Alquimia, Ser y Tiempo
Juan Rojo Moreno
Mircea Eliade en su obra Herreros y Alquimistas hace una buena exposición sobre nuestro desarrollo en relación con los mitos y creencias alquímicas de los minerales. [1]
El hierro fue trabajado antes de aprender a utilizar los minerales ferrosos terrestres, pues los esquimales de Groenlandia y también los aztecas, los mayas y los incas aprendieron a trabajar el hierro meteórico con martillos de sílex, haciendo cuchillos. En todos estos casos ignoraban la fusión de los minerales y en aquel momento el valor de este hierro era superior al oro. Algo parecido ocurrió en el antiguo Egipto y por eso hablaban del “metal del cielo”. El valor del hierro meteórico llegó a ser tan elevado pues procedía de los cielos, del lugar donde estaban los dioses y, en alguna cultura, el que poseía una espada de este metal se consideraba invulnerable en las batallas; estaba unido a algo “trascendente”. La metalurgia del hierro a nivel industrial, cuando pasó el tiempo, supuso no solo hacer hierro (como había ocurrido con el cobre o el bronce) sino que había que endurecerlo al “rojo blanco” en los hornos y esto no ocurrió hasta los años 1.200-1000 a de J. C en Armenia que es cuando se detecta la primera producción industrial.
Pero, volviendo a los minerales de nuestra tierra, las extracciones pétreas tenían un simbolismo importante y muchas veces iban unidas a determinados ritos.
Tomemos como ejemplo a Delfos la más célebre de las simas de la Grecia antigua y que debía su nombre a esta imagen mítica: Delphi significa efectivamente útero (delph =útero). En los tres sitios donde se hallaban las Sibilas había tierra roja: cerca de Cumae, cerca de Marpesos y en Epira; las Sibilas estaban íntimamente ligadas al culto de las cavernas y la tierra roja simbolizaba la sangre de la diosa.
Veamos cuatro conceptos míticos-pétreos fundamentales:
Primer concepto: si las galerías de las minas y las cavernas eran asimiladas a la vagina de la madre tierra, todo cuanto yace en su “vientre” está aún vivo, en estado de gestación. Por lo tanto, los minerales extraídos son en cierto modo “embriones”. La extracción de la tierra es adelantar el tiempo a que esos embriones crezcan y maduren: si se dejase transcurrir suficientemente el tiempo o ritmo geológico, entonces los minerales se harían perfectos, se harían “maduros”. La labor del minero es muy importante pues está actuando sobre “el tiempo”. Sacando antes de tiempo algo de la naturaleza. Los metalúrgicos pretendían sustituir con sus artes la obra de la Naturaleza; al acelerar el proceso de crecimiento el metalúrgico precipitaba el ritmo temporal. Por lo tanto no solo se actuaba sobre una “cosa”, se actuaba sobre algo que tenía un fondo vital y se actuaba sobre el tiempo vital.
Por esto hay múltiples ritos mineros y metalúrgicos, muchos de los cuales se mantuvieron en Europa hasta finales de la Edad Media. Hay que apaciguar muchas veces a espíritus protectores de la mina, como en el caso del minero malayo que creía que el estaño estaba vivo y poseía la propiedad de trasladarse de un lado a otro, podía reproducirse y tenía antipatías o afinidades especiales por ciertas personas o cosas. Había que apaciguar a los espíritus protectores del mineral y extraer el estaño haciendo como que no lo advertía él mismo. Los obreros musulmanes debían guardarse muy bien de mostrar signos de su religión pues “se supone que el oro está bajo la jurisdicción y en posesión de un dewa o dios (antiguo). Toda proclamación de la soberanía de Alá ofende al dewa quien inmediatamente oculta el oro o lo hace invisible”. En Malasia son los dioses autóctonos (los más antiguos) los que controlaban los cultos relacionados con la tierra. En África también el jefe es el que decía donde hay que empezar a perforar para no molestar a los espíritus de la montaña y también recitaba una oración “a los espíritus del cobre”.
La piedra en estos mitos -señala M. Eliade- es fuente de vida y fertilidad, vive y procrea[2]. Así, como curiosidad, Bacon escribe que algunos ancianos cuentan que hay en la isla de Chipre una especie de hierro que cortado en pedacitos y hundidos en tierra, regándola con frecuencia, vegetan en cierto modo, hasta el extremo que todos estos pedacitos se hacen mayores. Pero en el siglo XVII un autor español, Barba, también cree que una mina agotada hay que dejarla reposar 10-15 años y entonces rehará sus yacimientos pues “los que creen que los metales han sido creados desde el principio del tiempo se engañan groseramente: los metales `crecen´ en las minas” .
A veces se hacen referencias a los sabios: en El Bergbüchlein se señala que no solo el cobre nace por la influencia de Venus, el hierro por la de Marte y el plomo por la de Saturno sino que “según la opinión de los sabios el oro es engendrado por un azufre, del color más claro posible, y bien purificado y rectificado en la tierra, bajo la acción del cielo, principalmente del sol…”
Segundo concepto: si nada entorpece el proceso de gestación todos los minerales se convierten con el tiempo en oro.
La diferencia entre el metalúrgico y el alquimista está en que el metalúrgico transforma los minerales (“embriones”) en metales acelerando el crecimiento comenzado en la Madre-Tierra, mientras que el alquimista sueña con prolongar esa aceleración con la transmutación final de los metales en el “noble”, el oro. La nobleza del oro –señala Eliade- es, pues, fruto de su madurez; los otros metales son ordinarios, comunes, crudos, no maduros. La naturaleza tiende a la perfección y al final todos los metales acabarían siendo oro (representa la inmortalidad, soberanía) y el alquimista ayuda a esa inmortalidad, a la madurez, soberanía e independencia[3].
En el caso de la alquimia china con la preparación del oro se obtenía la “droga de la inmortalidad” y la búsqueda del elixir estaba relacionada con las islas en las que habitaban “los inmortales”. El oro y el jade por el hecho de que participan del principio cosmológico yang, preservan a los cuerpos de la corrupción: “si se pone oro y jade en los nueve orificios del cadáver, será preservado contra la putrefacción” (alquimista Ko-Hung). Por la misma razón los jarrones de oro alquímico tienen la virtud especial de prolongar la vida hasta el infinito. Este oro que se producía por la manipulación alquímica (como había actuado sobre el tiempo) poseía una vitalidad superior por medio de la cual podía obtenerse la inmortalidad.
Tan claramente era en la alquimia-espiritualidad-sociedad china la relación del oro con la inmortalidad que entre el siglo I a de J.C y el I d de J.C ya se consume el cinabrio (o cinabarita) que es sulfuro de mercurios (85 % Hg, 15% S), es de color rojo (por eso también se le llama bermellón) y se utilizaba por los alquimistas para obtener oro. Un gobernador tras haberlo consumido durante cinco años “fue capaz de desplazarse volando” (según el Lie-sien-tchuan). Y además el cinabrio puede crearse en el cuerpo por medio de la destilación del esperma “el taoísta imitando a los animales y a los vegetales se cuelga al revés, haciendo llegar a su cerebro la esencia de su esperma” (Rolf Stein, cit. M. Eliade).
Tercer concepto: La Piedra Filosofal
La primera virtud de La Piedra es la capacidad para transmutar los metales en oro. “Este arte nos enseña a hacer un remedio llamado Elixir que, vertido sobre los metales imperfectos los perfecciona por completo, razón por la que se ha inventado”[4].
El alquimista chino estima que el proceso mediante el cual se engendra un niño es capaz de producir la Piedra Filosofal. Esta analogía también está en los alquimistas occidentales.
Los minerales y los metales crecen en la Tierra al igual que un embrión en el seno materno. La Piedra Filosofal participa al mismo tiempo de la naturaleza de un metal y de la de un embrión y -señala Eliade- la idea de que los procesos respectivos del crecimiento (del metal y del embrión) pueden ser acelerados en medida prodigiosa no solo en el nivel mineral de la existencia (produciendo oro) sino también en el nivel humano produciendo el elixir de la inmortalidad, pues gracias a la homología microcosmos-macrocosmos ambos niveles -mineral y humano- se corresponden. En el sistema tradicional chino se sobreentendía esta homologación hombre-universo: trabajando en un cierto nivel se operaba, al mismo tiempo en todos los niveles correspondientes.
Porque, a diferencia de lo que se cree popularmente, los alquimistas no tenían un interés especial en buscar oro como fuente de riqueza, e incluso los griegos tan observadores y razonantes cuando se aplicaban a la ciencia, no obstante, cuando eran alquimistas, aunque observaran los curiosos fenómenos del azufre tras su fusión y consecutivo calentamiento, no les interesaron los fenómenos físico-químicos aparte de su acción sobre los metales: no se interesaban por los fenómenos naturales que no servían a sus fines. La alquimia no nació del deseo de crear oro por medio del laboratorio (sería falsificar oro) sino que –comenta M. Eliade- lo más probable haya sido la vieja concepción de la Madre-Tierra portadora de minerales-embriones la que haya cristalizado la fe en la transmutación artificial, es decir, verificada en laboratorio. La consideración de “sustancia viviente” debió ser el factor decisivo.[5]
Fueron los alquimistas árabes los primeros en asignar a la Piedra virtudes terapéuticas y por ellos llega a occidente el concepto de Elixir Vitae. Según Arnaldo de Villanova la Piedra Filosofal cura en una hora una enfermedad que duraría un mes, en doce días la que duraría un año y devuelve a los viejos la juventud.[6]
Cuarto concepto: Alquimia, el ser y el Tiempo
Seguimos siendo alquimistas. Somos los mismos, solo que en aquella época éramos niños y ahora somos adolescentes.
Entonces se quería perfeccionar la materia, cambiar la Naturaleza y el hombre era el que sustituía al tiempo. Mediante el fuego y el arte alquímico lo que habría tardado miles de años en “madurar” en la Naturaleza se podría hacer en poco tiempo y llegar al ideal, en este caso, al oro. Modificar la Naturaleza y el tiempo era, al fin y al cabo, modificar al propio hombre, conseguir un cambio evolutivo, alcanzar la inmortalidad o la perfección. A partir del siglo XIX el hombre tiene conciencia clara e histórica que él puede, no solo cambiar la naturaleza sino conquistarla, incluso mejorarla, y sustituir los estragos que el tiempo hace en ella y sobre él mismo. Y actualmente ya no solo con la técnica sino con el manejo atómico y genético se espera encontrar una nueva Piedra Filosofal que nos permita incluso invertir el tiempo.
Hay una diferencia fundamental con los alquimistas antiguos. La Naturaleza era una fuente de manifestaciones sagradas[7]. La ciencia moderna ha desacralizado la naturaleza, pero ahora cuanto más se sabe de ella y más se sabe del hombre, creo, nos damos cuenta que realmente menos sabemos. No sé si será sagrada o no, pero creemos que podemos atrapar el tiempo y él se nos escapa. Y cuando ya hemos conseguido secuenciar el código genético pensando que también secuenciábamos la vida, de nuevo descubrimos “agujeros negros” en los genes y realmente aún no sabemos cómo funcionan. Nuestros alquimistas antiguos al mismo tiempo que querían sustituir al tiempo de la Naturaleza, temían a esta. Ahora no la tememos y no sabemos si queriéndola sustituir y modificar vamos a ser capaces, no solo de mejorarla sino, al contrario, de destruirla.
También hay otra diferencia importante: antes los alquimistas contemplaban la Naturaleza para intentar actuar sobre ella. Ahora apenas la contemplamos sino que solo la disecamos, trabajamos y actuamos. El hombre de las sociedades modernas –dice Eliade- queriendo hacer las cosas mejor y más aprisa que la Naturaleza es en el trabajo en estado puro, medido en horas, donde experimenta y siente más implacablemente la duración temporal, su lentitud y su peso. El hombre moderno ha adoptado, en sentido literal, el papel del tiempo, que se consume trabajando, y se ha convertido en un ser exclusivamente temporal. No considera Eliade que esto sea una crítica a las sociedades modernas, ni un elogio de las demás sociedades arcaicas o exóticas, solamente ha querido demostrar cómo las ideas rectoras de la alquimia arraigada en la proto-historia se han prolongado hasta ahora.
El futuro, para Eliade, es imposible de prever; la aparición de la agricultura supuso un giro histórico cuyas consecuencias las hemos tenido durante milenios. El manejo de los metales fue el catalizador que favoreció la expansión de la agricultura y la creación de las urbes prendiendo lo que Eliade llamó la “solidarización forzada de la humanidad entera”[8].
Actualmente, el desarrollo de la “Comunicación Global” y sus redes es el equivalente al primitivo catalizador mineral. En el siglo XXI ha de madurar el alquimista, ha de seguir creciendo; lo que no sabemos es cuando tendrá la suficiente edad y experiencia para saber realmente lo que está haciendo.
El problema del hombre actual, que sigue siendo alquimista, es que cree que domina los cambios, que dominará el tiempo y que domina el espacio. La alquimia antigua tenía trascendencia, la alquimia moderna no y entonces al final el sentido temporal humano queda reducido, como mucho, a formar parte de un agujero negro cuando nuestra galaxia choque con la más próxima (la Andrómeda) dentro de 5.000 millones de años.
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“Con el sudor de tu rostro comerás pan hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella has sido tomado; ya que polvos eres y al polvo volverás” (Génesis 3:19). Esta frase podría tener sentido cósmico y transcendente en la antigua alquimia pero ahora se ha transformado en un aforismo cargado de praxis pues para el común de la gente provenimos, a lo más, de los genes y acabamos, a lo más, en un esqueleto que se desintegrará o en unas cenizas que se expandirán en un rio, una colina o un mar. Modificamos el mundo, destruimos la naturaleza, pero, demasiado a menudo, no sabemos lo que hacemos más allá del fin cercano, “solo el vivir hic et nunc”.
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[1] Mircea Eliade. Herreros y Alquimistas. Editorial Taurus, Madrid, 1959; va a ser nuestra obra cifra de referencia. Está en internet en PDF aquí
[2] Aunque hay mitos que se refieren al nacimiento de los hombres desde las piedras, en América Central, América del Sur, en los griegos, semitas, en el Cáucaso, Oceanía… nos vamos a referir fundamentalmente a los mitos sobre el engendramiento y maduración de las piedras (siguiendo la obra de referencia de M. Eliade).
[3] Plutarco y Diodoro nos dicen que los egipcios odiaban el hierro al que denominaban “los huesos de Seth”. Por otra parte consideraban que la carne de los dioses era de oro. Aquí el simbolismo es el de la inmortalidad; el oro es el metal perfecto, el metal solar: Por eso se le supone al Faraón carne de oro.
[4] Frate Simone da Colonia, en el Speculum Minus alchimiae. Cit. M. Eliade
[5] En la alquimia India es posible cambiar el bronce en oro. Pero en la alquimia india hay que tener en cuenta que las “sustancias” no eran inertes sino que representaban estados de la inagotable manifestación de la materia primordial (prakriti). Plantas, piedras, metales así como los cuerpos de los hombres su biología y su vida psicomental no eran sino momentos diversos de un mismo proceso cósmico. Era por lo tanto pasar de un estado a otro, transmutar una forma en otra. Esto quiere decir que para el alquimista indio las operaciones con las sustancias minerales no eran y no podían ser simples experiencias químicas sino que tenían consecuencias espirituales decisivas. Solo cuando las sustancias minerales habían sido vaciadas de sus virtudes cosmológicas y se hayan convertido ya en objetos inanimados, entonces se hace posible la ciencia química propiamente dicha.
[6] Como era de esperar la fama de la Piedra filosofal llegó hasta el punto de absorber todas las creencias mágicas: te podía hacer invisible, invulnerable, capaz de levitar…
[7] M. Eliade creó el termino Hierofanía, que es el acto de manifestación de lo sagrado. La naturaleza era una fuente de hierofanías, dice Eliade.
[8]Entiende M Eliade cómo la historia realmente aparece como solidarización forzada de la humanidad a partir de un cierto momento, con acontecimientos históricos que ocurrían en regiones muy determinadas del globo. Esto fue lo que se produjo después del descubrimiento de la agricultura y sobre todo después de la cristalización de las primeras civilizaciones urbanas en el Cercano Oriente antiguo. A partir de ese momento toda cultura humana, por lejana y excéntrica que fuera, estaba condenada a sufrir las consecuencias de los acontecimientos históricos que se realizaban en el “centro”, aunque estas consecuencias se manifestaran, a veces, con milenios de retraso pero en ningún caso podían evitase: estaban cargadas de fatalidad histórica. Tras el descubrimiento de la agricultura la humanidad estaba condenada a hacerse agrícola o por lo menos a sufrir las influencias de todos los descubrimientos e innovaciones posteriores que solo fueron posibles gracias a la agricultura, domesticación de animales, sociedades pastorales, civilización urbana, organización militar, imperio, imperialismos, civilización de masas, etc. En otras palabras, toda la humanidad se convirtió en solidaria, aunque fuera pasivamente. Es a partir de ese momento –correspondiente al primer impulso de las civilizaciones urbanas en el Cercano Oriente- cuando puede hablarse de Historia en el más amplio sentido del vocablo, es decir de modificaciones de alcance universal efectuadas mediante la voluntad creadora de algunas sociedades.