Juan Rojo Moreno
Ciertamente, si tuviera que elegir, preferiría ser operado por un cirujano del siglo XXI antes que por uno del Siglo XVIII o XIX, aunque estos últimos fueran muy buenos comunicadores y empáticos. Pero los avances científicos han sido en estos últimos 100 años tan gigantescos y beneficiosos que a veces nos planteamos si la efectividad es lo único que vale. Aunque en este caso tendríamos que saber que es “efectividad”.
Hace años mi padre el Profesor Miguel Rojo Sierra diferenciaba entre lo que llamaba el médico y el medicólogo. La diferencia estaba en que el médico además de tener un título, practicaba una vocación en la que “el otro”, el hombre[1] , el valor humano, estaba siempre en el centro de su atención y nunca se olvidaba que la enfermedad no existía “per se” sino siempre en un ser humano que la padece. El medicólogo también tiene un título en Medicina y puede ejercerla con gran conocimiento (logos) pero también olvidarse, aunque sea muy buen técnico y científico y tenga muchos conocimientos, del ser padeciente, al cual trata más como un objeto que como un sujeto individualizado. Estando con estas ideas vino a mí la información de un libro escrito por Michael Brooks titulado Radicales Libres[2], en el que hace una crítica, no de la ciencia, sino de la humanidad o de la finalidad de los científicos; en el fondo hace una critica de lo que “pierden” o son capaces de sacrificar (a veces arriesgar) grandes científicos y Premios Nobeles con tal de conseguir el éxito.
Y casualmente cuando terminaba de leer este libro, me llegó la información a través de una Red Social de un trabajo denominado “Publication Bias in Antipsychotic Trials (Sesgos de publicación en ensayos sobre antipsicóticos)” en el que los resultados encontrados hasta el momento por un grupo de investigación, dirigido por Erick H. Turner, siembran de nuevo la duda sobre los intereses que hay detrás de los ensayos clínicos, subvencionados, en su inmensa mayoría, por las propias industrias farmacéuticas; el problema no consiste en que los estudios sean falsos sino en la tendencia a la publicación selectiva de ensayos clínicos favorables en revistas científicas, en detrimento de los ensayos que no han obtenido dichos resultados. Personalmente tengo la experiencia de un ensayo clínico, realizado ya hace bastantes años en el que nos daban la libertad de hacerlo como nosotros quisiéramos, pero con una condición: no podíamos publicar los resultados, eso lo haría el laboratorio que entonces estaba interesado en conocer un aspecto específico de su medicamento. Se realizó el ensayo clínico, pagaron lo acordado y se quedaron los resultados (que no demostraban esa acción que a ellos les interesaba) y nunca fue publicado.
No vamos a entrar en un comentario sobre la ciencia y su método pero si quisiera a partir de este libro de Brooks desarrollar algunas ideas.
Es indiscutible que la Ciencia con su método nos ha aportado grandes beneficios y nos los sigue aportando. Lo malo es que cuando alguien nos dice “la ciencia dice que esto hay que hacerlo así” parece que no solo sea un dogma, sino que el que lo ha descubierto ha encontrado la única solución posible. De entrada como señala Brooks para hacer un gran descubrimiento o para permanecer en la cresta de la ola los científicos intentan engañarse unos a otros, bloquean el progreso de compañeros para mantener su primacía, quebrantan todas las reglas de la sociedad educada, pisotean lo sagrado y demuestran un desprecio total por la autoridad. Así, por ejemplo, Newton no era nada humilde y cuando otros como Hooke o G Leibniz hicieron descubrimientos en campos que él investigaba luchó ferozmente por negarles el mérito por sus trabajos. El mismo Einstein se atribuyó el mérito de la ecuación E= mc2, aunque no fue el primero en sugerirla; cuando se separó de su mujer, Mileva, dejó que la pensión de separación se redujera y se hiciera intermitentemente, y cuando se jubiló hizo que la Universidad le pagara una pensión equivalente a su salario completo bajo la amenaza de utilizar su fama contra ella si rehusaban, y desheredó a su hijo esquizofrénico dejando que muriera como un paciente de “tercera clase” en una institución mental.
Podríamos seguir nombrando muchísimos casos interesantes que aporta el libro de Brooks pero lo importante es: no se duda de la genialidad y de las aportaciones de estas personas y del bien que han hecho a la humanidad con sus descubrimientos y avances, pero si nuestros personajes de referencia histórica, nuestros próceres, ya sean científicos, políticos etc. son humanamente pueriles o perversos ¿todo vale si al fin han conseguido grandes avances o tratados? Quizá para una persona que padezca SIDA o un cáncer (por poner un ejemplo) le de igual cual sea la catadura moral del descubridor de un remedio de estas enfermedades, pues salvaría su vida y la de muchas personas. ¿Me da igual que un cirujano sea un antipático, frío e incluso estúpido si es capaz de salvarme la vida?, y un médico que me cura la pulmonía u otra enfermedad si sabe mucho ¿me da igual -como en la serie televisiva House- que le importe un pepino “la persona”? Quizá es cierto como dice Brooks que “la gente no solo acepta la verdad sobre la ciencia sino que en realidad la prefiere”.
Bien, todo esto está muy bien si en realidad la humanidad fuera feliz. ¿Pero donde encontramos esa felicidad? ¿En la sociedades estresadas, con niveles de ansiedad y depresión que rondan el 20% de la población?
Evidentemente la Ciencia es una cosa, el cientismo[3] es otra. El cientismo es creer que la ciencia es la mejor (si no la única) verdad que nos aporta seguridad y no creer que la ciencia es un camino más (hasta ahora quizá uno de los más efectivos) que nos aporta mejoras en la humanidad “hasta cierto punto”. Cuando el profesional de la ciencia se olvida del individuo y solo quiere “resultados” no es más que un ente robotizado finalista con piel humanitaria. Como indica Brooks “los científicos se hicieron un mal servicio cuando deshumanizaron su campo; no es extraño que tengamos tantas dificultades para hacer que los escolares se interesen por la ciencia».
Si publicas un trabajo original pero que no esté en una revista de “impacto” para muchas personas de ciencia puede ser ser casi “como si” no lo publicaras, pero si lo publicas en una revista de impacto a veces la metodología que se exige es tan asfixiante que disipas muchas de las características que se podrían estudiar en muchos campos. Esto a lo mejor no es tan importante para los físicos pero si para otras muchas ramas del conocimiento humano. Frecuentemente hemos asistido a la realidad de haber tenido que “eliminar” sujetos y pacientes de los estudios, para así cumplir con unos “criterios” que luego son usados como garantía de que los resultados son “validos” y generalizables casi diríamos que a la humanidad. Un importante problema, señala Brooks, es que, por razones que todos han olvidado, nuestra sociedad no obtiene ahora prácticamente ninguna aportación de alguna de las mentes más magníficas que hay entre nosotros; en lugar de publicar para alertar a sus colegas acerca de nuevos hallazgos interesantes, se publica para sobrevivir en el sistema y asegurarse de que se obtendrá la financiación suficiente para continuar.
¿Y que le importa todo esto a una persona normal de la calle? Posiblemente nada. Lo más seguro es que esté más interesada en lo que dicen personajes públicos, artistas, músicos y futbolistas que en la opinión de los científicos o en cuales son sus estándares morales para conseguir los éxitos que hacen avanzar la humanidad, permitiéndonos tener cada vez mejor ocio, comodidad y bienestar.
Pero también debe estar claro que si nuestros próceres o referentes sociales, políticos, culturales y científicos no son un ejemplo de avance en un humanismo axiológico (ético-existencial) seguiremos con técnica científica y mejoraremos ciertas condiciones de nuestra vida, pero ¿mejoramos realmente al hombre? ¿Será realmente efectiva a nivel de felicidad humana nuestra evolución social?
Solo, para terminar, preguntémonos ¿por qué algunos países subdesarrollados aparecen en puestos tan elevados cuando se hace el Índice de Planeta Feliz[4]?
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[1] Homo: palabra que en latín significa hombre, (género) humano y por lo tanto incluye ambos sexos.
[2] Radicales Libres. Michael Brooks. Ed. Ariel, 2012
[3] El cientismo sólo acepta el discurso científico, por el solo hecho de ser comprobable, pero erradica el discurso filosófico porque según dicen los cientificistas, es difícil comprobarlo racionalmente. De ahí que para ellos, la ciencia y su método experimental es la única forma válida y seria de conocimiento.