MEDICINA GENERAL Y SUS ESPECIALIDADES


Juan Rojo Moreno

Juan José López Ibor en 1937 publica “Discursos a los Universitarios Españoles” y lo reedita en 1957. Pasados 20 años, en la reedición de la obra, señala: “me ruboriza un poco, incluso, el estilo patético de algunas páginas y cierta veta grandilocuente de otras que me son sustancialmente extrañas”.[1]

Pero al mismo tiempo indica que patetismo y grandilocuencia aparte, hay muchas ideas que 20 años después conservan su vigencia. Y esto es lo que nos interesa ahora ya en el siglo XXI al releer esta obra habiendo pasado ahora al menos 80 años desde su primera publicación, pues llama la atención cómo siguen siendo vigentes muchas de las cosas que dijo entonces, que nos sirven como reflexión.

La especialización en Medicina

 Los avances han obligado a especializarnos, más aún, si cabe, a medida que estos se van produciendo. A veces incluso dentro de la misma especialidad hay super-especialistas o sub-especialidades. ¿Dónde está el límite en el que el médico pierde la visión global y sólo utiliza la perspectiva técnica superespecializada?

No podemos valorarlo como bueno o malo, a veces es necesario (¿?). Pongo los interrogantes. ¿Dejamos la medicina general solo para los generalistas? ¿Es normal que un especialista, por poner un ejemplo un psiquiatra, no sepa poner una inyección intramuscular? Podrá aducir que en el ejercicio habitual de su profesión no ha de realizarlo, o igualmente un dermatólogo tratar o tener que diagnosticar un síndrome raro hematológico que no dé síntomas dérmicos. Pero ¿y la reacción global de la persona al diagnóstico? ¿Y la vivencia de enfermedad? ¿Seguro que tampoco va a dar síntomas dermatológicos?

Por supuesto, creo que no podemos ser todos los médicos especialistas de todo, pero no debemos abandonarnos en nuestra especialidad y dejar de formar parte del cuerpo de aprendizaje común que la medicina te obliga toda la vida. La formación médica no acaba cuando terminamos los años de preparación universitaria ni cuando terminamos la especialidad, continua indefinidamente incluso cuando el médico se ha jubilado ¿o dejará de asistir el médico jubilado a un accidentado pues ya está jubilado?

López Ibor señala en este sentido cómo la Universidad debe luchar contra los peligros de la disgregación del hombre que, en su ámbito, están representados por el especialismo y la entrega, sin medida, a la técnica. El fondo que el médico, sea cual sea su desarrollo profesional, ha aprendido y sigue desarrollando es lo importante: “la formula no es que el estudiante de anatomía oiga un curso de filosofía. Toda ciencia, por particular que sea, posee un substrato en el que se apoya y por el que establece sus conexiones con las demás. El secreto pedagógico está en hacer aparente y sustancioso ese substrato”.

En estos tiempos, dice López Ibor -se refiere a 1937 y veremos que puede parecer hoy-, “el peligro de los estudiantes actuales, su `deformación profesional´ es que buscan el aprendizaje inmediato, a veces, ni siquiera el aprendizaje útil para después, sino el que presta una utilidad inmediata: la de servir para prepararse al examen”. Estoy seguro que muchos estudiantes actuales de medicina y los recién terminados de ésta Licenciatura o Grado lo entenderán perfectamente.

Nos preguntamos, con cierta razón lógica, qué fortaleza psicológica y vocacional hay que tener para tras atravesar, durante los 6 años de formación universitaria, esa “carrera” tremenda de créditos y competitividad, y luego un nuevo examen para guerrear con o “contra” los compañeros para una plaza de especialidad y luego tras hacer la especialidad, de nuevo, para conseguir, en una nueva oposición, que la plaza tenga una estabilidad. Nos preguntamos, insisto, cuando eso llega tras más de 10 o 15 años de inseguridad y tensión (10 contando la especialidad y pongamos 5 como mínimo para conseguir una seguridad estable en la plaza) ¿Cuánto queda de la fuerza vocacional para que el médico siga aprendiendo no solo de  su especialidad que ya domina suficientemente sino del substrato general de  toda la cultura médica?

No tengo la respuesta, pero sé que nuestra profesión es muy vocacional pues muchos de los que hacen esta dura travesía siguen siendo muy buenos médicos interesados no solo en las enfermedades sino en la globalidad de los hombres enfermos. Aunque entendamos a los que naufragan en esta concepción y desarrollan otra, quizá, más práxica vital.

La ciencia, la técnica, la velocidad.

El avance en nuestras capacidades de predicción, y los conocimientos sobre las causas, dice López Ibor, ha puesto en nuestras manos un poder nuevo: el conocer, como poder (frente al conocer como perfección). Fausto se lamenta: “¡Ay, filosofía, jurisprudencia y medicina y, por mi desgracia, también teología! Todo lo he estudiado a fondo, con una tenacidad ardiente y heme aquí, pobre loco y soy tan cuerdo como antes”.

El hombre moderno se angustia porque no puede parar. A veces se  siente acelerado, pero… si para, si se detiene, se considera que está en retroceso, “el hombre de hoy ha inventado la técnica, pero la técnica tiende a deshumanizar al hombre”.  Se siguen amontonando más y más hechos y conocimientos, pero no  hay un nuevo sentido para estos. Y lo importante de los conocimientos técnicos no es al fin y al cabo más que la eficacia. Eficacia y eficiencia dos términos tan usados hoy en día en todas las estructuras administrativas y, cómo no, también en el mundo de la salud. La diferencia entre eficacia y eficiencia ( aquí )

Han aumentado, y siguen aumentando, de tal manera los conocimientos que han de ser aprendidos por los universitarios que no puede prestarse tiempo a que su formación cultural se amplíe al unísono que la profesional: la idea es que la universidad proporcione titulados formados en ciencia y técnica. El ideal sería, al entender de nuestro autor de referencia, que no se estudien realidades distintas, sino una sola realidad desde  un punto de vista distinto: “no hay que estudiar toda la realidad del mundo en una célula, sino una célula como si en ella estuviese reflejada toda la realidad del  mundo. El estudio no pierde así en agudeza. Gana, en cambio, en jerarquía y perspectiva.”

En este sentido también se manifiesta James R Flynn (profesor de Ciencias Políticas. Universidad de Otago, Nueva Zelanda): “ni las mejores universidades están desarrollando la inteligencia critica…no quiere decir que baste poner una clase de Historia del Arte a informáticos, sino que todos necesitan tener hábitos mentales que les permitan danzar entre distintas disciplinas”. “A los estudiantes se les debe enseñar a pensar antes de enseñarles qué pensar” (citado por D. Epstein, 2020)

Ante el espectáculo -sigue López Ibor- de unos programas hipertróficos, de unos alumnos ajetreados de una clase a otra, sin reposo intelectual alguno, Ortega levantó el principio de la economía de la enseñanza: no exigir el esfuerzo máximo al alumno (que con menos esfuerzo se consiga mejores resultados) y que el profesor controlase sus impulsos de convertir su enseñanza en un teratoma injertado en las inteligencias de sus alumnos. Pero frente  a esta economía que propone Ortega y frente al tópico de la cultura general, López Ibor propone la realidad de una cultura selectiva. La cultura no es una misión exclusiva de la Universidad pero saber seleccionar las relaciones necesarias entre la cultura médica y la cultura general será beneficioso para el alumnado y frenará que cada disciplina se convierta en una montaña ingente o en una silueta inerme según la grande o escasa vitalidad de quien la profese.

La velocidad en la aparición de nuevos datos crea un problema en relación con las clases universitarias. No todos los años aparecen grandes innovaciones en un tema docente que sea necesario estar cambiando.

Cierto, hay quienes les gusta añadir más y más datos nuevos a cada clase de manera que para el alumno parece que cada tema es un gigantesco universo de datos importantísimos. En estos casos se  intenta transformar al alumno en una biblioteca andante. No es adecuado. La estructura de cada tema suele mantenerse firme durante algún tiempo y la didáctica exige que se sepa qué vale la pena añadir o eliminar para no hacer un vasto tratado de cada apartado y de cada especialidad. Es buena experiencia después de haber dictado una serie de años unos temas dejar de hacerlo y explicar otros. Cuando se vuelve a los primeros no solo hay que revisarlos sino que también se puede ver cómo lo han explicado otros profesores, y se enriquece el contraste de lo que puede ser importante, no para el profesor sino fundamentalmente para el alumno. Esto hace más vivida y personal la dicción de clases.

Fichte en 1807 ya planteó la tesis que el profesor de Universidad debe saber algo que no está en los libros. Esto, señala López Ibor, no quiere decir que cada profesor tenga que poseer una parcela propia de verdad sino que al conocimiento científico hay que adherirle un coeficiente de vitalidad.

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En esta velocidad de la técnica nos encontramos ¿en crisis?

Señala en 1957 López Ibor que “con frecuencia se alude a la crisis del hombre moderno; pero el hombre ha estado muchas veces en crisis y, por lo tanto, la crisis en la vida histórica, como la crisis en la vida individual, no son acontecimientos anómalos. A diferencia de las anteriores, la crisis actual se caracteriza porque el hombre moderno no barrunta cuál es su destino inmediato. En otras crisis históricas al mismo tiempo que se desmoronaban una serie de valores y empalidecían unos esquemas de vida, nacían otros. Ahora no ocurre así. El hombre siente la insuficiencia de las ideas políticas, sociales, económicas, etc., pero si bien palpa y sufre su fracaso, no vislumbra, a diferencia de lo que ha ocurrido en otras crisis históricas, nuevos horizontes. Esta falta de idea de lo que va a venir es lo que engendra el nihilismo de los tiempos presentes”.

Parece ser que los “tiempos presentes” de 1957 son semejantes a los actuales ya en el siglo XXI.  Hemos seguido avanzando en la ciencia y la técnica de manera que “ciencia quiere decir para el hombre de nuestros días, progreso y técnica. Apenas se concibe otra forma de sabiduría que la de poseer los secretos de la naturaleza para operar sobre ellos”.

Ya no es concebible un avance sin técnica y sin ciencia. Pero no todo es técnica y ciencia como bien sabe cualquier médico generalista o especializado que diariamente patentiza la relación médico-paciente. Como dijo Kekulé 25 años después de su famoso sueño:

“Aprendamos a soñar, caballeros, así podremos encontrar la verdad, pero guardémonos de publicar nuestros sueños hasta que han sido probados por entender el despertar «.

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[1] J.J. López Ibor. Discurso a los universitarios españoles. Biblioteca del pensamiento actual, Segunda edición aumentada, Ediciones Rialp, Madrid, 1957.

[2] David Epstein. Amplitud (Range). Por qué los generalistas triinfan en un mundo especializado. Editorial Empresa Activa, 2020

Acerca de juanrojomoreno

Profesor Titular de Psiquiatría Universidad de Valencia
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