de la madre. Cada uno de los progenitores perspectivizan a su vez “qué es la educación” y que roles han de tomar en la misma y cómo han de proyectarlo en el niño, y esto está muy fundamentado en la propia historicidad educativa y formativa que los padres han desarrollado hasta que han tenido delante su vástago y la obligación inapelable de educarlo (de aquí los problemas entre los padres cuando se fricciona demasiado la posibilidad de acuerdo educativo porque la balanza se desnivela, hacia uno de ellos, por entrometerse en la educación del niño de forma decisiva los abuelos de una rama familiar). La cuarta dimensión histórica viene dada por el propio niño y su personalidad que está haciéndose.
Mientras que en nuestra historia cultural nos sirve lo que han hecho nuestros antepasados, y sobre ellos se ha ido construyendo un saber histórico común a lo largo de los milenios, no obstante, cuando nacemos cada uno ha de empezar a crear su propia historia, su propia individualidad relatada de sí mismo. Y el niño, en el que esta dimensión aún no está medianamente cuajada, ha de ensamblarla a la vez con las otras dimensiones históricas y mantenerse estable y aceptablemente adaptado con todas estas directrices en un “sí mismo” que va entendiendo el mundo de manera muy diferente con pocos años de diferencia.
Por esto frente a los métodos cliché que se quieren actualmente proponer sobre “cómo” educar a los hijos, Jung hace un relato personal de cada caso y su método real es: ninguno. Pero valora significativamente la realización histórica.
No culpabilizar a los padres fácilmente no quiere decir que no puedan influir sus biohistorias en la formación y educación del niño pues a veces, señala Jung: “como la maldición que pesa sobre los Atridas, los estados neuróticos suelen arrastrarse a través de generaciones enteras. Ante esta contaminación a veces los niños se defienden con una protesta silenciosa, otras veces es muy ruidosa, o bien caen en la parálisis de una imitación compulsiva”. Pero también tengamos en cuenta que “la teoría de la represión de la sexualidad o la del trauma infantil, han servido innumerables veces para desviar la atención de la verdadera causa de las neurosis. Naturalmente, es incuestionable que muchas neurosis se preanuncian ya en la infancia por vivencias traumáticas, pero aún queda sin explicar por qué una misma vivencia es de efecto traumático en un niño y no en otro” .
El método predilecto para el tratamiento de los niños neuróticos es para Jung el del análisis anamnésico, [2] “pues en ellos no es aplicable el método del análisis de los sueños que toca las grandes profundidades del inconsciente […] y es en las neurosis donde se puedo apreciar con mayor claridad que no existen enfermedades sino enfermos”.
En lo que sí que hace hincapié Jung es en la necesidad de formación del educador y señala cómo el pedagogo ha de prestar mucha atención a su propio estado psíquico. No siempre es el educador quien educa, ni tampoco el niño un educando. El educador es un hombre que puede fallar y el niño educado por él reflejará sus errores. Por eso es recomendable que el educador se percate lo más claramente posible de sus propias ideas y en particular de sus propios defectos.[3] De ahí, insiste Jung, que el médico piense que el mejor método educacional probablemente consiste en que el propio educador sea educado y que comience probando en sí mismo toda la sabiduría psicológica que le suministró su estudio. Para Jung: “lo verdaderamente eficaz no es aquello que el educador enseña con palabras, sino aquello que él es. Todo educador debería de continuo preguntarse si aplica a sí mismo y a su vida, del mejor modo posible y con el máximo de conciencia, aquello que enseña a los demás. Esto supone la autoeducación”.
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C.G Jung, un gran maestro que nos aboca a la reflexión del tiempo de dedicación en escuchar a los pacientes, a los niños, a los padres, a los profesores… Conocer todo el entorno efectivo y afectivo que el niño vivencia. En definitiva, la individualización de cada caso. ¿Cuántos diagnósticos se hacen sin individualizar al paciente, al infante, utilizando esquemas o clasificaciones que apenas rascan la dermis psíquica de la estructura vivencial patógena?
Como señala el propio Jung: “Resúltame divertido que algunos competentes médicos aseguren curar con el método de Adler, o de Künkel, o de Freud, o hasta de Jung. Tales cosas no ocurren ni pueden ocurrir, pero si ocurren constituyen un firme camino al fracaso. Si trato al señor X debo aplicar el método X; con la señora Z, el método Z. La índole del enfermo es la que determina en forma preponderante el proceder y el método de tratamiento a seguir”.
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[1] C. G. Jung. Psicología y Educación. Editorial Paidós. Buenos Aires, 1949.
[2] Anamnesis: En las ciencias de la salud, la anamnesis (del griego αναμνησις, recolección, reminiscencia) alude a la información recopilada por un especialista de la salud mediante preguntas específicas, formuladas bien al propio paciente o bien a otras personas relacionadas (en este caso, también se le denomina heteroanamnesis) para obtener datos útiles, y elaborar información valiosa para formular el diagnóstico y tratar al paciente. https://es.wikipedia.org/wiki/Anamnesis_(ciencias_de_la_salud) .
[3] De forma resumida explica Jung su perspectiva general con las siguientes palabras: El médico puesto que no es especialista en la materia, desde el punto de vista de su ciencia poco es lo que tiene que decir acerca de la educación en general y en particular de la pedagogía escolar. Pero sí, en cambio, en lo que hace a la educación de los niños difíciles. A causa de su experiencia práctica sabe él muy bien cuanto pesan las influencias de los padres y los efectos educacionales de la escuela. Los adultos de su ambiente y los padres en particular son los que ejercen sobre el niño los más enérgicos efectos en razón de su influencia psíquica. También la escasa educación y la inconsistencia de los propios educadores tienen efectos harto más intensos que sus consejos más o menos buenos, o sus castigos e intenciones.