Juan Rojo Moreno
Hablar a la vez de razón y mística parece un contrasentido, pero estamos tan invadidos continuamente por la verdad científica y la razón contrastada, que es un aliento vivo cuando nos llega un libro como Mystic Topaz de Pilar Pedraza [1].
Cuando estaba leyendo este libro, de forma sincronística que diría C. G Jung, me llegaron dos variables informativas, en cierto modo opuestas, que son el contrapunto de lo que hoy quisiera comentar: por una parte coincide mientras leo Mystic Topaz que emiten en un canal de televisión la película Stigmata dirigida por Rupert Wainwright en 1999, en la que el padre Andrew Kiernan (Gabriel Byrne) ex-científico y sacerdote jesuita investiga supuestos milagros. Me llamó la atención cuando en la película se critica al sacerdote que estudia el caso diciendo que “no sabe aún si es un científico o un sacerdote”. Por otra parte, un día antes, recibí un libro de mi especialidad que revisa y actualiza con gran profusión de detalles, sobre un apartado concreto, lo que hasta hoy la ciencia conoce en ese campo. Es un buen trabajo que intenta mostrar, en cierto modo, “las evidencias” científicas del enfermar.
¿Dónde se encuentra la razón de la realidad?
Es evidente que nadie lo sabe, pero Pilar Pedraza en Mystic Topaz nos aporta un contrapeso a esta realidad que creemos tan consabida y que no obstante nos perplejiza cuando profundizamos un poco más en nosotros, en el mundo y en el cosmos. Su relato ocurre en una tienda de gemas y productos esotéricos que realmente está situada en todas y en ninguna parte, pues tanto se localiza en el norte o el este de Italia como en Túnez o en la ciudad española de Valencia. Su situación y las reseñas del contorno no son solo referencias para situar la acción, sino categorías de lo inesperado, de lo inubicado que supone la conexión mística. Porque en ella, en Mystic Topaz, no estamos solo con las cosas o frente a ellas, estamos en el mismo principio de indeterminación. Uno tras otro, en sus relatos, parece que nos encontremos con enigmas que pueden ser sorprendentes, pero al mismo tiempo, por otra parte, muchos de ellos, de tan conocidos y hablados ya no solo se conocen sino que se han hecho tópicos, más en cuanto que hoy en día con el mundo de la reproducción fantástica y comunicación, éstos, en cierto modo, han sido asimilados a la cultura habitual: los postersgeist, los “viajes” en estados de conciencia modificados, los fenómenos sincronísticos de C. G Jung, las meditaciones “orientales”, etc.
La posibilidad de esta realidad subintencional ya la comenté en ¿Cuán real es la realidad? (aquí).
¿Es posible vivir imbuido por el mundo esotérico, de los chacras y de la energía intencional que mueve nuestras vidas -que se refleja en el Tarot, en las videncias, en los que tienen poderes, en la cábala, en el I Ging, etc.- y al mismo tiempo creer en la medicina científica, en la telefonía digital y en la transmisión de eventos mediante televisión?
Pues sí que es posible. Puedes ver a un indígena que tras hacer un rito para eliminar un espíritu maligno, a continuación toma un teléfono móvil para llamar a otra persona, y en el otro lado igual ves al más rancio de los científicos naturalísticos que ante un apuro vital tiene la esperanza, más o menos en el fondo, de que un “milagro” o una fuerza interna pueda salvar a un familiar muy cercano o a él mismo de la catástrofe inevitable. El mismo neurocirujano, el Dr. Eben Alexander, ante una experiencia significativa estando a ras de la muerte cambia su concepción científica naturalística de la existencia por otra muy diferente (aquí). Pero seguro que no dejó de tener la certeza de que el coche que condujera le daría seguridad cuando circulaba, en base a los adelantos técnicos que sobre él se han aplicado.
En realidad vivimos entrelazados en los dos mundos y aún no hemos conseguido consolidar uno solo unitivo.
Uno de ellos, el técnico-científico, quiere explicar al hombre y la naturaleza sin acabar de conseguirlo. El otro, el místico, quiere dar sentido al hombre y al cosmos sin explicarlo, y sin acabar de lograrlo. Ambos consiguen avances significativos pero no totales ni definitivos. Ninguno consigue eliminar, -más allá del proceso en individuos concretos-, el terror, la desesperanza y la incertidumbre que el ser humano sigue encontrando cuando patentiza lo que hoy en día sigue siendo la cotidiana “humanidad” .
Quizá, ambos mundos no sean más que escaparates diferentes de una sola tienda, y desde cada escaparate como dice Pilar Pedraza en su obra: tenemos que seguir viviendo y “la gente comprando esperanzas”.
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[1] Mystic Topaz. Pilar Pedraza. Editorial Valdemar, 2016.