Pensamiento, Razón, Religión, Fe, Caridad
Juan Rojo Moreno
Cayó en mis manos el libro “Pensamientos sobre la religión” de Blas Pascal (edición de 1859) y sugiere muy interesantes ideas y reflexiones. Pero como son abundantes las referencias accesibles en internet sobre las distintas reflexiones filosóficas y religiosas de Pascal he iniciado el título de este artículo con “desde los pensamientos…” pues nos va a servir de referencia esta obra pero no es nuestra intención hacer un resumen de la misma.[1] Y debemos para comenzar entender que esta obra póstuma de Pascal que se editó por el interés de familiares y amigos en 1670 está escrita y por lo tanto imbuida de la época correspondiente.[2] En Pdf la edición de 1790 en Internet aquí .
Para Pascal estar ciertos en Dios y en la eternidad es el camino recto y dudar sobre esto, reflexionando, es aceptable, mas no el que duda y no reflexiona: “es, pues seguramente un gran mal estar en duda; pero es, al menos un deber indispensable buscar cuando se está en duda; y aquel que no busca es a la vez muy desgraciado y muy injusto… y cuando su alegría y su vanidad toman pie precisamente en tal estado, no encuentro yo palabras para calificar a tan extravagante criatura”.
Sobre este aspecto será reiterativo Pascal y hoy en día deberíamos preguntarnos hasta donde llega el cultivo sobre la reflexión del sentido espiritual. Es seguro que todo joven ya cercano a la adultez se lo habrá planteado alguna vez, porque es innato del ser humano la reflexión sobre el sí mismo y sobre el sentido del mundo, pero ¿cuánto dificulta el mundo tecnotrópico y acelerado, audiovisual y tan cambiante, el momento repetido de reflexión y del contraste sereno? En este sentido ya Pascal decía “nada es tan importante al hombre como su estado; nada le es tan temible como la eternidad; y así el hecho de que se encuentren hombres tan indiferentes a la pérdida de su estado y al peligro de una eternidad de miserias, no es natural… y este mismo hombre que pasa los días y las noches en la desesperación por la pérdida de su empleo o por alguna ofensa imaginaria a su honor, es el mismo que sin inquietud y sin emoción, sabe que va a perder todo a su muerte”.
Pongamos nosotros ahora el acento en la realidad de nuestra existencia inauténtica y cómo nos agarramos angustiosamente a los problemas de la cotidianeidad que hacen de nuestro pequeño mundo circundante un cosmos de agobios y circunstancialidad que a veces no nos deja mirar más profundamente sobre nuestra realidad vital ¿o es que ahora la angustia existencial es fácil de desterrar con tan diversas ocupaciones? Y en este sentido también opina Pascal: “pretenden los que dicen tal, darnos mucho gusto, cuando nos cuentan que nuestra alma no es más que un poco de viento y de humo, y así nos lo cuentan con un tono de voz satisfecho y alegre. ¿Es esta una cosa, pues, que puede decirse con contento? ¿No es al contrario una cosa que debiera decirse tristemente, como la cosa más triste que existe en el mundo?”. Y continua más adelante ¿nos darán luz en este punto los filósofos que nos proponen por único bien los bienes que ya están en nosotros mismos? ¿Reside ahí el verdadero bien? ¿Han encontrado remedio a nuestros males? Igualando el hombre a Dios ¿se cura el presumir vanidoso de los hombres?
¿Existe Dios?[3]
Pascal es en este sentido dualista “nuestra alma es echada en el cuerpo, en que ella encuentra número, tiempo y dimensión”, pero al igual que conocemos que hay un infinito y desconocemos su naturaleza (no podemos saber si el último número del infinito es par o impar) pues igualmente no podemos conocer ni la existencia ni la naturaleza de Dios: “porque no tiene extensión ni límites… si hay Dios es infinitamente incomprensible puesto que no teniendo ni parte ni limites no tiene ninguna relación con nosotros; somos pues incapaces de conocer cómo es, ni si es siendo así. ¿Quién censura, pues a los cristianos si no pueden darnos la razón de su creencia, cuando lo que ellos profesan es precisamente una religión que no puede dar razón?”
Por lo tanto la razón nada puede decir sobre la existencia de Dios. Pero ya no estaríamos en la discusión de la razón sino en la de la creencia, y en ella o se cree o no se cree. Aquí Pascal es pragmático en su convicción: es una apuesta y si apostamos cuando de lo que se trata es “de una eternidad de vida y ventura que se puede ganar” no se puede dudar y es mejor arriesgarnos en “jugar” a favor de la “infinidad de vida infinitamente dichosa” y aunque tengamos que renunciar a la razón vale la pena “mejor que arriesgar la vida en su ganancia infinita”.
Acordémonos de Manuel Azaña, Mitterrand y Tierno Galván. Ya lo decía un familiar antepasado “yo quiero la extremaunción por si acaso” (y era un creyente devoto).
Y en este sentido insiste Pascal “Y en nuestra proporción tiene una fuerza infinita, cuando se trata de arriesgar lo infinito en un juego en el que hay iguales posibilidades de ganar y de perder, y en el que lo que se gana es el infinito”.
Pero no se puede conocer a Dios sin conocerse a sí mismo y esto supone un acto de humildad que exige conocer lo peor de cada uno, pues para conocer lo divino primero hay que conocer lo más mísero humano. “Uno no puede formarse una fisonomía del conjunto sino acordando todas las contradicciones; y no basta seguir una serie de cualidades que se acuerdan sin conciliarlas con las contrarias”. Entronca ahí Pascal con el interiorismo de las filosofías orientales y luego 300 años más adelante, ya con una metódica científica, con Sigmund Freud y sobre todo con C. G Jung (este último con su concepto de “sombra” y proceso de individuación) que realizan el camino de equilibrio personal a partir de las profundidades renegadas desde la conciencia; en el caso de Freud muy alejado de concepciones religiosas, en el caso de Jung más cercano e interesado por los misterios místicos, la sincronicidad, los mitos y sentido del hombre en el cosmos (conectado íntimamente con el físico innovador en el mundo cuántico Wolfang Pauli). En este sentido señala Pascal como “es tan dañino para el hombre conocer a Dios sin conocer su propia miseria, como conocer su miseria sin conocer a Dios”.
El Pensamiento, la Razón y la Religión
Ya en un artículo anterior hablamos del Yoismo al Deísmo pero es importante tener en cuenta que cuando escribe sobre esto Pascal aún no había nacido Kant que representando el criticismo, y desde sus Criticas de la Razón pura, de la Razón práctica y del Juicio, investigó la estructura misma de la razón de la ética y de la teología. Evidentemente, Pascal hombre genial y que dedicó gran parte de su vida (y casi en exclusiva los últimos 9 años de sus 39 vividos) a las reflexión religiosa y al cuido de los pobres, su gran obsesión, no pudo contrastar ni perspectivizar su concepción con las ideas de Kant (nacido en 1724). Pero ha sido una constante en la historia de las religiones, y por su tendencia universalista en el caso de la cristiana, el que se haya creado una tensión frecuente e intensa entre razón y fe. Ya anteriormente señalamos que Pascal aclaraba que el cristianismo no era una religión de la razón, pero ahora matiza estos conceptos cuando señala que “si todo se somete a la razón nuestra religión no tendría nada de misterioso ni de sobrenatural. Si se choca con los principios de la razón, nuestra religión es absurda y ridícula”. Solo matizar aquí un detalle: evidentemente la religión por definición ha de ser sobrenatural ¿pero también misteriosa? O más concretamente ¿Cuánto de menos misteriosa debe llegar a ser la religión sin que deje de ser religión? Esta cuestión tendrán que resolverla los profesionales de la misma si no quieren perder paulatinamente resonancia en la gente, los pueblos y la humanidad.
Porque a día de hoy ya en el siglo XXI decir que “la fe dice, en verdad, lo que los sentidos no dicen, pero no lo contrario. Está por encima, no en contra” si bien será muy cierto, no obstante, no es suficiente y ha de actualizar el lenguaje y ciertamente no lo ha hecho.
La fe es consustancial con la idea de Pascal y así se plantea qué tienen que hacer aquellos que buscan tenerla pero no la encuentran. Entonces señala el camino que es el de disminuir la excesiva reflexión, el excesivo pensar, (la capacidad de poner la mente en blanco en la filosofía Oriental o en Sri Aurobindo). Sin llegar a estos preceptos orientales sí que indica que el camino es simplificar los razonamientos y la filosofía superficial: el embrutecimiento. “Queréis ir a la fe y no conocéis el camino de ello; aprended de los que han estado ligados como vosotros y que ahora apuestan toda su fortuna; son gente que conoce el camino que queréis seguir y que han curado del mal que queréis curar. Seguid la manera como ellos han comenzado; el medio ha consistido en hacerlo todo como si creyeran, tomando agua bendita, haciendo decir misas, etc. Naturalmente esto mismo os hará creer y os embrutecerá. [4]
Y por esto valora en la fe y la religión que las gentes sencillas pueden alcanzar el mismo nivel que las más cultas, aunque las primeras apenas tengan conocimiento de las profecías (son los embrutecidos, que es un camino para llegar a la fe), no obstante, van a ser menos útiles para convencer a un infiel: “reconozco que uno de estos cristianos que creen sin pruebas no podrá convencer a un infiel y quedará ante él corto de razones. Pero los que conocen las pruebas de la religión probarán sin dificultad que este fiel es realmente inspirado por Dios aunque él no sepa demostrarlo”.
En definitiva, que la elevada capacidad de razonar no es imprescindible para el cristiano pues la religión no es razonante y no llegamos a la religión por la razón, pero sí es útil. La religión, insiste Pascal, no es contraria a la razón, mas “si uno se equivoca al creer que la religión cristiana es verdadera, no tiene mucho que perder ¡pero qué desgracia equivocarse al creerla falsa!». Pascal siempre tan pragmático.
FE, CARIDAD
Si algo caracterizó a Pascal fue su inquebrantable fe y su caridad. La caridad la ejerció hacia los pobre de manera tan exhaustiva que como indica su hermana en el epílogo de la obra de referencia[5] los años desde los 30 hasta los 35 de su vida los pasó “trabajando continuamente por Dios, por el prójimo y por sí mismo, procurando perfeccionarse en más y en cierta manera puede decirse que ya no vivió más después, pues los 4 años siguientes no fueron ya sino un continuo languidecer […] tenía un amor tan grande a la pobreza que siempre le era presente… y le llevaba a amar a los pobres con tanta ternura que jamás rehusó limosna aunque fuera privándose él de lo necesario porque tenía pocos bienes y sus enfermedades le obligaban a gastos que sobrepasaban sus rentas … y a veces llegó esto a tal extremo que se vio reducido a tomar dinero con interés por haber dado a los pobres todo el que él tenía, y no querer después importunar a sus amigos”.
Porque para Pascal la caridad como tercera virtud teologal es un bien divino que hay que abonar y así teniendo en cuenta este sentido trascendente de la caridad es como se puede entender cuando dice: “el único objeto de la Escritura es la caridad”.[6] Y en este sentido señala: “todos los cuerpos, el firmamento, las estrellas, la tierra y sus reinos no valen lo que el menor de los entendimientos; porque éste conocerá de aquellos y se conocerá a sí mismo; y los cuerpos nada. Todos los cuerpos juntos, y todos los entendimientos juntos, y todas las producciones, no valen lo que el menor movimiento de la caridad; porque ella es de orden infinitamente más elevado. De todos los cuerpos juntos no sería posible hacer salir un solo pensamiento; esto es imposible, y de otro orden. De todos los cuerpos y entendimientos juntos, no se sabría hacer salir ni un solo movimiento de verdadera caridad; esto es imposible y de otro orden”.
Y luchó hasta el final de sus días por un ascetismo sin afectación de las pasiones mundanas aunque suponía una constante tensión pues como él decía “hay una guerra intestina del hombre entre la razón y las pasiones: podría gozar de alguna paz, si tuviese la razón sin pasiones… si tuviese las pasiones sin razón: Pero teniendo una y otra no puede quedar sin guerra y así está siempre dividido, contrario a sí mismo”
La fe de Pascal, sin necesidad de la razón, teologal (como la caridad que practicó) fue recogida por Miguel de Unamuno en San Manuel Bueno mártir en el que el discapacitado del pueblo Blasillo (en homenaje a Blas) supone esta fe pura, la fe del carbonero, la fe del “embrutecido”.
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Como ya indiqué en la literatura y en Internet es bastante fácil encontrar muchas referencias de Pascal, quizá uno de los pensadores sobre quien más se ha escrito. Fue un avanzado en plantear la discusión entre razón y fe, ciencia y religión. Puede que sea poco lo que aquí aportemos, pero como decía el propio Pascal: el menor movimiento importa a toda la naturaleza; el mar entero cambia por una piedra. Así, en la gracia, la menor acción importa por sus consecuencias en el todo. Todo, pues, es importante.
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[1] Blas Pascal. Pensamientos sobre la religión. Colección “Christus” nº 20, Editorial Difusión, S. A, Buenos Aires, 1859. (va a ser nuestra obra cita de referencia).
[2] Al parecer las ediciones anteriores a la que he leído son las de 1670, 1679, 1790 y 1844. Luego en el siglo XX ha habido varias re-ediciones.
[3] Este capítulo se titula “De cómo es más ventajoso creer lo que enseña la religión cristiana” pero el primer subtitulo va cambiando con las diferentes ediciones; en la usada por mí (1859) y en la de 1670 se subtitula “Infinito. Nada”, en la de 1779 se subtitula “de cómo es difícil demostrar la existencia de Dios por las luces naturales; pero que lo más seguro es creerla”. Vemos como se afianza la idea de qué es lo más “ventajoso o lo más seguro”.
[4] Os embrutecerá: “vous abêtira”. (Montaigne había dicho antes que Pascal “il nous faut abestir pour nous assagir”). En Pascal “habêtir” no debe ser tomado al pie de la letra sino en la profundidad del sentido cristiano. Es una palabra filosófica que es usada contra las declaraciones de la filosofía superficial y contra los excesos de la devoción abusiva (Nota de M. Faugère en la edición de 1844).
[5] Vida de Blas Pascal, Por Mme Périer (Giberta Pascal). Aporta sus comentarios sobre la vida de Blas Pascal al final del libro.
[6] En la nota de M Havet que hace en la edición del libro de Pascal consta: “aquí es tomada, y en otros pasajes, en su sentido teológico más elevado; es la tercera virtud teologal; el amor de Dios, puro de cualquier pensamiento terrestre”.