Dr. Juan Rojo Moreno
Desde hace muchos años se viene hablando de la “crisis” de la medicina, de la psiquiatría y de la humanidad. Y así seguimos.
Voy a comentar unas líneas que escribió el Profesor Omar Lazarte en 1959: “aquellas ciencias consideradas como exactas sufren ahora sus crisis en sus principios…, la filosofía antes alejada de la realidad del hombre con sus rebuscadas elucubraciones, penetra ahora en la angustia existencial, en el ser y el tener del hombre, en el “ahora” en el tiempo actual…, la Medicina se había quedado en el cuerpo, se había olvidado del hombre, y ahora se entiende al hombre como una totalidad psicosomática o si se quiere como realidad antropológica”.
Igualmente, M. Rojo-Sierra ya en 1962 escribe un artículo sobre la “psicopatología de la sociedad” y en 1975 en otro trabajo suyo comenta como “el Hombre está perdido por fuera y por dentro. Cuando el Hombre mira al mundo, el mundo le parece absurdo; cuando se mira a sí mismo se siente vacío, impotente, incomunicado, despersonalizado y perplejo”. Y Mario Berta escribe en 2007 “el mundo se ha convertido progresivamente en un supermercado de objetos y de perspectivas parciales, disputadas a muerte, como si solo su posición indiscriminada y ciega otorgara el sentido de la vida” -y sigue este autor- “Uno se plantea la pregunta acuciante ¿cómo se ha producido esta situación paradójica y maligna? Hoy en día se tienen más posibilidades reales cognoscitivas, técnicas, científicas, experienciales, religiosas, etc., y no obstante el hombre sobre la tierra está comprometido en luchas fratricidas, permite el hambre y el desamparo de millones de seres, el abuso de niños, enfermedades en poblaciones enteras y nuestro mundo se encuentra al borde de la catástrofe ecológica final”.
Y podríamos seguir nombrando a E. Fromm y a otros múltiples e interminables autores que ha expresado sus reflexiones en este sentido.
Pero pensemos ¿realmente se ha superado la “crisis” a nivel médico, social y humano, y esas concepciones globalizantes sobre el ser humano tienen una “efectividad” real? Ya puedo adelantar que en medicina no hemos pasado de una “pereza psicosomática” (hay “conexiones” psique-soma y esto nos basta para entender algunas cosas) sin entrar en ejercer una real antropopraxis médica. Aunque muchos médicos vocacionalmente se hayan mantenido en el terreno de la humanidad, esto no es suficiente: la alteridad, la antropopraxia ha de ser un fundamento de la cotidianeidad médica. Sigue siendo válido, demasiado frecuentemente, el comentario de Honorio Delgado [1] “el positivismo, generalización abusiva de las ideas válidas solo en el dominio estricto de las ciencias físicas lleva a considerar al enfermo como un simple objeto material, y a la medicina como una mezcla de ciencia y técnica, por ende, impersonal y mecánica”.
El positivismo se ha instalado muy frecuentemente en nuestra concepción del mundo (con oposiciones fugaces del contrario, el idealismo): lo válido es lo que puede conocerse en forma de conocimiento científico natural por virtud de las ciencias positivas. Hemos descartado, muy a menudo, al “individuo” que exige conocer su historicidad. Solo oigo hablar de la “medicina individualizada” cuando se habla de los grandes avances en genética que permitirán un “tratamiento individualizado del cáncer o un tratamiento con fármacos más individualizado”. Todo esto está muy bien, (¡magnífico! he de decir) pero mi pregunta es: en esa medicina “individualizada” ¿dónde está el individuo, único, histórico, insustituible, que es algo más que genética o receptor de un fármaco?
El médico tiene muchas veces cierta “pereza” en dedicar el tiempo (esta palabra -tiempo- es imprescindible que adquiera un valor primordial en la práctica médica, no solo un valor importante, sino fundamental) necesario para conocer la enfermedad como algo que está en la comprensión del hombre como totalidad, y le es cómodo utilizar clasificaciones que nos dan un diagnóstico rápido (como las DSM o CIE) por criterios, y que nos permiten “salvar el honor” de no haber estudiado la totalidad de la enfermedad en el ser humano padeciente. Hasta tal punto es difícil introducir los conceptos antropológicos en medicina que en los nuevos planes de estudios europeos, que han de adaptarse al “Grado” para que en todos los países tengan una formación similar en los estudios de Medicina, se hace prácticamente imposible dar una clase sobre Psiquiatría Antropológica: esto ya no puede ser un “contenido” del programa, hay otros contenidos más “necesarios”. Les enseñamos a los médicos a amar la técnica médica, el maravilloso cuerpo humano que puede enfermar, y cómo enferma ¿pero como enseñarles lo que ya dijo Hipócrates: “no se puede amar a la medicina sin amar a los hombres”?. Esto parece ser un “contenido antiguo” no necesario para los nuevos Licenciados ahora llamados “de Grado”. Por supuesto que el médico necesita y utiliza la ciencia, pues es el método que actualmente más posibilidades de cura nos ofrece, pero él no es “per-se” un científico: su realidad es ayudar a algo más complejo, que la ciencia no es capaz de explicar: al hombre enfermo, que no es comprendido en su totalidad por la misma. Como dice Jaspers “las teorías permiten ver algunas cosas con agudeza no común, pero enceguecen para muchas otras”. No debemos tratar una enfermedad sino curar a un hombre; y, como señala F. Künkel, si la totalidad enferma puede ser influida fundamentalmente por vía somática o por vía psíquica (o por ambas) ello ha de resolverse según la naturaleza del paciente y la naturaleza de su mal. Pero en ningún caso es lícito aferrarse a un tratamiento únicamente corpóreo o psíquico.
El médico ha de saber biología, farmacología, genética, fisiología… pero si solo sabe eso, cuando un paciente no mejore solo podrá decirle “lo siento pero no ha respondido al tratamiento -científico-”. No nos olvidemos, como señala O. Lazarte: el mito del progreso automático -por el que se pensaba que los avances científicos y económicos iban a originar automáticamente un avance en valores humanos e igualdad económica- ha fracasado.
¿Dónde está, pues, el problema?
Evidentemente, no es que los profesionales no se esfuercen[2], ni la culpa la tiene la sociedad, ni ¡válgame dios! vamos a echarle toda la culpa ahora al propio ser humano “per-se”.
Creo que unos de los principales problemas (querer identificar “el problema” como único sería pretencioso) está en que frente a la evolución tan magnifica de la ciencia y la técnica (prefiero que me opere un cirujano en el siglo XXI que uno del siglo XIX), la alteridad, la concepción/asimilación del “otro” no ha evolucionado con igual velocidad y seguimos en una sociedad fundamentalmente alterpática. Seguimos coexistiendo en una alterpatía social.
Analicemos un poco más esto.
Se puede hablar de alteridad en muchos contextos, pues como dice Gabriela Rubilar hay que reconocer y legitimar la existencia de alteridades diferenciadas incluso en el mismo sujeto. Esta autora siguiendo a Lurbe y Santa María (2007) señala como las alteridades son resultantes de unos procesos sociohistóricos determinados y de unas concretas situaciones sociales. Por su parte Gabriel Bello en su trabajo sobre “alteridad, vulnerabilidad migratoria y responsabilidad asimétrica” se centra en la relación con el “otro” y la vulnerabilidad especial que hay en grupos como la emigración y los diferentes contextos culturales. Independientemente de esto señala algo fundamental: reivindicar para la alteridad la misma legitimidad filosófica de categorías consolidadas como, por ejemplo, la identidad.
En lo que a continuación vamos a exponer veremos no solo que la alteridad (el otro) tiene la misma categoría que la identidad (el uno mismo), sino cómo no es posible avanzar en el proceso propio de individuación sin la asimilación del otro. Paradójicamente, el yo solo podrá ser “más yo” cuanto más tenga en sí al “otro”. La alteridad es fundamento del sí mismo.
Y, ciertamente, en el mundo tenemos situaciones especiales de vulnerabilidad en esa relación yo-tu: discapacidad, emigración, viudedad, orfandad, etc., pero sobre esta visión horizontal de nuestra realidad, en estas líneas quiero exponer otra perspectiva longitudinal: en última instancia el avance ha de ser en el origen: el núcleo, el tronco principal, es el hombre mismo. Hombre que hoy puede no estar en una situación de vulnerabilidad especial pero mañana, por ejemplo, al sufrir una trombosis cerebral, puede no solo tener una vulnerabilidad física y laboral sino incluso ser en ocasiones objeto de mofa social. Por lo tanto no hay seguridad por estatus: la seguridad y la superación de la vulnerabilidad real y verdadera para ahora y para el futuro, independientemente del contexto cultural y social, la daría la evolución axiológica, en valores “con el otro”, en la asimilación de la alteridad.
Ya F. Künkel en su libro titulado “Del yo al nosotros”[3] habla de una actitud “nosista” cuando la persona ha alcanzado el estado en que tiene la evidencia de que corresponde mayor importancia al “nosotros” que al “yo”; entonces exigirá de sí y de los otros que el bien común se anteponga al bien propio (frente a esta postura interiorizada contrapone la “yoísta”).
Nuestra sociedad y educación efectiva, (ya que es la que resueltamente podemos observar con mayor frecuencia en la vida cotidiana) tienden a favorecer las asimilaciones yoístas; no tenemos más que ver como imperan, en general en el mundo, el desaliento, el temor a la responsabilidad, quimeras, mentiras, hurtos, la terquedad, la alegría por el mal ajeno y el placer de la destrucción. Parafraseando a Schauer diríamos que en nuestra relación con el otro estamos más que con una postura positiva, defendiéndonos de lo negativo, de la posible agresión del otro. Ciertamente creamos más mecanismos de defensa en las relaciones con el otro, que mecanismos abiertos de comunicación viva.
Pero, insistamos que no tenemos que pensar que el problema está en el otro o en los “otros”, en la sociedad; el problema está en cada uno de nosotros con nuestra egofilia social.
La evolución hacia el nosismo, el “nosotros maduro” que dice Künkel, no solamente nos permite armonizar nuestros sentimientos sociales, sino además asimilar todos los defectos (de forma creativa) de los demás, pues están también identificados en nosotros mismos. En este sentido podríamos decir, interpretando a Künkel, que nuestra sociedad es fundamentalmente neurótica, pues ésta es precisamente la esencia de la neurosis: no poder vivir el “nosotros maduro”. Y por lo tanto es una sociedad angustiada ya que las manifestaciones neuróticas son, en último término, expresiones directas o indirectas de la angustia vital, que cada uno de nosotros padece por su yoismo imperante.
Y al igual que ocurre con muchos paciente neuróticos que por una parte quieren ser curados por el sufrimiento que padecen, pero al mismo tiempo ponen cierta resistencia a la curación por la angustia que el cambio y la adaptación a la “normalidad” les va a suponer, el yoísta social sabe que el mundo, la familia, la sociedad, su forma de trabajar no está bien, ha de cambiar, pero al mismo tiempo se resiste a un cambio a la alteridad, a la apertura al “nosotros maduro”.
Al hombre le da miedo el hombre.
¿Dónde encontramos una postura solucionadora?
Tan pronto como se logra el “hallazgo del sí” se ha logrado también el “hallazgo del nosotros”, dice Künkel.
Esto parece una contradicción con lo que estamos hablando hasta hace un momento en donde, al parecer, estamos poniendo el acento positivo en el nosismo y el negativo en el yoismo. Pero pensemos en una frase del testamento que muchas veces no nos han explicado bien “el amor empieza por uno mismo”. Evidentemente no podremos llegar a un nosismo verdadero anulando al yo. El “nosotros” empieza por el yo. Es necesario un egotismo sano para empezar a crear en nosotros mismos un nosismo sano.
Solo entonces se establece una dinámica progresiva, pues se supera la conciencia ingenua en la que la persona se identifica simplemente con “lo que pasa en el mundo” y aparece la insatisfacción comunicativa en la que se es consciente de sí mismo y en un primer paso se opone al otro y a su propio mundo. Pero como indica Jaspers, si me aferro a mi mismo queriendo estar solo conmigo-mismo entonces la insatisfacción se acentúa. En el siguiente paso ya asimilo que no puedo ser libre si el otro no lo es, que no puedo comprenderme realmente a mi mismo si no comprendo realmente al otro. Solo entonces me doy cuenta que solo me conozco realmente a mi, a partir del otro.
De esta manera es como el nosismo verdadero, la alteridad, nos ayuda en nuestra evolución personal. Por esto señala Jaspers “yo no puedo llegar a ser mi-mismo si no entro en comunicación con el otro”.
¿Y como empiezo la comunicación con el otro?
Es muy interesante la aportación que hace Emmanuel Levinas en relación con “el rostro”. Dice Levinas “el rostro se ha vuelto hacia mí y esa es su misma desnudez… hay allí entre el otro y yo una relación que está más allá de la retórica”.
Nos interesa esta percepción del otro en su “rostro” que hace referencia metafóricamente a “lo que se nos aparece en primer lugar del otro, lo que podemos ver siempre” porque C.G Jung indicó que en el proceso de individuación (proceso para llegar a conocer uno a su verdadero sí-mismo) el primer paso es conocer la manifestación consciente “la máscara, el prosopon” (el rostro, diríamos, siguiendo a Levinas) que cada uno tiene respecto a sí mismo y proyecta a los demás. A partir de asimilar este primer paso, cuando asimilamos que esa máscara no es nuestro “verdadero ser”, entonces ya nos abrimos a los siguientes pasos para conocer más sobre nuestro interior (sombra, inconsciente reprimido, inconsciente colectivo etc.). Cuando se nos presenta “el rostro” del otro tenemos la primera puerta abierta, su manifestación consciente, su máscara, y si se establece la dinámica de alteridad, entonces aceptando su máscara, podemos empezar a aceptar sintónicamente su interioridad: esta es la dinámica de patentización del yo con el otro, base de la alteridad. La aceptación mutua de “los rostros” nos abre a la aceptación de nuestras expresiones humanas.
Si lo anteriormente expuesto no ocurre, la relación no será autentica pues en el caso, por ejemplo, de personas con vulnerabilidad especial con “toda la caridad del mundo” que queramos, empero, nuestra postura será de superioridad y eso no es verdadera alteridad.
Es importante conocer y prevenirnos de ciertos mecanismo usuales que rompen la comunicación y por lo tanto la alteridad. Algunos los señala Jaspers: a) cuando me resisto tercamente a la comunicación diciendo “yo no me puedo modificar ya” o “debo ser tomado así como soy”. Esto rompe la comunicación pues al identifícame con algo objetivo y que no puede ser modificado (yo soy como soy) pierdo la libertad para la dinámica comunicativa. b) otras veces utilizamos frases que rompen la comunicación, del tipo “yo soy demasiado joven, demasiado viejo, estoy enfermo, todo me agobia”, c) también se hace muy difícil la comunicación cuando la persona se instala en dogmas, supersticiones o se encuentra apegada a una moral racional ya fijada.
Para que se facilite la comunicación, sigue Jaspers, ambas personas han de encontrarse al mismo nivel (ni superioridad ni subordinación) y ciertamente la sociedad hiperformal hace más fácil la comunicación ya que cuando las leyes propias de la vida social no son sometidas a un desarrollo disciplinado, esto dificulta la comunicación real y profunda.
Por lo tanto ya vemos caminos señalados, aunque generalmente olvidados en nuestra sociedad: solo a través del “otro” podemos llegar a un equilibrio íntimo en nosotros mismos, y mientras no asimilemos (integrándolo en nuestra codificación evolutiva) el respeto a la realidad del otro, no conseguiremos el respeto verdadero a nosotros mismos y toda nuestra concepción del mundo seguirá inauténticamente en crisis, instalados en nuestra neurótica alterpatía social.
¿Estamos hablando solo de filosofía o psicología?
¡No! Estamos hablando también de biología, física y Neurociencias.
Veamos porqué.
Esta evolución personal ¿supondrá un cambio real en al evolución global de la humanidad, una trasformación evolutiva del hombre, con sus fundamentos desde la biología y la física?
Esto puede ser posible, tal como he analizado y publicado en algunos ensayos y en algún capítulo de libros[4]. Pero hay también otro camino original que aportan neurocientíficos como Roger Bartra, y Robert Liden[5]. La idea (en diferentes libros) de estos autores es que la evolución humana no se ha producido por saltos debidos a mutaciones adaptativas como indica Darwin, sino que ya están prefijados o preinscritos (genéticamente) unos potenciales muy antiguos en el cerebro que en un momento determinado se han puesto en marcha; y lo que ha puesto en funcionamiento estas preinscripciones cerebrales que estaban potencialmente “dormidas” durante la historia de la humanidad ha sido el sufrimiento. Lo fundamental es que el sufrimiento “activa” estructuras no funcionales, hasta ese momento, originando nuevas capacidades, como fue el lenguaje, la cultura, la sociedad.
Lo que nos interesa de estos conceptos es la realidad humana actual. La alteridad no es solo un deseo bienintencionado de cada uno o de la sociedad, para ser mejor, para que haya nuevos valores y nada más; es una necesidad humana. Una vez superadas las necesidades básicas de alimentación, el hombre ya no está únicamente en esa conciencia ingenua solo proyectada al mundo, sino que quiere mejorar el mundo, mejorar al hombre. La técnica y el positivismo ya no dan más de si; “el progreso automático”, como decíamos al principio, ha fracasado. El hombre moderno, átomo de la dirección automatizada, que diría E Fromm, sufre en esta situación de soledad neurótica por su alterpatía social. Y el sufrimiento, la angustia, son activadores, como dicen Bartra y Liden, de las innovaciones espontáneas estructurales, arcaicas, que carecían de función efectiva generalizada. Si este interruptor se enciende, entonces la alterpatía desaparecerá pues la alteridad será no ya un deseo, sino una necesidad real y necesaria, propia de nuestro desarrollo evolutivo humano.
Y esta activación no va a depender del deseo individual; va a depender del sufrimiento colectivo. La alteridad rotundamente ha de patentizar ya su función biológica y social.
BIBLIOGRAFIA.
-Bello G. Alteridad, vulnerabilidad migratoria y responsabilidad asimétrica. UNESCO-ALTERITÉ.
-Berta M. El dios vivo y la neurosis epistemológica de nuestro tiempo. Colección Psicoterapia Abierta. Montevideo, 2007.
-Jaspers K. Psicopatología general. Editorial Beta, Buenos Aires, 1913.
-Jasper K. Filosofía. Tomo I. Ediciones dela Universidadde Puerto Rico, Madrid, 1958
-Künkel F. Del yo al nosotros. Quinta edición española, 1972.
-Lazarte O. El espíritu Médico. Conferencia pronunciada en la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Cuyo (Mendonza), con el auspicio del Departamento de Medicina para graduados. 1959
-Levinas E. totalidad e infinito. Ensayo sobre la exterioridad, Salamanca. Sígueme (original de 1961) Cita recogida de Gabriel Rubilar
-Mastrangelo F; Lazarte, O. La creatividad y el sentido de la vida. Trayectoria académica científica y docente del doctor Omar Lazarte. Publicación Limitada. Noviembre 2011.
-Rojo Sierra M. Psicopatología de la sociedad. Actualidad Médica. Granada. Julio-Agosto, 1962.
-Rojo Sierra M. La psiquiatría ante la crisis actual. Folia clínica internacional, tomo XXV (11), 3-16, 1975
-Rubilar G. Alteridad: una mirada desde el reconocimiento, la justicia social y los enfoques de derecho. UNESCO-ALTERITÉ.
[1] Honorio Delgado. El Médico, la Medicina y el Alma. Lima, Perú: Fondo Editorial de la Universidad Peruana Cayetano Heredia; 1992.
[2] Al contrario, realmente es sorprendente y hasta heroico constatar como muchos profesionales médicos consiguen no solo tener buena formación y profesionalidad sino además establecer buenos vínculos humanos y afectivos con sus pacientes en condiciones difíciles en las que apenas tienen tiempo para saludar y quitar la mirada del ordenador, nuevo “adelanto” para la entrevista médica. Para mi está claro que el ejercicio de la medicina auténtica es profundamente vocacional.
[3] El título original en alemán se denominó “Psiquiatría Práctica Amplia” editado en 1935. El título “Del yo al nosotros” de la edición española fue propuesto por el Profesor Ramón Sarró.
[4] Desde la psiquiatría antropológica y el hombre unitivo-cósmico a la desaparición de la enfermedad mental http://clinicaprofesor-rojo.es/images/desaparicionenfermedad.pdf o en https://juanrojomoreno.wordpress.com/2011/09/18/momento-evolutivo-de-la-enfermedad-psiquica-y-su-curacion-troponeoporesis-hacia-un-nuevo-pasaje-therehering/ y en el libro “Comprender la ansiedad, fobias y estrés. Editorial Pirámide 2011. Capítulo 12: ¿Desaparecerá la enfermedad ansiosa y el estrés? La Psiquiatría Irredenta. Antropología Biogenética”. http://clinicaprofesor-rojo.es/libros15.htm .
[5] Roger Bartra “Antropología del cerebro”. Fondo de cultura económica, México, 2006. Robert Linden: “el cerebro accidental”. Paidós, Barcelona 2010. Las referencia las he obtenido del blog de Paco Traver “La nodriza de las hadas y el rey carmesí” en donde publica un post, en diciembre de 2011, titulado ¿Somos cyborgs? http://carmesi.wordpress.com/2011/12/20/somos-cyborgs/
Me gusta mucho tu definición: el científico no es científico meramente por “usar” la ciencia como herramienta (la idea de enfermo, no enfermedad, se da más en disciplinas llamadas alternativas?), así como se daba antes en aquel legendario médico de familia que conocía a todos sus miembros y sus interrelaciones (médicos sistémicos sin título?).
Es así, invertimos más en sobreinterpretar y defendernos, que en una comunicación real.
Me parece entender cierta correlación entre neurosis e “inmadurez” (inaccesibilidad a un “nosotros maduro”). ¿Podría comenzarse a inculcar datos para esa madurez desde las escuelas? me pregunto (cuando no ayudan los padres, o además).
Esta frase «ha de cambiar, pero al mismo tiempo se resiste a un cambio» concuerda casualmente (?) con algo puesto en FB muy cerquita de tu entrada; por su sincronía permíteme citarlo: «No hay cambio sin sufrimiento. Cambiar del estado A al estado B implica desorganizarse para volver a estructurarse en un nivel diferente. Algunos esperan una transformación con anestesia, sín dolor, sin perder el estatus o la comodidad del estadio anterior. Pura ilusión. Si quieres hacer algo nuevo de ti mismo, crear una nueva visión del mundo, romper la monotonía a la que te has acostumbrado, el mejor camino es la incomodidad que conlleva modificar tu estado interior. Esto implica una pequeña dosis de sufrimiento útil, un gasto de energía, una inversión de tus recursos para llegar a ser algo más. Crecer sin esfuerzo es un imposible, es la excusa de los cobardes». Walter Riso
«Asimilar todos los defectos (de forma creativa) de los demás, pues están también identificados en nosotros mismos». Creo también que este es un “truco” asequible a todo individuo, ni siquiera hace falta terapeuta y creo que es muy buena costumbre: pararse un momento a buscar dentro todo aquello que disgusta o rechina del otro, juntar valor (humildad) y sintonizar los puntos en común que nos unen. Duele pero el resultado es magnífico.
Enhorabuena por este artículo, ya está compartido.
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