LA PSICOCRACIA
Juan Rojo Moreno
Como decía J. de Ajuriaguerra (1983): la psicocracia no es nuestra meta. Nosotros no queremos psiquiatrizar la vida.
Nos han venido remitidos más de una vez pacientes que al valorarlos con detenimiento no padecían ninguna enfermedad psiquiátrica; eran reacciones normales ante problemas de la vida que les habían desanimado u originado cierta “ansiedad”. No se piense que es fácil decirle a una persona que viene convencida que padece una enfermedad psíquica (generalmente piensan en estrés, ansiedad o depresión) que no “tiene nada” más que lo normal de la vida y que no hay tratamiento ni psiquiátrico ni psicológico clínico para ello, cuesta mucho (excepto que quieran un apoyo de psicólogo para hablar de los problemas de la vida, pero eso no es “psicología clínica”). Cuesta tiempo conseguir empatizar bien y además hay que dar muchas explicaciones. A menudo es más difícil mostrar a una persona que está sana que explicarle que está enferma.
¿Y qué hacemos con la vida? Si no van al sacerdote ni al psicólogo ni tienen un buen amigo o confidente que sepa dar consejos adecuados, ayuda efectiva y tenga paciencia, ¿qué hacemos? ¿Tendremos que aprender algún tipo de psicocatarsis?
El descubridor del procedimiento psicocatártico fue el doctor Josef Breuer, que mediante “observaciones casuales” se las fue comunicando entre 1880-1882 a su amigo Sigmund Freud que con más detalle las observó y utilizó y, en publicaciones de 1893 y 1895, causó sensación en el mundo de la especialización médica. [1]
Breuer y Freud descubren que los síntomas histéricos aislados desaparecen inmediatamente y no volvían a presentarse si se conseguía, estando el paciente en estado hipnótico, traer con nitidez a la superficie de la conciencia el recuerdo de los acontecimientos responsables, haciendo que el enfermo exponga extensamente los acontecimientos y describa el afecto. Así desaparecían parálisis psicógenas, anestesias, deficiencias en distintas funciones, calambres, neuralgias, ataques, parestesias (hormigueos), etc.
Por esto Freud afirmó que sus pacientes padecían “reminiscencias”, que significa la exclusión parcial o total de determinadas partes de la memoria; eran -comenta Von Gebsattel- contenidos en poder de la “amnesia” que llegaban a tener un efecto patógeno. Llamaba mucho la atención cómo detalles olvidados hacía mucho tiempo, aparecían con gran arrebato afectivo al estar en estado hipnótico. Y además esos contenidos, que estaban olvidados, habían tenido el poder de actuar de forma decisiva en el trascurso de la vida, trastornándola. Por lo tanto, se abrían muchas puertas pues la “vida corriente” y normal de cada uno de nosotros se podía ver impedida en su fluir natural por contenidos inconscientes -se habló de una “fijación a noxas antiguas pero inconscientes». Los pacientes habían quedado fijados por una tendencia regresiva. La catarsis significaba tanto una evacuación como liberación o purificación. Los pacientes tras la psicocatarsis se descargaban de una fuerte tensión interna que había quedado inconsciente o semi-inconsciente y a partir de ese momento tenían, en palabras de Freud, una “reacción superadora”. Se habían superado los traumas psíquicos, y así se desarrolló la “teoría del trauma”.
Hoy en día no vemos frecuentemente toda esta rica y polimorfa sintomatología histérica de temblores, tics, parálisis, ataques, deficiencias sensoriales, etc., pero sí que mucha gente se queja de estar traumatizada. Las diferentes circunstancias de la vida, deseos y frustraciones son traumas para personas que siguen viviendo sin acudir, en principio, a psiquiatras o psicólogos, hasta que son remitidos al profesional. Y muchos se quejan de ansiedad y de estar deprimidos. [2]
¿En los tiempos actuales el hombre de las sociedades modernas tiene menos capacidad de sufrimiento?
Evidentemente, nadie quiere sufrir, ni ser infeliz, ni tener problemas ni angustias familiares, etc., pero si disminuimos nuestra disposición para el sufrimiento, disminuye también la capacidad de soportar la tristeza.
Considera von Gebsattel[3] que las manifestaciones catárticas pueden alcanzarse también sin hipnosis, que es posible que traumas circunscritos permanezcan en silencio durante varios años y que solo desarrollen su efecto patógeno cuando se exige que la personalidad madura realice un paso decisivo en la vida y “un paciente análisis descubre dentro de la historia de la vida de la persona el lugar de donde parte el trastorno” de tal manera que es importante que la persona sea capaz de integrar lo que ha descubierto en la catarsis.
No es suficiente con la reacción catártica o con el “darse cuenta” (¡ya caigo! o ¡ah! de Bühler o ¡ah! de Köhler [5]): “la mera reacción nunca lleva a la curación; siempre es necesario que lo que se ha descubierto sea integrado dentro del horizonte de sentido noético de la personalidad -pensamiento, idea, conciencia- y ésta sigue siendo la función logoterápica esencial de todo procedimiento psicocatártico”, dice von Gebsattel.
Y este es el planteamiento fundamental que deberíamos hacernos en relación con muchos de los sufrientes (no enfermos psíquicos) que hoy tenemos en nuestra sociedad. Quizá sea necesaria una función pedagógica de análisis vital y, sin necesidad de hipnosis, seamos capaces de llegar a acuerdos propios liberadores, catárticos, en nuestra vida diaria, pero pasados por el filtro vivencial y noético (pensamiento-conciencia). Si no ocurre esto, entonces un “histerismo colectivo” nos inunda pero no con las manifestaciones propias de hace 150 años sino con las de nuestros días, estrés, ansiedad, desconfianza, inseguridad, desanimo, disconformidad… pero vividas como realidad vital fallida.
Nuestra experiencia en la psiquiatría diaria nos muestra que dedicándole el tiempo suficiente al acto médico podemos llegar a facilitar que el paciente “entienda” su enfermedad y cómo se ha conformado su estado actual. Sin necesidad de hipnosis, pero impeliendo la “asimilación autobiográfica” conseguimos noeticamente llegar a este “verse y comprenderse” de tal manera que el diagnóstico ya no es un mero “bit informativo”, un código de la OMS o del DSM, o una palabra más (técnica), sino que el diagnóstico es entonces asumido, comprendido, por el paciente y habrá adquirido una nueva dimensión para él: la del significado que tiene una palabra (un nombre o término médico) en su ser-enfermo. El paciente entonces asimila comprensivamente (noeticamente) y se identifica con su estructura vital como si pudiera ver en un espejo, esquemáticamente, su vida y a él mismo en relación con su enfermedad. La autognosis ya adquiere impacto integrador vivencial pues alcanza, en sí misma, el significado (relación de la parte con el todo) de su enfermedad.
Los primeros 50 años del siglo XX se dijo que fue la época de la ansiedad y la angustia: “la angustia ha cesado de ser un asunto privado del individuo. La humanidad occidental vive atemorizada; el fenómeno de la angustia que desde hace cien años se viene imponiendo en forma creciente ha llegado a un grado nunca alcanzado hasta el presente”. Arnold Künzli habló de la “angustia como enfermedad occidental”. Y von Gebsattel se sigue preguntando, en 1964, ¿será acaso que la capacidad de angustia de la humanidad occidental ha aumentado en el curso de las tres o cuatro últimas generaciones? ¿O es únicamente el desarrollo de la investigación psicológica, psiquiátrica y psicopatológica de los últimos ochenta años lo que ha aguzado la vista para percibir el fenómeno de la angustia?
Es bien sabido que cuando se genera un nuevo recurso aparecen muchos más pacientes que antes, y cuando se establece un nuevo síndrome el médico lo encuentra ahora en todas partes. En la literatura de los siglos anteriores (Kant, Lotze) prácticamente no se habla de angustia ni de la esfera vital o impulsos instintivos. ¿Quizá con las aportaciones que se hicieron en psicoanálisis y en psicología profunda en el siglo XX se abrió la puerta a un cambio del estilo de autocomprensión del hombre?
De todas formas un problema que ya procede de entonces es la búsqueda incesante del hombre libre de angustia, cuando su manifestación no patológica es una parte normal del funcionamiento de la vida. Pero -señala von Gebsattel- si el mundo con que se enfrenta el hombre ha tenido una forma angustiante en todo lugar y momento, entonces, una circunstancia concreta, con una potencia posiblemente reducida con respecto al pasado, participa en la imagen angustiante del mundo y se convierte en algo que despierta pavor.
Actualmente en el siglo XXI se dice que es el siglo de la depresión, que será la mayor enfermedad común y son constantes las alertas ante la ansiedad, el estrés y la depresión. Algo parecido ocurre con las enfermedades psicosomáticas y las alergias ¿Quién ha visto hace 50 años tantas alergias a los lácteos y a otros múltiples productos? Ahora todos tenemos algún amigo con depresión o ansiedad (si no es callado) y algún amigo con alergia a algo.
Cierto que tenemos “criterios” homogeneizados para el diagnóstico de la depresión y no hay que minusvalorar la importancia de esta enfermedad ni la importancia de su incidencia o prevalencia. Pero evitemos psiquiatrizar las alteraciones normales del ánimo para que no tengamos que utilizar un término como el que introdujo J.H Schultz en 1955 “depresión fisiológica”, del hombre sano. Como señala Gustavo Tolchinsky, parafraseando a A. Huxley[4] “La ciencia médica ha avanzado tanto que ya casi no queda nadie completamente sano”
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Evidentemente, no planteamos ahora volver al método catártico sensu-stricto, con hipnosis incluida. Pero quizá sí tengamos que plantearnos, cuando vemos a todos estos pacientes que nos vienen con problemas diarios sin resolver y que les originan malestar (lógico, pues son problemas), la necesidad de buscar terapias vitales catárticas. En Japón tienen en las entradas de algunas fábricas un muñeco con la cara del director para que los trabajadores puedan “pegarle” antes de entrar al trabajo y así realicen su catarsis impulsiva y luego ya trabajan bien. Quizá necesitemos articular métodos (caminos) aceptables, normativos, paradigmáticos que ayuden a la catarsis individual vital; y a la familiar y, si nos aventuramos un poco más, a la social; el mundo va tan rápido, los valores cambian tanto y el contraste social y humano es tan grande que los “síntomas” de nuestra sociedad llamados inseguridad, desconfianza y tristeza están adquiriendo estatus creencial. Si no hacemos una catarsis de ello, los síntomas sociales aumentarán y no nos extrañemos que la sociedad insegura y desconfiada también haga una catarsis afectiva (y efectiva). Aunque el resultado no sabemos hasta donde será “curativo”. Porque las catarsis sociales no han sido, hasta ahora, muy curativas, sino que manipuladas han perdido la fuerza de su volcánica originalidad.
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[1] Sigmund Freud en 1893 publicó “informes provisionales” y en 1895 “Estudios sobre la Histeria” que abrió mucho el campo de estudio y tratamiento de estos pacientes que habían sido dejado de lado bajo la expresión despectiva de “histéricos”. En cierto modo le debemos a Freud la dignificación de estos pacientes y cuadros pues demostró (más adelante además con el psicoanálisis) que no eran personas que padecían cosas raras, y en lenguaje de ahora diríamos “tonterías,” sino que eran enfermos y que además tenían un tratamiento serio y científico.
[2] Peor es el caso de lo que López Ibor llama Psiquiatría Irredenta: “aquellos a los que un especialista consideraría como enfermos, pero que no acuden a él, sino a otros médicos, o a otras personas o simplemente viven y mueren con su enfermedad”.
[3] Víctor Emil Von Gebsattel. Imago Hominis. Contribuciones a una antropología de la personalidad. Editorial Gredos, Madrid, 1969.
[4] Aldous Huxley: La investigación de las enfermedades ha avanzado tanto que es cada vez más difícil encontrar a alguien que esté completamente sano (1958).
[5] En el libro de Max Scheler “El puesto del hombre en el cosmos”. Editorial Losada 1972 (primera edición 1938) se dice literalmente, pagina 48, en relación al descubrimiento súbito “esta subitaneidad se manifiesta también en la expresión de los ojos que W. Köhler interpreta de un modo muy práctico como expresión de la vivencia de un ¡ah!
El principal problema es diferenciar la experiencia «ansiedad», del síntoma «ansiedad», de la enfermedad «ansiedad», y con frecuencia pacientes y profesionales se equivocan.
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Totalmente de acuerdo contigo Israel, hoy todo el mundo o tiene «ansiedad» o le «producen ansiedad» o tiene «estrés» y cuando alguien tiene sosiego de forma estable lo ve o se siente raro.
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Pingback: PSIQUIATRÍA Y BIG DATA. | juanrojomoreno's Blog
Descomunal, formato de tu blog! ¿Cuanto tiempo llevas bloggeando? haces que leer en tu blog sea divertido. El uso total de tu web es bien pensado, al igual que el material contenido!
Saludos
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