DELIRIO Y CREENCIAS
Juan Rojo Moreno
Los cuadros psicóticos escaparon de la posibilidad real de interpretación y tratamiento de la psicoterapia y psicoanálisis que se desarrolló con gran fuerza durante los primeros 50 años del siglo XX (excepto C.G Jung que fue uno de los pocos que se aproximó a la posibilidad de análisis y tratamiento). Si bien aparecieron interpretaciones existenciales, antropológicas y psicológicas acerca de lo que pasaba con los pacientes psicóticos, no obstante, no aportaron resoluciones terapéuticas significativas. Luego con la aparición de la psicofarmacoterapia todo cambió tanto para el tratamiento de los trastornos ansiosos y depresivos como para el de los psicóticos. La psicofarmacología nos ha permitido avances impensables antes de los años 50 y ha permitido un tratamiento mucho más social de los cuadros psiquiátricos pudiendo llegar las terapias a cualquier rincón en un país civilizado. La psicofarmacoterapia lleva en sí el germen de la psicosocioterapia pues la posibilita enormemente. Los avances en psiquiatría biológica han sido y siguen siendo espectaculares pero ha facilitado el abandono del análisis existencial y antropológico del paciente como ser enfermo. Creo que la limitación de muchos de los “nuevos” tratamientos actuales está en que siguen buscando la mejoría de síntomas, del síndrome y, secundariamente, entonces, se plantean la del enfermo como ser que sufre y que es muchas veces marginado. Si en algún momento ambas corrientes salieran unidas en los inicios de la investigación es posible que, si se encuentra resultados, estos sean no mucho mejores sino casi definitivos.
La concepción clásica de la psicopatología es la que comenta Von Gebsattel: “el gran descubrimiento de la psicopatología consistió en darse cuentas de que al plano de la libertad personal se anteponía un plano de mecanismos apersonales de la vida impulsiva y afectiva, los cuales aprisionan y fijan al hombre a las relaciones causales”.[1]
Es decir, los síntomas psicopatológicos son, como si dijéramos, el “eslabón opresor” que aprisiona al enfermo, le quita su libertad y le altera el comportamiento.
Más allá de esta concepción clásica, Luis Valenciano Gaya entiende que hay tres niveles: un nivel es el de la repercusión vivencial que la psicopatología origina en el paciente. A este nivel correspondería lo que se refiere Von Gebsattel. Pero luego está el segundo nivel que es el del propio síntoma y un tercer nivel que es el origen profundo que ha generado el síntoma. L. Valenciano Gayá quiere profundizar hasta el tercer nivel.[2]Porque para L. Valenciano la vida humana, la esfera existencial, supone una serie de referencias internas que son accesibles a la psicopatología porque se muestran en configuraciones concretas que se manifiestan en el mundo y que son las que secundariamente pueden ser captadas por la psicología o psicopatología. Con otras palabras: las modificaciones radicales en la vida del enfermo no serían algo secundario, subsiguiente a la aparición de los síntomas, sino que los síntomas serían la consecuencia de aquella modificación radical de la vida en su último fundamento, en su núcleo más íntimo. Así enfocado, el problema de las transformaciones de la vida humana que supone la enfermedad psíquica se debería a desviaciones o alteraciones de estructuras radicales del vivir humano.
Al fin y al cabo nos estamos preguntando ¿Qué le ha ocurrido al ser humano, a la estructura vital, a la biología, a los neurotransmisores (todo unido es el primer eslabón) que originan síntomas (segundo eslabón) que cambian radicalmente la vivencia del mundo (tercer eslabón)?
El planteamiento de Valenciano Gayá se desarrolla en varias “fases” fundamentales:[3]
Primera Paranoia y desconfianza
El síndrome paranoide como realidad clínica, como realidad radical de la que tiene que surgir todo intento explicativo (biológico) y comprensivo (psicológico) es en último término un estado de desconfianza.
Cuando en medicina se plantea una anormalidad rápidamente nos preguntamos por la normalidad cuya desviación supone la anormalidad. En nuestro caso la pregunta sería ¿qué es la confianza que puede alterarse para dar lugar a la desconfianza y por lo tanto al síndrome paranoide? En psicopatología se ha hablado mucho de la desconfianza pero poco de la confianza.
Segunda. Creación del sistema creencial
El hombre al vivir normalmente va realizando su yo empírico (su yo que se expresa en el mundo) merced a su proyecto vital. Pero como no siempre puede realzarlo a su placer, según sus deseos, pues el mundo pone dificultades, entonces “esa vaga entelequia que es el yo radical” (es decir lo que vivencia que es su yo más íntimo, verdadero, no solo el que nos manifestamos cara al mundo) no puede manifestarse de forma original sino condicionado por las interpretaciones del mundo que todos los siglos precedentes de la humanidad le dan hechas -según la frase de Ortega “ningún hombre entrena humanidad”-. Ese condicionamiento histórico-social toma la forma de usos y vigencias (usos del pensamiento, del lenguaje…) que le son inyectados al hombre desde el nacimiento por las diversas esferas sociales que le rodean. Así se forman las creencias que no son pensadas, sino que se tienen, se viven, como interpretaciones que se dan hechas.[4]
Sobre esta base, la interpretación del delirio paranoide de Valenciano Gayá es que la persona delirante es aquella que se encuentra desmontada de la amplia base creencial sobre la que, como el resto de los sujetos normales, vivía. En el delirante el yo empírico (que se expresa en el mundo) resultante del yo radical y de las creencias existentes en su momento histórico, no le sirve o le sirve muy deficitariamente para enfrentarse sin problemas con el mundo.
El paciente paranoide tendrá que crear artificialmente un sistema creencial sustitutorio, muy parcial, al no provenir del desarrollo histórico, y diferente al consensuado por los demás. Al no tener su yo radical un suelo firme creencial, es como el explorador que va a un planeta desconocido: 1- las significaciones son nuevas, 2- las significaciones son amenazadoras, 3- las significaciones tienen un valor personal, son afectantes y 4- la perspectiva es rígida.
Al igual que Valenciano Gayá opina Matussek: el delirio no es una creencia errónea, el delirante no cree demasiado ni establece una creencia infundable en lugar de un conocimiento racional; el enfermo cree y ensaya sustituir las creencias por un criterio apoyado en datos objetivables. Para Matussek, el enfermo delirante no puede creer, y en lugar de la creencia ensaya a establecer un saber y por esto, en estos pacientes, hay que atender en primer lugar al existir morboso y secundariamente al vivenciar patológico.
Por lo tanto, en definitiva, en el delirante hay un fallo de las creencias, un fallo de esa estructura básica de su vida.
Tercera: Los otros.
La única realidad absoluta y radical es la de mi propia vida. Los otros tienen un mundo propio incomunicable que presumo, verosímil, pero siempre una interpretación mía. Pero me responden de forma análoga a como yo lo hago con ellos y por esto supongo que tienen un yo como el mío. Oscuramente intuyo el alter-ego. Ortega dice “el sentido del término hombre implica una existencia recíproca del uno para el otro, por lo tanto una comunidad de hombre, una sociedad”. El hombre está abierto a los otros, pero lo que no se determina nunca es si está abierto favorable o desfavorablemente.
En la nostridad diferenciamos dos polos. De un lado la multitud de seres humanos indeterminados, anónimos, esa es la gente. Todos y nadie al mismo tiempo, en esa gente no se capta la intimidad: “lo humano sin el hombre”. Y sin embargo esa sociedad es la que ha impuesto las vigencias, los usos, las ideas y opiniones que constituyen nuestro subsuelo creencial sobre o desde el cual vivimos sin darnos cuenta (nos comportamos, pensamos, interpretamos porque “se” piensa, interpreta, comportan…). La gente es el “sujeto” milenario de la historia cultural de la humanidad y de ahí su penetrancia mucho más allá de las vigencias sociales del momento.
De otro lado están los tús: por su cercanía se me convierten en próximos, en prójimos.
Pero en cualquier parcela de la nostridad, en principio, ante los otros tenemos que vivir con cautela, en guardia. Su futura conducta puede ser distinta a lo presumible.
La confianza es para Valenciano Gayá una forma destacada de la creencia. Sin la confianza cada encuentro resultaría una pavorosa aventura. En relación con la gente no se plantea la confianza de modo expreso. Hay una actitud de habitualidad, de familiaridad. Nos atenemos a la general experiencia del mundo inter-subjetivo, a los hábitos y costumbres de la sociedad. Valoramos el pasado, la historia y presumimos que la experiencia va a seguir con el mismo estilo que hasta ahora. Necesitamos datos muy concretos y significativos de los otros para modificar esa actitud espontánea (no era así en los albores de la humanidad ni en el encuentro entre tribus primitivas; Ortega y Gasset hizo un estudio profundo sobre el saludo en relación con la peligrosidad del otro).
Ante la imposibilidad de estar siempre atentos a la peligrosidad potencial de los otros, ante la necesidad de contar con un horizonte de previsiones para el futuro –sigue Valenciano Gayá- la confianza será un proceso de reducción de la complejidad. Gracias a ella la persona tiene una sensación de neutralidad del mundo, con solo un riesgo calculado – un cálculo no explícito- sin perder de vista las claras amenazas que puedan darse.
En los casos de los tús, como hay una relación mucho más estrecha, la confianza es solo una anticipación del tiempo.
La confianza es una aventura, un riesgo aceptado. En el fondo de todo ello se trata de una generalización de experiencias anteriores análogas. Hay un proceso de aprendizaje de la confianza que comienza en la infancia que traslada al infante las experiencias sociales. La confianza es una forma destacada de creencia.
Cuarto: La percepción y fantasía.
Básicamente la percepción se compone de dos fases: la primera la inmediata de la percepción, la segunda la de la verificación. Tengamos en cuenta ahora un tercer elemento: la fantasía.
Estos tres elementos se fusionan en una unidad de sentido sobre la base de las referencias de los distintos actos intencionales, referencias que son idénticas para todos los de la comunidad y se producen de forma desapercibida, meramente ocurren. Solo se hacen temáticas, se destacan como temas o se muestran, en sus trastornos, en las enfermedades psíquicas.
Son creencias, pues son el acervo infinito de esquemas mnésticos y prescripciones que se han formado a lo largo de la evolución de la humanidad y que se inyectan a cada hombre que entra en el mundo. En este sentido Valenciano Gayá y Binswanger coinciden en que en el delirante el esquema mnésico se halla alterado, ha perdido su firmeza y ya las prescripciones y referencias no siguen sus cauces habituales. Por esto Binswanger dice respecto al delirante que muestra la “inconsecuencia de la experiencia”. Inconsecuencia sería la imposibilidad de dejar las cosas tal como son en el encuentro inmediato. “No es que se dejen ser como son [las percepciones] y luego se pretenda su cambio, sino que desde el primer momento, en la síntesis perceptiva o de la situación, no se dejan ser como son” (Binswanger).
Luego ya en la segunda fase de la percepción, en la de verificación, ya aparecen las relaciones temporales y la intencionalidad.
Quinto: La desconfianza
La desconfianza, apunta Luhmann, no es una falta de confianza. La mera falta de confianza nos originaría una gran perplejidad al no proyectar la ordenación necesaria sobre el mundo en general y en especial sobre el mundo de los otros. La ordenación del mundo en el marco de la desconfianza, llena de precauciones y reservas es mucho menos reductora de la complejidad y el margen de acción de la vida social disminuye considerablemente y la persona ha de estar constantemente con la necesidad de comprobaciones racionales.
Hagamos un resumen:
- El síndrome del delirio paranoide en general supone un fallo de la estructura creencial.
- En la relación del hombre con el otro, con los otros, con la gente, con los tús, las referencias del mundo social son tan complejas y problemáticas, tan llenas de incógnitas que el ser humano se ve forzado a efectuar una reducción de la complejidad, pero no como mero compromiso psico-social, sino merced a la puesta en juego de una profunda estructura de la existencia, de la vida, que son las creencias.
- En su encuentro con el mundo, sobre todo el social, ya en la percepción el hombre organiza la experiencia sobre la base de esquemas mnésticos y prescripciones que en realidad no le pertenecen, sino que atañen al acervo de experiencias de la historia humana. Solo porque se han dado ya de antemano en el mundo inter-subjetivo, las prescripciones son análogas y hay la posibilidad de entendimiento en ese mundo inter-subjetivo. Son -subraya Valenciano Gayá- creencias en el profundo sentido que Ortega da a ese vocablo.
- En su apertura a la realidad del mundo el individuo está constituido por una segunda realidad que son las interpretaciones que a través de milenios ha ido logrando el hombre histórico. Y estas le dictan sus esquemas mnésticos, sus prescripciones, para hacerse cargo de la caótica realidad
En el síndrome paranoico, forma extrema y morbosa de la desconfianza, no es que cree por sí mismo una compresencia hostil, es sencillamente que desprovisto de prescripciones habituales se le muestra toda la inseguridad primordial del comportamiento del otro, capta la peligrosidad posible que el otro siempre es en su libertad de ser. Como dice Heidegger “en cuanto cotidiano ser uno con otro está el ser ahí bajo el señorío de los otros”. Un señorío –remarca Valenciano Gayá- cuya amortiguación por los usos y las vigencias en su profunda forma de creencia, falla en el paciente paranoide.
El auténtico delirio, con su fallo en la confianza en su forma creencial, sí supone esa transformación básica del fondo vital.
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Este trabajo de Luis Valenciano Gayá, realmente muy original, fue bastante referido en “su época” y en algunos manuales de psiquiatría. La gente ve al psicótico paranoide como un enfermo “peligroso” o, al menos, que desconcierta y origina mucho tabú (más si, por lo demás, decimos esquizofrenia). Los psiquiatras tienen tendencia a valorarlo por la clínica, el tratamiento y la desaparición de los síntomas y si no fuera posible esto último, al menos, la atenuación y control de los mismos. El Dr. Valenciano Gayá nos hace pensar en el fondo: en el fondo del qué le ocurre al paciente y en el fondo de por qué aparece la enfermedad: no todo es biología ni farmacología. Muchas enfermedades pueden que estén bastante enraizadas en aspectos histórico-culturales, en el modo como se han desarrollado nuestras creencias y en el modo como los humanos hemos desarrollado la humanidad. Debemos conocer esto y también buscar tratamientos conociendo esto.
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[1] Víctor Von Gebsattel, Imago Ominis, Editorial Gredos, Madrid, 1969.
[2] Luis Valenciano Gaya. Introducción a la Psicopatología de la Confianza. Académico Numerario de la Real Academia de Medicina y Cirugía de Murcia. Discurso leído en la Sesión inaugural del Curso Académico el 10 de Febrero de 1969 (en él hace referencia a su trabajo sobre este tema de 1960).
[3] Luis Valenciano Gayá sigue como modelo el pensamiento de Ortega y Gasset.
[4] Ideas en sentido estricto, como pensamientos propios, solo se producen -según Ortega- cuando las creencias fallan: “las ideas son el aparato ortopédico para las creencias fracturadas”
Hola de nuevo. Dices «el ser humano se ve forzado a efectuar una reducción de la complejidad» supongo entonces que en el psicótico no puede llevarse a cabo esta reducción, de forma tal que está a merced de esta complejidad en bruto.
Más arriba, apuntalas: «Básicamente la percepción se compone de dos fases: la primera la inmediata de la percepción, la segunda la de la verificación. Tengamos en cuenta ahora un tercer elemento: la fantasía. Estos tres elementos se fusionan en una unidad de sentido»
supongo que «la fantasía» en el delirante, como uno de los tres elementos generadores, se conserva en pie y sigue generando sentido a pesar de estar casi caídos en ruinas los otros dos pilares generadores.
Luego están los dos polos de la nostridad. «La gente» y los «tú(s)». Aquí por ningún lado mencionas lo siguiente pero sospecho que en los delirantes cuando niños existió un fallo en el proceso de desarrollar confianza con los tú(s): aparentemente los tú(s) sólo se regían a base de un determinado «tú» (la encargada o encargado de darle cuidado, afecto y saber), un «tú» en el que relucía la posibilidad de confiarse enteramente, un «tú» se bastaba así mismo en relación incluso con «La gente», o que al menos, daba la impresión al futuro delirante de que «tú» no necesitaba someterse al marco intersubjetivo de La gente.
Habiendo descartado la posibilidad de que todo gire en torno a «La gente», un día este sujeto despierta cuestionándose si en verdad tiene sentido creer en su figura de referencia pues para llevar acabo ese acercamiento con sus contemporáneos que antes nunca deseó, su marco de sentido actual (heredero del contexto descrito) está demostrando ser inútil.
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Estimado Adrián, gracias por tu comentario que intento responderte a continuación. La complejidad ha de reducirse pues ha de ser accesible. Según el texto que estamos comentando las creencias (orteguianas) nos permiten simplificar la complejidad con un sentido que en parte ya nos viene dado sin tener que deducirlo. Este sentido está enmarcado en nuestro legado sociocultural. En el psicótico también hay una reducción de la complejidad pues ha de tener “su sentido” pero ya no comparte creencias y por eso tiene la certeza de sus ideas sin contraste creencial. Ya otros autores, en otro campo, han explicado también cómo el psicótico hace una reducción de la complejidad con un “sentido propio” debido a alteración del tono de la conciencia, nivel de conciencie etc., pero eso ya es otro asunto que nos va a complicar más.
Sigo respondiendo a tu comentario: claro que la fantasía en el delirante permanece como en todos los humanos, aunque la interpretación vivencial sea de otro modo. En relación con la parte final de tu comentario que hace referencia a los “tús” tanto Valenciano Gayá como Ortega y Gasset (a quien sigue) no entran en toda la interpretación psicoanalítica o semejante, por lo que no utilizan esa terminología: ni la niegan ni la admiten (se acercan más al mundo de la fenomenología e historicidad). Lo que tu mencionas me recuerda a Karen Horney, pero esa línea no es seguida por los autores de referencia.
Un saludo
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