(religión y espiritualidad)
Juan Rojo Moreno
El libro de Bertrand Russel Por Qué No Soy Cristiano (se trata de una compilación de diferentes ensayos y artículos referentes a la religión) expresa claramente su agnosticismo pero además nos puede ser de referencia para las ideas que separan (o unen) espiritualidad y religión. [1]
Aunque esta obra nos sirva como cifra de referencia hay que tener en cuenta que cuando escribe estos artículos (1925-1954) el agnosticismo tenía fuerte controversia (hasta el punto que en el apéndice de la compilación se añade un relato exhaustivo de cómo Bertrand Russell no fue aceptado, por sus ideas religiosas, como profesor de Filosofía de la Universidad de la Ciudad de Nueva York en 1941). Quien quiera leer este libro lo tiene en pdf (aquí).
Como señala Yuval Noah Harari, la diferencia fundamental entre religión y espiritualidad está en que la primera exige acatar una norma mientras que la segunda es fundamentalmente un “viaje”, el viaje espiritual que se sale de la norma.[2]
Russell señala en el prefacio de su obra cómo todas las grandes religiones del mundo, budismo, hinduismo, cristianismo, el islam y el comunismo (podemos añadir el capitalismo), son a la vez falsas y dañinas. Considera que estas concepciones llevan a la rígida armadura “del dogma” y a rígidos sistemas .
Para Russell el miedo es el fundamento de la religión. Miedo a lo desconocido, a lo misterioso, a la derrota, a la muerte. Creo que tendríamos que añadir a este miedo también la incertidumbre. Para él debido a esto se produce el choque entre ciencia y religión, pues la ciencia puede aclararnos muchos de estos miedos que ha padecido eternamente la humanidad.
El problema, claro está, es que ahora transformemos la ciencia en una religión, en un dogma, que todo lo que dice ha de ser verdad y al final el pensamiento científico y su método vuelve a encasillarnos en un rígido sistema del cual esperamos la solución de todo. Antiguamente se esperaba que Dios nos salvase de las tormentas, de las plagas, del dolor y del sufrimiento, ahora todo el peso puede recaer en la ciencia que se transforma en una nueva religión.
Señala Y. N. Harari que la mayoría de los malentendidos entre ciencia y religión se derivan de las definiciones equivocadas de la religión: “la religión es cualquier historia de amplio espectro que confiere legitimidad superhumana a leyes, normas y valores. Legitiman las estructuras sociales asegurando que reflejan leyes superhumanas… Liberales, comunistas, y seguidores de otros credos modernos… todas las sociedades dicen a sus miembros que tienen que creer en alguna ley moral superhumana, y que infringir dicha ley acarreará una catástrofe”.
Bertrand Russell tiene su propia religión, que se estructura en el valor de la “naturaleza del hombre”. El problema que nos encontraremos es en poder definir qué es esa “naturaleza”. Para él, el impulso natural de la persona enérgica y decente es tratar de hacer el bien, pero si se le priva de toda posibilidad de influir en los acontecimientos se verá desviada de su curso natural y decidirá que lo importante es ser bueno (1930).
Claro, que tendríamos que preguntarnos qué es lo que hace a una persona ser enérgica y decente y qué es hacer el bien. Todos estos conceptos han cambiado en los diferentes momentos históricos y además no dependemos de nosotros mismos para ser enérgicos, decentes, o que se lo digan al psicoanálisis.
Sigue Russel señalando que no podemos admitir que captamos el sentido cósmico o, como lo denomina, “la filosofía de la naturaleza”, pues ésta no tiene que ser indebidamente terrestre. Dado un planeta tan diminuto como el nuestro en medio de tantas galaxias, sería absurdo deformar la filosofía de la naturaleza para producir resultados agradables sobre nosotros. El vitalismo como filosofía y el evolucionismo muestran en este respecto una falta de sentido de la proporción y de referencia lógica. Sigue nuestro autor apuntando que el optimismo y el pesimismo, como filosofías cósmicas, muestran el mismo humanismo ingenuo; el ancho mundo, tal como lo conocemos por la filosofía de la naturaleza no es bueno ni malo, ni se preocupa de hacernos felices ni desgraciados. Todas estas filosofías tienen su origen en el egocentrismo “y un poco de astronomía es la mejor manera de corregirlas”.[3]
Pero otra cosa es para nuestro autor de referencia la Filosofía del Valor. Ahí (recordándonos algo al perspectivismo de Ortega) todo se invierte: “todas las cosas reales o imaginarias son estimadas por nosotros… nosotros somos los últimos e irrefutables árbitros del valor y en el mundo de las valoraciones la naturaleza es solo una parte. En el mundo de los valores la naturaleza es neutra, ni buena ni mala, no merece admiración ni censura. Nosotros somos los creadores de valores y nuestros deseos son los que confieren valor… Nosotros somos los que tenemos que determinar la vida buena, no la naturaleza, ni siquiera la naturaleza personificada por Dios”.[4]
Claro, entiende nuestro autor que no es posible demostrar que su concepto de vida buena sea acertado para los demás (sí para el propio sujeto ya que para él es un fenómeno primario) y el criterio decisivo para Russell es que “la vida buena está inspirada por el amor y por el conocimiento” y ambos de forma unitiva son necesarios. Un médico ha de aunar conocimiento pero también benevolencia y si bien “el progreso de la medicina contribuye más a la salud de la comunidad que la filantropía mal informada” no obstante sigue siendo en el médico necesaria la benevolencia. Y en esto estoy completamente de acuerdo, un médico solo técnico puede cosificar al paciente y la medicina “personalizada” no solo ha de ser bioquímica y genética sino individualizada en cada paciente como ser histórico único. Pero aun estando de acuerdo con Russell, lo que veo difícil es que la alternativa a la que considera “codificación” religiosa, al aherrojamiento normativo, sea que cada uno haga una Filosofía del Valor propio basada en su propio amor y conocimiento, y además partiendo del principio que todos somos por “naturaleza” buenos. ¿Y cómo sabemos qué es lo bueno? Pues según nuestro autor por el deseo que tengamos según lo que es más ampliamente deseado. Por lo tanto su Filosofía del Valor se sustenta en la Comunidad que será la que indique la flecha de fines “deseados” a los que todo el mundo aplicará amor y conocimiento.
Parece ingenuo. Pero Russell será lo que queramos menos ingenuo. Un buen analista de la conducta humana como él expresa ese deseo pero no deja de admitir que en la propia naturaleza humana hay una facilidad para actos dañinos y malos deseos. Los primeros los relaciona con la ignorancia y ahí considera que la solución está en aumentar la educación de los pueblos, de la humanidad, los conocimientos y la cultura.
Una humanidad más culta se plantea más la realidad de los actos dañinos; y podemos ver cómo en las sociedades avanzadas con educación obligatoria hay movimientos de cuidado de la naturaleza, leyes de protección de los animales y protección hacia los más desvalidos. Una vez superado el nivel básico de subsistencia (esto es primordial), el aumento de la formación cultural y del conocimiento ha de evolucionar también para valorizar la conciencia sintiente. ¿Dónde se plantean qué nivel de conciencia tienen los animales, las aves o algunos peces? Evidentemente no donde no esté superado el nivel básico de subsistencia.[5]
Un problema distinto considera Russell es el de los malos deseos. Aún en nuestro nivel evolutivo sigue subsistiendo en el ser humano una cierta cantidad de malevolencia, una mala voluntad dirigida contra los enemigos particulares y un placer impersonal general por las desdichas de los otros. Tendremos más conocimientos que nuestros congéneres griegos pero los principios éticos y la naturaleza del valor transitivo no han mejorado significativamente en estos últimos 2.500 años.
Mejorar la seguridad, hacer desaparecer la envidia y mejorar la “naturaleza humana” ha de ser una constante que Russell considera puede realizarse a través de la ciencia “cuando hayamos descubierto hasta qué punto nuestro carácter depende de las condiciones fisiológicas podremos, en caso que lo deseemos, producir mucho más el tipo de ser humano que admiramos”. Bueno, ahora ya entraríamos en la manipulación genética o biotecnológica… un gran problema aún no resuelto. Pero al que se refiere nuestro autor al decir que “la naturaleza, incluso la humana, dejará de ser un dato absoluto; cada vez se convertirá en lo que ha hecho de ella la manipulación científica. La ciencia puede facilitar que nuestros nietos vivan una vida buena proporcionándoles conocimientos, dominio de sí mismos y caracteres que produzcan armonía en lugar de luchas… Cuando los hombres hayan adquirido el mismo dominio sobre sus pasiones que tienen ya sobre las fuerzas físicas del mundo exterior habremos conquistado nuestra libertad” [6].
He subrayado en esta última frase “dominio sobre sus pasiones” pues en eso coincido plenamente. Se habla por cada vez más autores de diferentes ramas que el hombre tal como está actualmente, sin un “cambio” evolutivo (que no sabemos cómo será), no puede seguir indefinidamente. Hemos llegado al final de una etapa en la que hemos avanzado mucho, ya hemos conseguido conectarnos casi inmediatamente a nivel planetario, pero la evolución exige algo nuevo o el final. Hay quien piensa que la unión de la bio-nano-electrónica, bio-electro-genética, etc., conseguirán que sepamos más, conozcamos más rápidamente y ascendamos cualitativamente a otro nivel de conciencia, entre ellos recuerdo a Hawking escribir en este sentido.
Pero creo que todo eso aunque nos puede hacer “más” de lo que ya somos, no obstante, a pesar de los avances técnicos tan significativos que hemos conseguido y continuamos alcanzando, sin embargo, seguimos siendo primitivamente pasionales. Y cuando un grupo social (grande o pequeño) libera cooperativamente sus pasiones tenemos las crueldades de la Primera y Segunda Guerra Mundial apenas hace 100 años (nada en tiempos evolutivos) o diariamente las masacres que ocurren en países africanos, asiáticos y, sin ir tan lejos, en menor escala, pero no en menor crueldad, en el día a día de nuestra sociedad “civilizada” en donde el maltrato y las agresiones a cualquiera que sea más débil o se manifieste o piense diferente puede ocurrir ipso facto. Aún vemos a miembros de la “clase política” que se supone que nos representan justificar agresiones cuando son contra adversarios y en cierto modo decir “que aunque no está bien pero se lo han buscado” y estos son los que representan a la sociedad.
Creo que el salto evolutivo en el control de las pasiones es fundamental (el salto gen-ético que ya comenté en otra ocasión del que también habló antes Ramón Muñoz) aunque no estoy tan seguro, como dice Russell, que la ciencia sea ella quien lo consiga modificando las condiciones fisiológicas.
Si no avanzamos por este camino, la ética y la moral quedan relegadas a dos conceptos ya manidos que quedan resumidos en la siguiente frase: la mayoría de la gente de los países civilizados no roba por considerarlo un pecado o -considera Russell- “el verdadero motivo es la probabilidad de castigo terrenal”.
—————————
La Filosofía del Valor que sustenta Russell, solo cuajará como una nueva “religión”, como una moral interiorizada, cuando a través del camino gen-ético, el viaje individual (que hemos entendido como espiritual) nos una en una red cooperativa en la que las pasiones serán una más de nuestras energías creativas y no disgregativas.
No es posible separar espiritualidad y religión como no se puede separar ética y moral. Pero no puede evolucionar la segunda de las variables sin antes haber pasado la primera. La religión necesita una nueva red ética cooperativa espiritual; pero esta última se disolverá en simples “tendencias” individuales si no cuaja en una nueva moral, en una nueva norma, en una nueva religión. Pero no será una “religión” como las que han existido; en esta nueva norma asimilada en una la red ética cooperativa espiritual ha de movilizar a los individuos no solo por ideas o vivencias sino que en ella los seres humanos se integran en una “red de resonancia por similitud” .[7]
Señala Y.N Harari que “la búsqueda intransigente de la verdad es un viaje espiritual que raramente puede permanecer dentro de los confines de las instituciones religiosas o científicas”. Y completamente de acuerdo con él, en esta Filosofía del Valor no esperamos encontrar “La Verdad” sino una salto nuevo hasta una “mejor verdad” que la que ahora tenemos.
Un nuevo salto, pero ciertamente aún no sabemos si el viaje espiritual de la humanidad tiene fin en los tiempos… o no.[8]
——————————————————
[1] Bertrand Russell. Por qué no soy Cristiano, Editorial Público, Biblioteca Pensamiento Crítico, 2010 (En 1927 Bertrand Russell dictó en Londres una conferencia bajo el título “Por qué no soy Cristiano”. Nuestra obra cita de referencia es una compilación publicada por Paul Edwards en 1957, que incluye otros ensayos como Libertad en las Universidades y Nuestra ética sexual). En paréntesis indico en ocasiones la fecha en que hace determinado aserto. No hacemos un resumen de la obra sino que utilizamos algunas de sus ideas para desarrollar las nuestras.
[2] Yuval Noah Harari. Homo Deus. Breve Historia del mañana, Editorial Debate, 2016
[3] En 1936 Russell en “Sobrevivimos a la muerte” señala: El universo puede tener una finalidad, pero nada de lo que nosotros sabemos sugiere que, de ser así, ese propósito tenga alguna semejanza con los nuestros.
[4] Pertenece esta última idea a su obra “Lo que creo”, 1925. (Podemos considerar, pues, que su conclusión esencial sigue la línea fenomenológica de Husserl y luego fundamentalmente de los valores de Scheler).
[5] También en su momento Julian Huxley cuando desarrolla sus ideas transhumanistas expresa la necesidad de que para alcanzar un nuevo “nivel” es necesario tener cubiertas esas necesidades básicas.
[6] Y en este sentido dice Russell: “en otro lugar he expresado (Ícaro) mi temor de que los hombres no sepan usar bien el poder derivado de la ciencia”. Nosotros en artículos como “Hand Connected” o en “Neurosis y paranoia en tecnohumanos y ciberhumanos” también hemos tratado este tema.
[7] Red de Resonancia por Similitud (RRS) es un concepto que hemos desarrollado junto a Omar Lazarte. Ya anteriormente R Muñoz Soler se refirió en múltiples ocasiones a la “resonancia por similitud”, como por ejemplo en «Egoencia», en Tríada, Arcana ediciones, Buenos Aires, 2008. Su obra se puede ver en http://www.ramonpmunozsoler.com.ar/
[8]Hace unos años un viejo amigo psiquiatra de Valladolid, el Prof. Valentín Conde (que por circunstancias hace tiempo que no coincidimos), tras mandarle el libro de Ramón Muñoz Soler “Reversibilidad de Valores” me indicó, cuando coincidimos en un congreso, que “ahora se ha puesto de moda lo de los valores ¿me puedes explicar cómo está el asunto?”. Realmente no supe qué contestarle. Pues el que se “ponga de moda” suele ser más una aproximación pragmática de la ciencia-tecnología que busca nuevas formas para acomodarse a lo humano que una reflexión generalizada de cómo avanzar cooperativamente en una Filosofía del Valor. Si me volviese a preguntar lo mismo ahora seguiría sin saber cómo responder a esa “moda”. Pero en la línea de lo escrito arriba diríamos con Ramón Muñoz Soler y Omar Lazarte que el nuevo salto evolutivo (que denomina R. Muñoz Egoencia) supondrá una perfecta individualidad, participante e integrada por similitud con los otros existencialmente egoentes. (Modificado de Pensador de Síntesis, Compendio de la vida y obra del doctor Ramón Muñoz Soler. Compendio realizado por Fabiana Mastrangelo, edita Victorioso, Buenos aires, 2013)