EL GEN CULTURAL


(Desde la Selección egoísta a la Eusocialidad)

Juan Rojo Moreno

         Hablando de hormigas, abejas y avispas ¿es posible hablar profundamente del hombre, del ser humano y de su evolución? Edward O. Wilson, biólogo especializado en mirmecología (estudio de las hormigas) nos plantea cuestiones y vías de solución a la controvertida idea de la cultura y la genética humana. “Hemos creado una civilización de Guerra de las Galaxias, con emociones de la Edad de Piedra, instituciones medievales y tecnología que parece de dioses”. Pero gracias a los avances científicos nos podemos preguntar, desde la ciencia, de una manera coherente, acerca de dónde venimos y quienes somos. Para esto es necesario conocer por qué existe la vida social y cuáles fueron las fuerzas que la hicieron aparecer. [1]

El homo sapiens es un ser que los biólogos denominan “eusocial”, es decir, sus miembros forman grupos que contienen múltiples generaciones y que están dispuestos a realizar actos altruistas. Algunas especies animales también son eusociales pero la diferencia (independientemente de capacidades intelectuales, cultura, lenguaje, etc.) es que en los seres humanos hay alianzas muy flexibles no solo entre los miembros de las familias sino entre familias, géneros, clases, y aparece también la cooperación.

El camino hacia la eusocialidad se trazó mediante la competencia entre la selección basada en el éxito relativo de los individuos dentro del grupo, y el éxito relativo entre grupos. Así, nació la condición humana, egoísta en un momento y abnegada y altruista en otro, con las dos tendencias a menudo en conflicto, pero siendo muy importante la aparición de mutaciones genéticas que favorecieron la persistencia del grupo. Por lo tanto, la evolución se produjo hacia la eusocialidad mediante la interacción de la selección a nivel del individuo y la selección a nivel del grupo. Esta es la teoría fundamental de Wilson.

Primero fue necesario un cerebro mayor, pero esto no fue suficiente para llegar al nivel humano, ni tampoco el hecho de cazar presas y obtener proteínas animales. Al parecer -señala Wilson- la causa real es cómo se cazan las presas, no sólo que se cazara en equipo (eso también lo hacen los chimpancés y bonobos), sino la mayor inversión en la caza en equipo para aumentar el porcentaje de proteína animal. Este fue el primer paso que permitió que surgieran nuevas cualidades, que aceleró la evolución, tales como la empatía y la capacidad de leer las intenciones de los demás. Esto fue un avance necesario junto con la capacidad de crear un “nido” o campamento pues la concentración de grupos en lugares protegidos permite mejor división del trabajo; unos se dedican a cazar, otros a cuidar el campamento y la defensa, y se pueden crear alianzas con otros campamentos. El uso controlado del fuego fue un logro único de nuestros antecesores; la carne cocinada se come más fácilmente. Hasta el Homo erectus todos los pasos que conducen a la eusocialidad habían sido dados tanto por chimpancés como por bonobos, salvo el uso controlado del fuego. El cerebro aumentó ya a 1000 cc y, luego en poco tiempo, aumenta hasta 1.500-1700 cc en el caso del Homo sapiens.[2]

Así, pues, la  nueva teoría que mantiene Wilson (en colaboración con los biólogos M. Nowak y C. Tarnita) es que la dinámica evolutiva específica del hombre que nos ha llevado hasta la actualidad es lo que denomina la Selección Multinivel: es decir, el impulso conjunto de la selección individual (selección que actúa sobre rasgos de miembros individuales) y de la selección de grupo (fuerzas de selección que actúan sobre rasgos del grupo como un todo). [3]

En el grupo humano se desarrollan grados de unión, calidad de comunicación y división de trabajo entre sus miembros; tales variables son heredables en cierto modo –comenta Wilson- y por lo tanto, las variación entre ellos se debe en parte a diferencias en los genes entre los miembro del grupo y por consiguiente también entre los propios grupos.

         Por lo tanto la eficacia genética de un ser humano es consecuencia  tanto de la selección individual como de la selección de grupo. Los alelos (las diversas formas de cada gen) que favorecen la supervivencia y reproducción de cada individuo en el grupo a expensas de otros, siempre están en conflicto con alelos del mismo gen y alelos de otros genes que favorecen el altruismo. El egoísmo, la cobardía y la competencia poco ética, aumentan el interés de los alelos seleccionados individualmente al tiempo que reducen la proporción de alelos altruistas que son seleccionados por el grupo.

Por lo tanto –sigue Wilson- es inevitable que el código genético que prescribe el comportamiento social de los humanos modernos sea una quimera (una especie de mezcla). Una parte prescribe rasgos que favorecen el éxito de los individuos dentro del grupo y la otra parte prescribe rasgos que favorecen el éxito del grupo en la competencia con otros grupos. Tan instintiva es en el ser humano su tendencia de selección individual como su tendencia grupal (somos gregarios por naturaleza). Nuestros genes codifican ambas características y han sido modificados en la evolución por selección natural. La cuestión clave que está en la genética humana es si la selección natural a nivel de grupo ha sido lo bastante fuerte como para superar la fuerza potente de la selección natural a nivel del individuo. Con otras palabras ¿el altruismo grupal supera al egoísmo individual? El resultado es que dentro del grupo -entre los individuos- vence el gen egoísta, la selección individual, pero entre grupos, los altruistas vencen a los grupos egoístas.

Es decir, los tramposos pueden ganar en el seno de los grupos (por ejemplo, adquiriendo más recursos, evitando tareas peligrosas etc.) pero los grupos de tramposos pierden frente a los grupos en los que predominan los cooperadores y altruistas.

La evolución ocurre en base a emergencias a partir del binomio gen-cultura que denomina Wilson “coevolución gen-cultura”. Explicando esto mejor:

1- Por un lado el individuo está en el grupo pero no es el grupo.

2- Por otro lado  están las fuerzas del grupo.

3- Y, en tercer lugar, la resultante que no es solo individuo ni grupo.

“Cada miembro de la sociedad posee genes cuyos productos resultan afectados por la selección individual y genes que lo son por la selección de grupo”. Estos tres elementos (individuo, grupo y la resultante) son dinámicos. En la coevolución gen-cultura, la genética fue necesaria para la cultura, pero la cultura y su evolución modifican constantemente las manifestaciones genéticas. El conjunto no es una causación unidireccional gen-cultura o viceversa, sino un trasfondo cultural heredado que va sustentando la naturaleza humana. Estos procesos coevolutivos entrelazados son contantes –señala Wilson-  y forman una clase de cambios genéticos que son universales en la humanidad moderna, operando a nivel de la cognición y de la emoción.[4]

Hace tiempo que los científicos abandonaron la idea de que el cerebro es al nacer una “hoja en blanco” (tabula rasa de John Locke) sobre la cual toda la cultura se inscribe por aprendizaje. Desde hace tres millones de años -desde que el cerebro aumentó con el Homo Habilis- se ha ido almacenando (y en cierto modo transmitiendo) información en módulos que además pueden estimularse y adiestrarse continuamente por los estímulos externos que recibe el cerebro.

La adquisición del pensamiento abstracto y del lenguaje sintáctico hace 70.000 años cristalizó la herencia milenaria en una nueva emergencia. La capacidad de construir situaciones hipotéticas y planear estrategias fue uno de los elementos clave de esta nueva emergencia. La internalización del grupo (por los individuos) y la externalización a favor o en contra de otros grupos permitió que se favoreciera la expansión efectiva, pues además la fantasía se agregó a la capacidad cognitiva.[5]

La evolución humana nos ha llevado a cumbres que si miramos en la historia antecesora, eran inimaginables. Un ejemplo es la empatía. El cerebro es capaz de “captar al otro y ponerse en su situación”. Hoy se conocen circuitos cerebrales que intervienen en este proceso y en cierto modo esto demuestra que los seres humanos tienden a ser morales (hacer las cosas correctas, ayudar a los demás a veces incluso con riesgo personal…) debido a que la selección natural ha favorecido expresiones génicas que favorecen las interacciones de los miembros del grupo que benefician al grupo como un todo.

Para Wilson el acrecentamiento de grupos que contengan un número cada vez mayor de cooperadores será lo que originará un cambio a nivel de especie de forma generalizada e instintiva (por la coevolución gen-cultura). La selección multinivel (selección de grupo e individual combinadas) explica la naturaleza de los conflictos en las motivaciones, la conciencia, el heroísmo, las humanidades y las ciencias sociales; igualmente explica el mundo mítico humano y de ahí las religiones a partir de los mitos creacionistas.

COMENTARIO

          A mí realmente me ha gustado mucho esta aportación de Wilson; es atrevida, y aunque él sigue siendo un naturólogo que entiende todo desde la física, la química y la biología, no obstante, abre las puertas sin complejo alguno a la comprensión innovadora, emergente e inesperada del ser humano y de la evolución, pues realmente no conocemos las últimas consecuencias ni de la química, ni de la física ni de la biología. Si unos extraterrestres nos hubieran visitado hace 90.000 años y viendo cómo los neanderthales no habían evolucionado en 200.000 ¿habrían podido predecir que pocos milenios después el ser humano habría evolucionado hasta lo que hoy somos? Probablemente no. El problema y la incógnita está en cuándo es el momento para el cambio evolutivo. Comenta Wilson que en el homo Habilis el cerebro aumentó a 640cc frente a los 500cc de los australopitecinos, en el homo Erectus a 1000cc y repentinamente en el homo Sapiens a 1500-1700. Considera que fue debido a que se dieron estos cambios por las modificaciones externas y porque existía un “equipo cognitivo” para hacer el mismo. ¿Se dan ahora las condiciones externas y tenemos el equipo cognitivo necesario para otro tipo de cambio de Homo? Se sabe que la tasa de mutaciones genéticas era relativamente baja hace 50.000 años y luego aumentó hasta un máximo hace aproximadamente 10.000 años; es decir durante la salida y la expansión del homo sapiens las mutaciones aumentaron de modo que el alelo mutante podía sustituir a la forma antigua. Ahora, por poner un ejemplo, los científicos apenas han empezado a sondear las rutas neuronales y la regulación endocrina del subconsciente y este subconsciente, como señaló C. G Jung, tiene patrones universales propios de la humanidad (el Inconsciente Colectivo) y en este sentido señala Wilson “las reglas que los genes prescriben crean los rasgos culturales universales”.

La eusocialidad nos ha llevado a entender que cultura y genética hacen emerger lo que denominamos (sin que podamos definir bien) la naturaleza humana. Como ya señalé en otro artículo: “las experiencias que tienen importancia para el individuo, por su carácter emocional, intencional etc. producen marcadores somáticos que se relacionan con la activación de genes y factores de transcripción. Por lo tanto nuestra vinculación simbólica sociocultural modifica el sustrato funcional genético y neuronal” [6] y hoy se puede comprobar, asimismo, cómo el “estilo de vida” modifica la estructura genética[7].

La planetociedad, la globalización del contraste entre las que Ortega denominó Creencias ¿movilizará una nueva coevolución genético-cultural?[8]


[1] Edward O. Wilson .La Conquista Social de la Tierra. Editorial Debate, 2012.

[2] Durante el Mesozoico muchas estirpes de dinosaurios alcanzaron algunos de los requisitos necesarios para que se hubiera dado la eusocialidad: carnívoros del tamaño de los seres humanos, eran rápidos, cazadores en grupo, carnívoros, andadura bípeda, manos libres, pero ninguno alcanzó una eusocialidad mínima. Y durante  los 60 millones de años de casi toda la era Cenozoica también muchos mamíferos tuvieron esta oportunidad sin conseguirla.

[3]    La idea de la Selección por Parentesco y el “gen egoísta” (el grupo está formado por individuos emparentados que cooperan entre sí por la existencia del parentesco y el “altruismo” sería debido a que todo va encaminado a que el sujeto pariente pueda seguir transmitiendo genes comunes)  la considera Wilson superada. Esta teoría de selección por parentesco, también llamada teoría de la eficiencia inclusiva, la planteó por primera vez el biólogo inglés J.B.S Haldane (1955) fue muy popularizada por el biólogo Richard  Dawkins y se ha mantenido valida durante 40 años; en ella la evolución funciona fundamentalmente por el beneficio que se hace a los propios “genes egoístas” promoviendo genes idénticos del grupo. Para Wilson la eficiencia inclusiva “es un enfoque matemático especial con tantas limitaciones que lo hacen impracticable.

[4] Wilson considera que esta coevolución gen-cultura se ha manifestado a lo largo de los milenios fundamentándose por unas reglas epigenéticas, es decir “cambios en la regulación de la actividad y expresión génicas que no dependen de la secuencia de genes, pero que incluye tanto los cambios heredables en actividad y expresión génica (en la progenie o individuos) como también las alteraciones estables del potencial transcriptor de una célula que no son necesariamente heredables”. Los genes implicados que mutan no son los que codifican proteínas que prescriben un cambio básico en la composición de los aminoácidos sino que son los genes reguladores que determinan la tasa y las condiciones bajo las que se producen las proteínas. Estos cambios en los genes reguladores si bien en principio no parecen muy significativos no obstante pueden alterar las proporciones de la actividad fisiológica, programar sensibilidad a estímulos selectos… y como no producen una nueva proteína no afectarán sensiblemente al resto del organismo, pero permiten cambios sutiles en una estructura o comportamiento previo.

[5] Michael Tomasello habla de Inteligencia Cultural refiriéndose a la especial capacidad de la cognición humana de detectar la intencionalidad en los demás y además de ser capaces de colaborar. La explosión creativa se dio cuando se consolidaron rápidamente  los elementos (en este orden): interacción social intensa- intencionalidad-abstracción-lenguaje.

[7] Un estudio demuestra que los cambios positivos en el estilo de vida pueden invertir el envejecimiento en el nivel celular. Los investigadores compararon dos grupos. Se pidió al grupo de estudio, formado por 10 varones, que realizara cambios integrales en su estilo de vida, entre ellos comenzar una dieta basada en alimentos integrales, un plan de ejercicio moderado, técnicas de gestión del estrés, apoyo social y otros. Al grupo de control, de 25 miembros, no se le pidió que hiciera cambio alguno en el estilo de vida.  Los investigadores midieron la longitud de los telómeros de los participantes al comienzo del estudio y después de cinco años. Los telómeros afectan directamente a la rapidez con que las células envejecen y su longitud es una indicación de la edad biológica. La longitud de los telómeros del grupo que hizo cambios integrales en el estilo de vida aumentó significativamente una media de un 10%, mientras que la del grupo de control se redujo una media de un 3%. Cuantos más cambios positivos realizaron los participantes en su estilo de vida, más se incrementó la longitud de los telómeros. (Effect of comprehensive lifestyle changes on telomerase activity and telomere length in men with biopsy-proven low-risk prostate cancer: 5-year follow-up of a descriptive pilot study. Ornish D et al. The Lancet Oncology, Volume 14, Issue 11, Pages 1112 – 1120, October 2013).

[8] Las “creencias”  no surgen en tal día y en tal hora dentro de nuestras vidas, no son pensamientos ni ocurrencias ni razonamientos. Cabe decir que no son ideas que tenemos sino ideas que somos. Con las creencias propiamente no hacemos nada, sino que simplemente estamos en ellas. No llegamos a ellas tras una faena de entendimiento sino que operan ya en  nuestro fondo cuando nos ponemos a pensar en algo. A este modo de intervenir algo en nuestra vida sin que lo pensemos llama “contar con ello”. José Ortega y Gasset. Ideas y creencias. Ed. Espasa Calpe. 1940

Acerca de juanrojomoreno

Profesor Titular de Psiquiatría Universidad de Valencia
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Una respuesta a EL GEN CULTURAL

  1. ELIA dijo:

    Interesante reseña sobre un trabajo que trata, desde la perspectiva evolucionista, un tema que siempre me ha interesado: el de nuestra doble vertiente individual y social.

    Desde el ámbito de la psicología (al que pertenezco), se han trazado algunos mapas de ese mismo territorio (el del conflicto entre nuestras tendencias egoistas y prosociales).

    Por ejemplo, Crocker, psicóloga social, habla de nuestro doble sistema motivacional: el egositema (egoismo) y el ecosistema (actitudes prosociales), que es más o menos prominente en cada persona o en diferentes etapas.
    La accion o la predominacia de ambos y de cada uno de ellos, no depende sólo de algo orgánico, innato o inamovible (ya sabemos que hasta la expresión de los genes, como explica la epigenetica, pueden ser modulada por el ambiente, el estilo de vida y, es de esperar, que tambien por la propia toma de decisiones proactiva, por la famosa «capacidad de elegir» puesta de relieve por Victor Prankl).

    Una parte del interés que presenta el estudio de estos temas es porque el conflicto entre nuestras tendencias egoístas y pro-sociales puede llegar a resolverse o armonizarse gracias a la psicología (ej., investigaciones sobre resolución de conflictos y sobre busqueda de soluciones gano-ganas) y gracias también a los descubrimientos científicos, que cada vez acumulan más evidencias sobre las ventajas de mantener actitudes prosociales; por ejemplo, las mejoras en la salud, el bienestar y el funcionamiento global (no solo para el grupo sino tambien para el individuo) propiaciadas por actitudes gano-ganas o por actitudes compasivas; que van más allá del mero altruismo, al incluir de forma equilibrada la búsqueda del propio interés y/o la autocompasión.

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