MÁS ALLÁ DE LA CONCIENCIA CEREBRAL


(Holografía y holomovimiento-resonancia y sincronicidad)

Juan Rojo Moreno

         Leyendo al escritor y ensayista americano Michael Talbot aparecen muchas ideas y muchas preguntas. Es cierto que su concepción de “universo holográfico” da pie a entender “casi todo” y si bien la demostración es difícil con nuestros parámetros actuales, no obstante, trazar nuevas teorías sí que nos sirve para plantearnos, al menos, un nuevo modo de comprensión del mundo y del ser humano.[1]

Lo que sí es cierto es que, como indica Talbot, el volumen de indicios acumulado sobre fenómenos que no pueden ser explicados por la ciencia es ya tan abrumador (y más ahora con la comunicación planetaria existente) que no es válido que la ciencia se limite a prescindir de ellos. Nos sirve como ejemplo los estudios que realizaron R.C Jahn y B.J. Dunne en la universidad de Princeton demostrando cómo se puede influir con la voluntad sobre acontecimientos físicos, modificando las probabilidades del azar.

Veamos primero qué es un holograma. Para hacer un holograma se divide un rayo láser en dos: uno de ellos es el que rebota sobre la imagen que se ha elegido (por ejemplo una manzana) y ese reflejo se dirige hacia una placa holográfica, pero antes de impresionarla el otro rayo interfiere al primero que ya ha rebotado y se origina lo que se denomina un “patrón de interferencia”. Es como cuando varias olas chocan entre sí.

En este enlace se explica bien lo que ocurre con los electrones y el patrón de interferencia: es el experimento de la doble rendija https://www.youtube.com/watch?v=-cnxxOKvcR4.

Este patrón de interferencia es lo que se imprime en la placa holográfica y la imagen parece caótica. Pero si luego aplicamos una luz sobre esa placa (mejor si es luz láser) entonces aparece detrás de ella la imagen tridimensional holográfica (la manzana) que la veremos como real, pero si intentamos tocarla no es posible.  Es muy importante que si partimos por la mitad la placa holográfica e iluminamos esa mitad sigue viéndose toda la imagen; igualmente si hacemos 4, 5,10 o 30 trozos: desde cada trozo se verá la imagen completa al iluminarlo aunque con menos definición.

En cada parte de la placa holográfica, por lo tanto, está el todo. Podemos decir que “todo está en todo”.

Quedará más claro si ven este enlace de placa holográfica y la figura de abajo:

holograma-transmision-es

Lo interesante es que las neuronas funcionan transmitiendo estímulos eléctricos que dan información, y están muy interconectadas unas con otras de manera que mucha información es compartida. Se produce (así lo entiende Pribram) al fin y al cabo infinitud de patrones de interferencia (por los estímulos eléctricos entre las neuronas) por lo que nuestro cerebro funciona como un todo en el que en cada parte está a la vez en el resto (holografía): “la concentración de neuronas es tan densa que las ondas eléctricas -igualmente un fenómeno ondulatorio en apariencia-, al expandirse se entrecruzan constantemente unas con otras […] creando una colección casi infinita de patrones de interferencia y estos a su vez podrían ser lo que confiere al cerebro sus propiedades holográficas”. Por ejemplo, a la corteza visual no nos llega más del 50% de los estímulos del nervio óptico, el otro 50% de los estímulos han pasado por otras áreas. Pribram demostró que se puede cortar hasta el 98% de los nervios ópticos del gato sin que se afecte de forma significativa la capacidad para llevar a cabo tareas visuales complejas.

De igual manera se puede también demostrar cómo los recuerdos no están situados en ninguna parte concreta del cerebro. Por ejemplo, con las salamandras ocurre algo muy curioso: se les puede quitar el cerebro y quedan en estado estuporoso pero no mueren y al reponerles el cerebro vuelve su conducta a la normalidad. Bueno, pues, Pietsch estudió la conducta alimenticia de las salamandras para ver si estaba localizada en alguna parte. Cogió una salamandra y le cambió los hemisferios derecho e izquierdo, a otra le puso el cerebro al revés y en ambos casos cuando se recuperó se alimentó normalmente. Entonces en otras salamandras cortó el cerebro en rodajas o los menguó e incluso los picó pero cuando colocaba lo que quedaba la conducta siempre volvía a la normalidad, mostrando así que no estaba localizada esa conducta en lugar concreto y apoyando la idea del funcionamiento cerebral como holograma complejo.

¿Y cómo maneja la información este holograma cerebral? Según Pribram utilizando fundamentalmente frecuencias de ondas. En este sentido nos interesan las matemáticas de Fourier. Lo que inventó Fourier fue más o menos la forma matemática de convertir cualquier patrón por complejo que fuera en un lenguaje de ondas simples. Mostró, asimismo, el modo en que esas ondas podían transformarse otra vez en el patrón original. Es como la cámara de televisión que convierte las imágenes en ondas y, luego, el aparato de televisión en tu casa vuelve a reconvertir las ondas en imágenes. Las ecuaciones transformadas de Fourier son las que permiten convertir imágenes en ondas y luego las ondas en imágenes. “Todo en cada parte” es una de las consecuencias que se produce cuando una imagen o un patrón se traducen al lenguaje de formas de onda de Fourier.

Tanto el oído, como la vista, como la piel, el olfato y los movimientos pueden estar codificados mediante frecuencias de ondas “tipo Fourier”. Cuando aprendemos a montar en bicicleta no lo hacemos analizando las partes de los movimientos sino comprendiendo el movimiento fluido (onda) en su totalidad.

Hasta aquí parece estar más o menos claro. La realidad no es real sino que nuestro cerebro la interpreta de una manera global y esa interpretación la hace a nivel tridimensional, al fin y al cabo, mediante ondas mediadas por impulsos eléctricos.

Pero el problema es que debajo de todo está que los impulsos eléctricos, es decir los electrones, son a la vez partículas y ondas: la luz, los rayos gamma, las ondas de radio, los rayos X, todo, puede transformarse de onda en partícula y otra vez en onda. Entramos en el mundo cuántico y lo más curioso de este mundo es que al parecer los quanta se manifiestan como partícula solo cuando los observamos. Un electrón cuando no es observado es una onda.

El físico David Bohm estudiando este campo cuántico observa lo que se denomina “no localidad”. Es decir existen partículas gemelas que se comportan de forma semejante -influidas mutuamente- aunque la distancia entre ellas sea tal que ni a la velocidad de la luz podrían comunicarse. Por esto se habla de no localidad, pues no pueden estar localizadas en el espacio “normal”. Ha de haber otro tipo de “espacio”: Bohm habla de orden implicado. El orden implicado subyace, es primario, es un orden de existencia más profundo y es el que da origen y apariencia al mundo y al universo que vemos, es decir, al orden explicado. Nuestra realidad fragua desde el orden implicado, pero no por eso el orden implicado deja de estar en contacto con el orden explicito (o explicado), es decir con nuestro universo que consideramos real. Como el término holograma hace referencia a una imagen estática, Bohm prefiere describir el universo no como holograma sino como holomovimiento.[2]

Pensar, entonces, que el universo está formado por partes es como pensar que los distintos surtidores de una fuente son independientes del agua de la que fluyen. En este sentido los surtidores serían las realidades o los universos explícitos: nuestro universo uno de ellos. Pero el orden implícito está subyacente y es el que posibilita la expresión de cada realidad (universo), y con cada uno está conectado y todos entre ellos.

Einstein revolucionó la concepción del universo cuando habló del continuo espacio-tiempo como una unidad; Bohm lleva esa idea un paso más adelante pues todo lo que hay en los universos forma parte de un continuo. Por esto  en vez de hablar de cosas y de realidades habla de “subtotalidades relativamente autónomas” y al igual que los diversos remolinos de un río parecen autónomos, no obstante, no se puede encontrar una línea divisoria donde acaba el remolino y continúa el río. De igual manera piensa que no tiene sentido hablar de interacción entre conciencia y materia pues ambas cosas son parte del holomovimiento y la base de toda relación entre las dos no se encuentra en nuestro nivel de realidad sino en las profundidades del orden implicado. Por esto, expresa Bohm, no tiene sentido dividir al universo entre cosas vivas y no vivas pues ambas están entretejidas inseparablemente en la totalidad.

El universo no existe por sí mismo sino que está unido a algo más vasto e inefable que muchas veces denominamos como “espacio vacío” pero que sabemos que tiene mucha más energía que este espacio que vemos y en el que aparentemente estamos. Bohm propone una analogía que es muy ilustrativa: un cristal enfriado hasta el cero absoluto permitirá que un chorro de electrones lo atraviese sin esparcirlos; si subimos un poco la temperatura del cristal se producirán grietas en el cristal que harán desaparecer su transparencia –en esas grietas- y los electrones se esparcen. Las grietas parecerán trozos de “materia” en medio de un mar de nada pero no es lo que ocurre realmente. La nada y los trozos de materia no existen independientemente uno de otros y el orden fundamental está en el fondo del cristal.

Igualmente, pues, nuestra realidad explicita (nuestro universo) es solo una forma de manifestarse lo que no somos capaz de entender de un orden implicado profundo pero con el que estamos unidos. Además, piensa Bohm que más allá puede haber otros órdenes jamás soñados. El orden implicado no tiene por qué ser el sentido último de todo.

Estas ideas nos permiten interpretar muchas cosas, como por ejemplo las imágenes del inconsciente colectivo de C. G Jung (imágenes no unidas a la experiencia del individuo sino a la humanidad) o el arquetipo cósmico o las mandalas que también estudió Jung. Igualmente, este autor  detectó  los hechos sincronísticos o sincronicidades: hechos que se daban más allá de la casualidad. Por ejemplo, si ahora nos viene a la cabeza la imagen de una persona que no hemos visto en 5 años, abrimos la puerta y la vemos pasar por la calle: ¿una casualidad? Jung diría no, es una sincronicidad. Dado el carácter llamativo de las sincronicidades lanzó la idea de que tenía que intervenir un principio de conexión acasual desconocido para él.  Un físico y premio Nobel, W. Pauli, lo tomó en serio y escribió con Jung un libro en este sentido, y otro físico F. David Peat considera que están sincronicidades son indicios del orden implicado. Peat considera que las sincronicidades son “defectos” en el tejido de la realidad, grietas momentáneas que nos permiten echar un vistazo al orden inmenso y unitario que subyace tras la naturaleza entera. Señala Peat que cuando experimentamos una sincronicidad la mente humana está “moviéndose a través de órdenes de creciente sutileza, extendiéndose más allá de la fuente de la mente y la materia”.

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Tenemos la necesidad urgente, -antes de destruirnos internamente si seguimos solo buscando en nuestro exterior, en la técnica-, de llegar a un nivel de conciencia evolutiva que nos haga partícipes del “sentimiento” y de la presencia vital de todas las cosas. Estamos tan adheridos a lo concreto que no solo hemos perdido, en gran parte, la capacidad de sentir o participar de lo unitivo sino que fácilmente cegados en el mundo de los grandes avances actuales tendemos a rechazar hasta la intuición de la más amplia complejidad, de nuestro sentido con el todo al que, queramos o no, estamos irremediablemente unidos.

Si la ciencia moderna quiere avanzar realmente en grandes saltos ha de tener en cuenta esto, pues llegará un momento en que no se podrá justificar ni autojustificar (como hace ahora a menudo) excepto que sea una ciencia para el hombre. El ser humano no puede comprenderse sin su resonancia con otros órdenes. El hombre de hoy tiene aún demasiada magia “medieval” pero cubierta con pintura moderna, técnica, y con símbolos que hacen que parezca que la magia es “la realidad”.

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[1] Michael Talbot. El Universo Holográfico. Editorial Palmyra, 2007 (primera edición en inglés, 1991)

[2] D. Bohm admite que no tiene por qué ser el orden implicado el fin de las cosas; más allá puede haber otros ordenes jamás soñados, etapas infinitas de una evolución ulterior.

Acerca de juanrojomoreno

Profesor Titular de Psiquiatría Universidad de Valencia
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