La educación (aprendizaje que recibe el hombre) tiene una base sociocultural y por lo tanto biológica y genética, ya que la evolución humana que ha permitido que lleguemos a este punto actual nuestro en el que está nuestra cultura se ha realizado fundamentalmente por saltos cualitativos biológicos y genéticos (homo reflexivo) que han originado sus consecuencias socioculturales. Los llamados “niños lobo” o los niños que no tienen un aprendizaje mínimo suficiente manifiestan una expresión cultural y un desarrollo social de inferior calidad, y esto evidentemente tiene una expresión biológica y también una memorización genética; esto quiere decir que en el desarrollo del hombre no se puede separar genéticamente su aprendizaje y su biología. Cuando formamos a una persona en un determinado marco cultural estamos favoreciendo expresiones gen-éticas diferentes a lo que ocurre en otro marco conceptual y cultural diferente.
Nuestros cromosomas serán los mismos, pero con la formación, educación y cultura, hacemos un proceso de aditividad hereditaria, en definitiva, que supone una nueva expresión genética.
Como ya han dicho con sus palabras múltiples filósofos y educadores históricos: nacer hombre significa solamente la capacidad de llegar y ser humano.
Gracias a la herencia humana y a la formación, el ser humano puede plantearse el salto evolutivo a una conciencia ordinaria de ser más desarrollado en valores humanos y en nuevas capacidades humanas.
La insatisfacción de nuestro desarrollo humano ha de ser la base de toda pedagogía escolar y formativa. Solo por el hecho de estar insatisfechos con nuestro desarrollo evolutivo en valores ya somos catalizadores, semillas formativas, que pueden facilitar el movimiento crítico para el salto a una nueva pedagogía humana. Si el profesor y el alumno no asumen esta base como cimiento profundo sobre el que estructurar el conocimiento, entonces fracasa el proceso global educativo (aunque consiga metas parciales).
Como quiera que el mundo no se concluye definitivamente en sí mismo para ningún saber, y ninguna organización justa del mundo es definitivamente posible, y no se ve una finalidad absoluta que pueda ser la única para todos, esta insatisfacción tiene que ser tanto más decisiva cuanto más claro es mi saber. La insatisfacción no es la impotencia del saber, sino que como insatisfacción se convierte en el acicate de mi devenir. Por la insatisfacción se desarrolla en mi conciencia que todo este mundo a pesar de su generosidad y su validez, no es todo el ser (K. Jaspers).
Si aumenta este número de personas conscientes con la insatisfacción en nuestra evolución en valores, podríamos pensar que llegaría a haber un numero critico; quizá un numero critico de personas con esa herencia (heredada y formada).
¿Pero esto es lo que nos muestra el mundo actual?
Normalmente si miramos el mundo actual, su formación explícita efectiva en valores no muestra esto, sino que nos hace pensar que vamos a necesitar muchas décadas o cientos de años para que esto ocurra de forma generalizada. Quizá el error está en pensar que por la adición de personas, por la suma de cerebros formando un nuevo cerebro social, de pronto aparecerá otro cerebro germinando en esa fértil situación, siendo éste el nuevo hombre más evolucionado en valores humanos. Si existiera un número crítico en la sociedad en donde lo anteriormente dicho ocurriera, evidentemente esto facilitaría una explosión humana en valores que cambiase el sentido pedagógico que impera en la actualidad basado prácticamente en la adquisición de conocimientos y metas sociales. Pero esto quizá sea un camino culturalmente muy largo.
No obstante puede haber otro camino y este no es el de la aparición de personas evolucionadas gen-éticamente en valores humanos, sino que al igual que ahora muchas personas tienen incorporados valores como “el no matar” gracias a la evolución que la cultura ha originado en un proceso de asimilación de valores a niveles tan profundos que esto conlleva una incorporación biológica y por lo tanto genética, conformadora de su Concepción del Mundo, si ese aprendizaje se mantuviera mucho tiempo en muchas personas ya no se plantearía en una generación el “no matar”, eso ya se daría por hecho (habría una asimilación estructural desde la cultura hacia la conciencia y por lo tanto a la genética conformadora de la concepción del mundo social) y no necesitaríamos gastar más energía humana en ese valor.
La formación evolutiva en muchos hombres nos permitiría que las energías positivas se dedicasen a otras potencialidades, a otra formación en donde la pedagogía educativa adquiriría nuevos caminos efectivos y en ese medio educativo y cultural en donde los valores humanos sean “naturales”, ahí sí que puede desarrollarse por contagio una nueva sociedad que ahora si de un salto cualitativo en el desarrollo de la conciencia.
¿Es esto esperable en un bosquimano tradicional o en una persona preocupada por la más mínima sobrevivencia en cualquier continente de nuestro planeta? Seguro que no.
Nuestra herencia cultural mantenida siglos y siglos, sin que nos hayamos enterado, ya está incorporada biológica y genéticamente. Y sobre este fundamento, no individual, sino muy frecuente social, ahí si es necesario, como interruptor, el sentido de los valores humanos como imperativo de desarrollo social.
¿Y cuál es el papel del maestro, del profesor?
Nuestra sociedad generalmente (excepto en contados casos) valora la importancia de la responsabilidad que tienen determinadas profesiones como puede ser un médico, un arquitecto, etc. pero poco la que tiene la persona que es justo la encargada de trasmitir un complejo fundamental: conocimientos (educación) junto a valores humanos. Poco sentido tiene saber solo conocimientos (para eso ya están los computadores) si estos no vas unidos a un sentido de la historicidad del ser humano. Y la historicidad humana nos demuestra que el camino evolutivo actual ya no es solo de conocimientos sino de valores. La profesión de educador de nuestros jóvenes escolares ha de ser al menos tan prestigiada y exigente en su aprendizaje como mínimo (si no más) como cualquiera de las más prestigiadas de nuestra sociedad. No solo tendrá que ser una licenciatura o un una formación de grado equivalente a las que tienen al menos 5 años, sino que las exigencias para entrar en esa digna profesión han de ser de las mayores que se han de pedir. En sus manos está que no solo sepan trasmitir conocimientos sino que han de conocer y aplicar una didáctica sobre el aprendizaje de saberes que sean integrados en la historicidad y en los valores humanos. Los alumnos que les cueste integrar esta línea formativa pueden ser enseñados en ella, con la participación grupal, pero profesores que no la tengan nunca podrán enseñarla y no podrán ser ejemplo ejecutorio de un nuevo paradigma de la pedagogía que necesitamos en nuestro momento evolutivo. Si no lo hacemos seguiremos viendo, estupefactos, la crisis del sentido de las Concepciones del Mundo actual.
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BIBLIOGRAFÍA QUE PUEDO RECOMENDAR.
-Muñoz Soler, R. Reversibilidad de Valores. Arcana Ediciones, Buenos Aires, 2006.
-Rojo Sierra, M. La psicobiografía: valor higiogénico o patogénico. Valoración de acontecimientos de las edades pre-escolares. Edita Nau Llibres, Valencia 1998.